Me fue bastante fácil convencer a Cedric para que viniera a cenar. Al fin y al cabo, él era… una persona a la que yo quería mucho y eso mi familia lo tenía que comprender. Si le conocían, nada importaba. Al menos conseguiría la aceptación de mi padre el medio alemán, mi abuela la asesina y mis hermanos James y Danielle. Me reí tanto ante esa comparación… mi abuela era una arpía, un monstruo. A mí eso me causaba risa. Era de las típicas ancianas que tienen pinta de no ser capaces ni de matar a una mosca.
Porque era ella, Margaret Müller. A ella no le gustaba que le llamasen de ese modo. Para todo el mundo se apellidaba Burton, como mi padre. Toda mi vida era una mentira mal hecha, una parafernalia. O peor, incluso. Mentiras, asesinatos y cambios de identidad. ¿Cuántas muertes se había llevado la belleza de mi abuela por delante? ¿Así, sin más? ¿Por gusto?
Margaret se había enamorado de un nazi en un campo de concentración al que luego mataron porque tenía sentimientos indebidos hacia ella. Adolf Hitler ordenaba a sus oficiales que tuvieran odio hacia los judíos, gitanos o cualquier otra raza que no fuera la de ellos. Solo tenía miedo a Mussolini o a Franco. ¿Qué hubiera pasado si Hitler se hubiera metido con los italianos o los españoles? Seguramente, en el caso de Franco, hubiera mandado a sus policías para que desaparecieran a Hitler misteriosamente. Y Mussolini pasaría de ser su aliado en la segunda guerra mundial a ser su enemigo número uno. Mi abuela tenía razón. Hitler no era tonto, nunca lo había sido.
Faltaban solo treinta minutos para la llegada de Cedric. Solo esperaba que a mi abuela no se le ocurriera hablar de su pasado delante de él. Saldría corriendo tan rápido que ni siquiera me daría tiempo a verlo. ¿Por qué tenía una familia tan rara e incomprendida?
Decidí que lo mejor sería ponerme la camiseta más decente que tenía y unos vaqueros; a Cedric le gustaba mi naturalidad. Esa era una de las cosas que más odiaba mi padre de mí. A la parte “buena” de Bethanie Burton no le importaba eso.
<> me dije. Algo más que estúpida. Imbécil. ¿Qué pasaría si Margaret no aceptaba a Cedric y le hacía lo mismo que al resto de las esposas de mi padre? Ag. ¡Qué inoportuno era tener una abuela loca en estos momentos! Aunque bueno, ella no estaba loca pues todas sus maldades las había hecho conscientemente. En todo caso, el sobrenombre de mi abuela era asesina.
Cogí una hoja y un bolígrafo como había hecho ayer y la semana pasada. La tinta con la que escribía era negra y el papel blanco. Empecé a escribir.
Maldición.
¿Cuántos significados podía tener la frase “avergonzada de tu familia”? Para mí solo uno. Tenía tanto miedo de la cantidad de cosas que podían pasar en esa cena, de las que se podían hablar… Solo esperaba que Cedric no saliera corriendo despavorido, gritando que no quería volver a verme. No lo soportaría.
Cuando llueve como ahora y te quedas mirando por la ventana, te das cuenta de la cantidad de cosas que pueden cambiar en apenas veinte minutos. Por la mañana no llovía, en cambio ahora lo hacía a lo bestia.
Pero no solo el tiempo estaba revuelto. También yo.
Por un lado me gustó saber la verdad sobre mi abuela, así empezaría a conocerla mejor y comprender todos sus actos. Pero por otro no, porque decidí que nunca iba a poder entender por qué no dejó a mi padre cometer sus propios errores y ahorrarse el trabajo de convertirse en una intimidadora-asesina.
Cada día estoy más demente, lo sé.
Esta vez dejé la hoja encima del escritorio. Faltaba menos para que llegara Cedric. Decidí que bajar abajo sería lo mejor. Tenía que supervisar que Margaret no ponía veneno en la comida para matar a Cedric. Obviamente, no me hubiera preocupado de la misma manera por Drake; es más, hubiera ayudado a mi abuela a la hora de echarlo. Demonios, ¿por qué pensaba de esa manera hacia Drake, mi querido Drake? Él lo había estropeado todo, y yo no podía hacer nada contra eso. Nadie podía.
