Capitulo 8: Margaret

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Sentí que otra de mis fuertes cargas era mi abuela Margaret, saber qué le pasó. Si la comprendía, si ella me decía todo lo que le había pasado, era imposible que la pudiera juzgar tan rápido. Aunque el tema de su historia no fuera uno de sus favoritos, estaba segura de que me lo contaría. Necesitaba saber la verdad sobre ella, más que cualquier otra cosa.
            Después de seis largos meses sin sentir nada, comprendí que no se podía recuperar el tiempo perdido. Los errores del pasado siempre estarán ahí, pero no siempre tienen que quedar en nuestra memoria como traspiés. Cuando haces algo mal, por muy mal que lo hayas hecho, debes de intentar enmendarlo. No tenía ganas de morirme sin saber la verdad sobre mi familia.
            Con Margaret y George la había cagado en un principio, juzgándoles mal porque me encerraron sin piedad en una habitación. Pero no fui yo la única encerrada, Danielle y James también lo sufrieron. Pero… ¿por qué? ¿Acaso mi abuela lo sabía? ¿Mi padre? ¿Qué negocios manejaba mi padre? Pronto, muy pronto lo descubriría.
            Seguramente, mi abuela estaría en el salón, tocando el piano como ella sabía. No tenía ni idea de dónde había aprendido, ni cómo, ya que sabía perfectamente que Margaret vivió analfabeta hasta los trece años, no sé por qué. Y tampoco sé la razón que le impulsó para aprender a leer y escribir. Pero de hoy no pasaba. Iba a saber su pasado. Y puede que el mío también.
            El futuro estaba únicamente en mis manos. Recordé un nombre: Cedric. Hacía dos largos días que no le veía. Eso era como una eternidad para mí, y no sabía por qué. Supongo que era uno de los extras de estar enamorado. ¡Vamos! Tenía tantas preguntas sin contestar, tantas que me hacía yo a mi misma sin conocer la respuesta. Porque en realidad eso era lo que me pasaba ¿verdad? Buscaba respuestas en mí que jamás iban a aparecer.
            Al igual que hace varios días, cogí un bolígrafo con mano firme, una hoja de papel y me puse a escribir.
            Hoy sabré todo sobre mi recién llegada abuela Margaret.
            Estoy exhausta. Supongo que estoy dejando salir todo ese chorro de efusividad que estuve guardando todos estos meses. Esta es la mejor manera que tengo para desahogarme. Al menos tengo un plan de huída. No creo que fuera capaz de escribir un libro. Aunque algún día probaría a hacerlo.
            Lo que más me extraña de todo es que Cedric Bradbury no me haya llamado. ¿No se supone que soy como su novia, o algo así? Cuando le respondí a Lenny eso de más o menos, fue porque de esa manera podría evadir la cuestión. Lenny era mi amigo, el ex novio de una conocida mía que posiblemente se convertirá en mi amiga. No podía hacerle eso a Nicole, por muy enamorada que estuviera de Michael.
            Tampoco he sabido nada más de mi tío ni de mi abuela. En realidad, la palabra “abuela” ya raya un poco ¿no? A mí por lo menos. No sé distinguir. Por un lado está Natalie, mi abuela de toda la vida. Y por otro, Margaret. La recién llegada, la rara. La que no tenía pasado aparente, la que no tenía futuro seguro.
            Hoy iba a saberlo todo sobre ella. Poco a poco, mi familia dejaría de ser un misterio para mí.
            Guardé en unos portafolios, junto con la primera hoja arrugada, lo que había escrito. ¿Podría empezar a escribir un diario? Creo que no. Era una persona muy distraída, que se olvida de las cosas con facilidad. Pero no de las importantes, al menos lo intentaba. Salí de mi habitación dispuesta a ir a hablar con Margaret.
            El piano se oía desde el piso de arriba. Era una bonita melodía, creo que de Beethoven, pero tocada muy a la manera de Margaret. Sonreí abiertamente, bajando las escaleras. Seguí el sonido del piano hasta el salón.
            La sala era bastante amplia, y estaba separada mediante un pequeño tabique de una mini biblioteca. Me senté en el sillón blanco, enfrente del piano. Margaret paró de tocar y me observó con curiosidad.
            -¿Qué quieres, querida?-preguntó con dulzura.
            -Preguntarte algo-respondí.
            -¿El qué?-inquirió con recelo.
            -Cosas sobre tu pasado que no me cuadran. O, bueno, que no sé. ¿Podrías explicármelas?
            -Pregúntame lo que quieras saber.
            -Todo-contesté en un murmullo casi sordo.
            -Está bien… A ver, ¿por dónde empezamos?
            -Pues por el principio-añadí.