Abajo todo estaba calmado. Mi padre se encontraba esperando en la entrada y mi hermano viendo la televisión con gesto pensativo, mientras que Danielle correteaba de un lado a otro trayendo y llevando cosas al comedor.
A veces intentas ser perfecto, otras veces te das cuenta de que es agotador intentar serlo. Te das cuenta de que tienes tres vidas: la que tienes, la que tu familia cree que tienes y la que los demás dicen que tienes. No todo es tan fácil como parece. Es como un videojuego de marcianos; si no los matas, aniquilan tu nave.
En ese momento, sonó el timbre. Fui casi corriendo a abrir la puerta, pero me detuve antes de hacerlo. Respiré hondo y puse la mano en el picaporte. Casi me dio un pasmo.
Iba tan él como siempre. Llevaba unos vaqueros negros, parecidos a los que llevó el sábado. Los combinó con un polo negro con rayas blancas. Su pelo iba engominado como siempre. Suspiré y le sonreí.
-Has llegado puntual-me hice la dura. Delante de mi padre no podía comportarme de manera cariñosa con él.
-Una cita es una cita-aclaró-Aparte, mañana conocerás a mis amigos y hoy yo solo tengo que conocer a tu familia.
-Mi familia-escupí entre dientes-Aún puedes echarte atrás si quieres-le propuse.
-Gracias pero no-refutó, sonriéndome. Intentó besarme, pero me aparté.
-Aquí ni hablar-le dije, regañándole.
Me cogió de la mano y avanzó hacia mi padre, que venía en camino para estrecharle la mano educadamente.
-¡Hombre, Cedric! Estaba deseando conocerte. ¿Qué tal tus padres?-le dijo en tono entusiasmado, pero no demasiado.
-Mis padres muy bien, señor Burton. El placer es mío, Bethanie ya conoce a mi familia.
-Entonces vais en serio-especuló.
-Supongo que sí-se revolvió el pelo con ese gesto tan particular para no despeinarse. Sonreí.
-Pasemos al comedor ¡James, Danielle! ¡A cenar!-exclamó mi padre.
Guié a Cedric hasta el comedor, mi padre nos siguió. Me senté en mi sitio de siempre, pero esta vez cambió un poco la planificación. Cedric se sentó a mi lado, obligando a Margaret a cambiarse de sitio. James adoptó su sitio de siempre y papá entre este y Danielle. Mi abuela comenzó a repartir la ensalada.
-Bueno, Cedric. Cuéntanos algo sobre tu vida-le instó Margaret una vez que terminó.
-Mmm…-musitó con gesto pensativo-Nací en Portland, pero nos mudamos a Darkshire cuando tenía dos años y hasta ahora he vivido allí. Me mudé porque mi padre quería extender su negocio.
-¿Y es un negocio que ha creado él, o viene de familia?-quiso saber ella misma.
-No, para nada. Mi abuelo paterno era notario y el de mi madre, aunque no me haya contado muchas cosas sobre él, sé que era policía o algo así-respondió con total serenidad.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo se apellidaba? Tal vez lo conozca. Estuve muy metida en ese mundo-me dedicó una fugaz mirada que consiguió ponerme nerviosa. Me rasqué la cabeza y Cedric me observó con una mirada preocupada. Sonreí.
-Tenía un apellido muy raro, no era inglés o estadounidense. Mi madre es rubia de ojos azules y la gente dice que se parece mucho a mi abuelo. No quiere hablar de mi abuelo, es como si le repugnara…
-Entiendo. ¿Sabes? Te pareces mucho a una persona que conocí-musitó, mirándole fijamente. Me di cuenta de que Margaret quería acaparar toda su atención-Tus ojos no son iguales a los de él, ni tu tez y mucho menos tu pelo, pero… la expresión, la profundidad de tu mirada, la forma de los labios… creía que nunca me iba a volver a encontrar con nadie así.
Se quedó como alucinado, y casi pude reconocer miedo en su mirada. Me recordó a mí cuando me enteré de la verdad sobre mi abuela.
-Vaya, es una sorpresa-admitió desconcertado y sofocado al mismo tiempo.
-No tiene por qué serlo-respondió en tono siniestro. Se produjo un gran silencio en la sala. Mi padre carraspeó.
-Vamos, mamá. Estás asustando al chico-rompió el silencio con voz tranquila, riendo en voz baja con nerviosismo.
-Es que es verdad-se defendió, propiciando una sonrisa que me asustó a mi también-Fíjate bien en sus ojos, George y compáralos con los tuyos. Estudia esa expresión animada y esa cara afilada. También la forma de los ojos, tan abiertos. Pueden embaucar a cualquier chica, estoy segura. ¿Has tenido más novias a parte de mi nieta?
-Abuela, para ya…-bufé entre dientes.
-No, Bethanie-negó Cedric con un poco de mosqueo-Con mucho gusto le responderé. Sí, he tenido dos más pero no he sentido nada parecido a lo que siento por Bethanie-mi abuela enarcó una ceja, como diciendo no me lo creo. Se apresuró a aclarar-Con ninguna de ellas.
-Ya, eso dicen todos los hombres. Como cuando alguien empieza a fumar y dice que no le gusta o que lo va a dejar. ¿Y qué pasa? Que no puede vivir sin tabaco.
-Señora Müller, con todos mis respetos pero usted a mí no me conoce-le aclaró, ya se podía notar el enfado y fastidio en su voz. Quedé alucinada ¿cómo sabía Cedric que mi abuela se apellidaba Müller, que ese era su apellido de casada? Margaret solo sonrió quedamente, sacudió la cabeza. Le dedicó una mirada envenenada, como si tuviera enfrente al peor de sus enemigos.
-¡Ahora el chico nos ha salido imaginativo!-exclamó con sarcasmo-¿Quién te ha dicho que me apellidaba Müller? Yo me apellido Burton y punto.
-¿Cree que no la he reconocido en cuanto la he visto? Ya cuando vi a su nieta me recordó a Herman Müller, su antiguo esposo-imitó a mi abuela en la manera de reírse. En su mirada podía distinguirse cinismo y dolor al mismo tiempo. Tenía los ojos llorosos-Usted fue la mujer que lo asesinó. Observé carteles con su foto por toda Alemania después de que usted cometiera el crimen.
-¿De qué le conoces, Cedric?-pregunté asustada.
-Él era el mejor amigo de mi abuelo, eran casi hermanos. Incluso me atrevería a jurar que eran primos lejanos, se parecían mucho.
-¿Por qué no me lo contaste?-le recriminé.
-Porque temía que tu abuela te prohibiera salir conmigo por tener parentesco con un alemán. Pero no la culpo, nosotros le arrebatamos a su familia-admitió en tono también siniestro, como si estuviera orgulloso.
-¡Mira, niñato…!-comenzó a bramar Margaret con enfado.
-Creo que deberíamos de tranquilizarnos ¿de acuerdo?-propusieron Danielle y James-Es lo mejor.
-No me parece que usted quiera armar escándalos, ¿verdad Margaret?-le picó Cedric a mi abuela.
-Para ya. Y tú, abuela, deja en paz a Cedric. Hagamos como si nada de esto hubiera pasado.
-Vale, pero una pregunta más…-musitó mi abuela-¿entonces eres Cedric Bradbury Van der Weisen?
-Me gusta Cedric Bradbury a secas, gracias. No me agrada mucho eso de ser alemán.
-Entonces… ¿odiabas a tu abuelo?-preguntó James.
-No lo llegué a conocer. Creo que se suicidó cuando perdieron la segunda guerra mundial o algo. Mi madre no quiere hablar del tema.
-Es normal, todos los alemanes son escoria-musitó mi abuela como si tal cosa.
Cedric sonrió, incomodo. Luego apretó los labios muy fuertemente, como si quisiera reprimir una carcajada sarcástica.
-Entonces está llamando escoria a su hijo, con perdón señor Burton-se disculpó.
-Deja de hacerte el listillo, ¿quieres?-respondió Margaret con tono mordaz.
-Cambiemos de tema ¿vale?-propuse-¿Qué tal si hablamos sobre…? ¿Nuestros estudios?
-Vaya cambio tan radical-intervino Danielle.
Y ahí empezó una conversación más o menos tranquila, sin olvidar las coléricas miradas de mi abuela a Cedric y viceversa. No era una unión fácil, iba a volver a emparentarse con otro medio alemán. Pero a mí eso no me importaba. Quería a Cedric y a todo su mundo.