            -Yo era una niña feliz en mi tiempo, Bethanie. Mi madre me quería muchísimo, y mi padre estaba cada día más orgulloso de mí. Siempre fui bella, y lo sabía muy perfectamente. Gracias a mi belleza pude conseguir cosas que sin ella no hubiera podido conseguir. Mi madre era inglesa y mi padre medio judío. Pero eso no parecía importarnos hasta que nos mudamos a Berlín.
            >>Mi padre era médico y mi madre ama de casa. Nos cuidaba a mis hermanos y a mí sin poner ningún reparo. Supe poco después que ellos formaban el matrimonio más sólido de la historia. Nos enteramos que Adolf Hitler quería que los judíos nos trasladáramos a un lugar mejor, para tener condiciones de vida superiores. Qué cínico era.
            Paró por unos minutos, me pareció que estaba llorando. Pero no. Mi abuela no lloraba nunca. Simplemente estaba triste. Era una parte muy dura de su pasado.
            -Nos llevaron a un sitio muy extraño en un tren muy estrecho. Yo era pequeña, tenía diez años cuando pasó todo aquello. Íbamos más de cincuenta personas en cada vagón, apretados. Ni siquiera podíamos ir al baño a hacer nuestras necesidades porque lo teníamos prohibido. Era asqueroso. Me sentí escoria. ¿Por qué nos hacían esto? Pronto comprendí que no tenía nada que ver con todo esto. Me recordé para presumir hay que sufrir. Llegamos a un campo muy grande, con casetas muy raras y verjas alambradas.
            >>Estuve cuatro años allí. Uno de los generales me cogió cariño y me retuvo lo más posible para que no me mataran tan pronto. Empecé a cogerles odio a los alemanes. Nos maltrataban, nos mandaban hacer trabajos forzados… y por arte de magia, algunas de las personas que compartían caseta con nosotros desaparecían y no los volvíamos a ver nunca más. Me di cuenta de lo que pasaba cuando mis padres, mis dos hermanos y otra gente desaparecieron.
            Paró para coger aire. Le escuché, atenta.
            -Entonces un día me colé. Formaban colas para llevarlos a una especie de lugares donde todo el mundo entraba pero nadie salía. Me armé de valor, sabiendo que podría irme la vida en ello. El sargento no quería que yo me metiera ahí porque lo consideraba un desperdicio demasiado grande. Incluso le habló de mi caso a Hitler, el cuál le obligó a matarme porque me consideraba basura. A él no le importaba que solo fuera medio judía. No. Él quería asesinarme porque no me consideraba una persona digna para vivir.
            >>Una noche me acerqué a la alambrada demasiado. Intenté hacer un boquete en la tierra para poder salir, pero me resultó imposible. Lo único que podía hacer era saltar. Siempre se me había dado bien eso de trepar árboles, pues en Israel siempre lo hacía, pero nunca había sido tan peligroso. Tuve coraje y lo hice. Salí ilesa y nadie me descubrió. Miré atrás y decidí que iba a llevar a cabo una venganza contra todos los alemanes.
            Su cara se convertía en una mueca de asco.
            -Fue entonces cuando conocí a tu abuelo. Se llamaba Herman Müller. Se enamoró de mí por mi belleza. No lo culpo, era tan superficial… y tan aburrido… cada conversación con él era soporífera. Era oficial de la Gestapo. Un nazi en toda regla, rubio de ojos azules, alto y apuesto. Me ofreció matrimonio con apenas quince años. Era el oficial favorito de Hitler. Esto me dio beneficios, cenas con él, oportunidades de verle… Ay…-suspiró-lo bien que me sentía yo cuando estaba en compañía de Hitler, observándole. ¿Te imaginas si su madre, al nacer él, supiera que estaba pariendo al mayor asesino de masas de la historia? Lo mataría nada más nacer. Aunque bueno, creo que es lo que debería de haber hecho. El mundo está lleno de gente mala sin necesidad de que haya más todavía.
            >>Odiaba a mi marido, a Adolf Hitler y a todos esos borregos suyos. Si no hacías lo que él te decía, te quitaba del medio. Como hizo con mi madre, mi padre y mis hermanos mellizos de cinco años. Tenía tanto rencor acumulado que lo que más quería era irme de Alemania para siempre, pero no podía. Una vocecita en mi cabeza me gritaba que tenía que vengar a toda mi familia, y también a la que no era mi familia. Asique lo hice.
            -¿Qué hiciste?-pregunté asustada.
            -Creo que te lo puedes imaginar, nietecita mía…-susurró con malicia.
            -Hitler se suicidó-le dije, adivinando lo que hizo-No pudiste haberlo matado.
            -No, a él no lo maté…cuando tuve a tu padre, me pensé seriamente acabar con él. Al fin y al cabo, yo era judía y tu abuelo alemán. Una unión así no podía llevarse a cabo. Pero no, al final no lo hice. ¿Qué clase de loba era si acababa con la vida de mi propio hijo? Acabé con Herman. Escondí las pruebas, obviamente. Imagínate si se llega a descubrir que yo maté a tu abuelo siendo judía porque me escapé de un campo de concentración. Me matarían sin pensarlo dos veces, y no tenía ganas de morir. Pero tampoco huí. Maté a otros dos suboficiales de la Gestapo. Y luego me encontré bien para irme definitivamente de Alemania, de esa jaula de chuchos. Mira lo que son las cosas. Acabé por amar a tu padre, aunque fuera el vivo retrato de la persona que más odié en el mundo.
            -Pero… ¿tú a mi padre lo quieres, verdad?
            -Mucho, mucho-me prometió.
            -¿Y a mí?
            -También. A ti más porque no tienes nada que ver con ningún alemán asesino.
            -¿Y de dónde sale mi apellido, Burton? Porque papá se llama George Müller, no George Burton.
            -Así me apellidaba yo cuando era feliz y soltera, en mi casa con mi madre, mi padre y mis hermanos. Le cambié el apellido porque no podía dejar que mi hijo tuviera el apellido de un maldito nazi. Él no tenía la culpa de nada, simplemente era el fruto de la sucia unión entre un alemán y una judía.
            -Entonces me llamo Bethanie Burton Müller ¿verdad?
            -No pronuncies ese apellido, por favor. Tienes un nombre extremadamente bonito. Así se llamaba mi madre.
            -¿Sí?-pregunté incrédula-No lo sabía.
            -Normal, nunca hablo de mis padres. Se me produce un inmenso vacío en el estómago cuando lo hago…
            -¿Cómo se llamaban tus hermanos?
            -Stephen y Charles. No pude creer lo que les habían hecho cuando me enteré. Ese mismo general me lo dijo, el que me cogió tanto cariño. Él nunca me trató mal, es más, siempre lo hizo con dulzura. Yo le echaba veinticuatro años, no más. Diez años te parecen bastantes ¿verdad? Pues no. Tu abuelo y yo nos llevábamos veinticinco. Por un momento lo llegué a querer, al general digo. Y él también a mí. Sabía perfectamente que tenía un carácter débil e ingenuo, algo así como el de tu madre.
            Aquel comentario me dolió más que cualquier otra cosa.
            -Mi… ¿mi madre?-arrastré las palabras.
            -Sí, tu madre. Pero su carácter, el del general me refiero, era mucho más débil que el de Azora. Sabía perfectamente que allí él no encajaba. No era salvaje precisamente. Llegamos a tener citas por la noche, incluso-sonrió con ganas, aunque más bien era una sonrisa incrédula-Intenté aprovecharme de la situación, pero supe que no iba a ser fácil. Le pedí que me sacara de allí a cambio de casarme con él y darle tantos hijos como él quisiera. Desde un principio lo tuve claro: no iba a liberarme. Me equivoqué. Accedió. Descubrí que me amaba, y que de un modo u otro estaba jugando con sus sentimientos.
            >>Pero yo le quería tanto, y a la vez me odiaba a mí misma por quererle de esa manera. Estaba traicionando a mi familia, al honor y a la memoria de todos los judíos. No me importaba. Si él me sacaba de allí yo me casaría con él encantada. ¿Sabes cómo se llamaba? Eric, así se llamaba el que podría haber sido tu abuelo. Parecido al príncipe de las películas de hadas. Él sería mi héroe. Pero no lo fue. No pudo. Algo se interpuso entre nosotros, algo mucho más poderoso que Adolf Hitler.
            -¿Qué le pasó?-pregunté en voz baja.
            -Le mataron-contestó como si tal cosa. Puse una mueca de horror-Alguno de sus compañeros se enteró de que él y yo estábamos juntos y se lo dijo al rey del crimen-musitó con sarcasmo, pero con odio al mismo tiempo-Mi rencor hacia los alemanes aumentó. Me escapé de ese nido de ratas asquerosas. Y entre esas ratas me incluía a mí. Lo era, y sobre todo después de que maté a… ese idiota de tu abuelo. Me convertí en una arpía y era tan mala como Hitler, pero no me importaba. Si él podía ser un asesino, yo también. Lo curioso es que después de eso me convertí en la persona más buscada de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Me buscaban hasta en la Francia ocupada por los nazis-volvió a suspirar-Ay… qué bien me sentí. Si tú lo supieras…
            -No quiero imaginármelo.
            -No sigas preguntando. Lo que viene después puede que fomente tu odio hacia mí.
            -Es un riesgo que estoy muy dispuesta a correr, abuelita-le contesté con frialdad.
            -Tú estás loca, pero si insistes… le hice la vida imposible a todas las esposas de tu padre-me confesó.
            -¿Por qué?-pregunté extrañada.
            -No me parecían lo suficientemente buenas para él. Evelyn, la madre de James, era demasiado viva y espabilada. Antes de tener a tu hermano, se pasaba por ahí de fiesta todo el día con Dios sabe quién… no me pareció apropiada.
            -¿Y qué hiciste?-puestos a decir verdades, que me las dijera todas de golpe y porrazo ¿no?
            -Le envenené el suero antes de que naciera James. Se empezó a sentir mal, recuerdo su expresión de agonía. Siempre tuvo unos ojos muy penetrantes ¿sabes? Sentí que ardía en ellos mientras moría. Luego tuvieron que hacerle la cesárea porque no se encontraba con fuerzas para dar a luz de manera natural. James estaba sanísimo, pero ella se apagaba más conforme pasaban los segundos. Más y más. Hasta que perdió el sentido para siempre. Descubrí que asesinando era la persona más ingeniosa del mundo.
            -Estás loca como una cabra, abuela-susurré tan bajo de tal manera que no pudo oírme. Sacudí la cabeza, me temí lo peor.
            -Tres años después llegó la segunda esposa-anunció con maldad-La odié desde el primer momento que pisó esta casa. Era una mujer demasiado gótica para él, muy siniestra y muy fea. Ese moño alto en la cabeza, esa verruga al lado izquierdo del labio y esa personalidad siniestra me hicieron odiarla con todas mis fuerzas-creí que se desquiciaba por momentos-Pero gracias a ella tuve a mi segunda nieta. Era tan bella, el vivo reflejo de mi madre. No se parecía en nada al imbécil de tu abuelo. Ella la dejó cuando tenía ocho años. No tiene ningún contacto con ella, al menos que yo sepa.
            -¿Y qué hiciste con… mi madre?-titubeé casi sin respiración.
            -La historia de Catherine Mary Cohen no termina ahí. Ella se casó con tu padre por unas razones parecidas a las mías cuando me casé con tu abuelo. Yo buscaba vivir bien, tener riqueza, ser mucho más bella de lo que era. Ella quería conservar la eterna juventud, pero no se puede guardar lo que no se tiene. Es simplemente imposible. Asique la chantajeé. Le dije que si se largaba de esta casa le daría todo el dinero que quisiera. En cambio, si no se iba ya, mataría a Danielle-mi respiración se volvió entrecortada-Obviamente no iba a hacer lo segundo. Tu hermana era muy importante para mí. Para ella, al parecer, no.
            -Qué pasó con Azora, Margaret-no pregunté, afirmé con tono grosero.
            -Ay ya voy, ya voy. Tu madre me pareció demasiado mustia. No nos tratábamos mucho, pues yo vivía cerquita de aquí pero casi nunca venía para no encontrarme con ella. Aunque luego le cogí gusto porque me sentía feliz de amargarle la vida. Fueron varias veces las que se pasó llorando a moco tendido en su habitación toda la tarde por mis insultos.
            >>Cuando te tuvo a ti, me llené de dicha. ¡Para eso servían las esposas de tu padre! Para darle hijos, disfrutar de ellas y luego mandarlas a tomar vientos. Pero Azora me lo puso mucho más fácil. Se suicidó ella-aceptó como si tal cosa. Temblé-Aunque no fue por mi culpa, eh. Pregúntale a tu padre, si no. Él sí que es el verdadero culpable. Tengo entendido que te dejó una carta antes de morir. Qué tierno.
            -Creo que ha sido suficiente por hoy, gracias abuela. Mañana traeré a cenar a Cedric Bradbury, asique prepara algo bueno, ¿vale?
            -De acuerdo. ¿Vendrá él solo?
            -Sí.
            Puede que ahora comprendiese a mi abuela, pero la odiaba un poco. ¿Cómo se podía ser tan cruel, tan vil? Desaparecí del salón y me encaminé a mi habitación. Tenía que invitar a Cedric a una cena, sentirle cerca. 

Capitulo 7: Viejos Amigos

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Pasaron dos largos días sin ver a Cedric después de nuestra cita. Mi hermano se puso muy pesadito con el mundial de Sudáfrica y Danielle incluso rompió la tele a propósito. Mi padre la mandó a arreglar y enseguida estuvo de vuelta. Era una pantalla panorámica de cuarenta y cinco pulgadas.
            George y Margaret mantuvieron el mismo comportamiento estos dos días. Al parecer, nada más iba a cambiar. Tenía decidido preguntarle a mi abuela sobre su extraño pasado, pero primero quería hacer una cosa: hablar con Nicole Clouds. Puede que me estuviera comportando como una paranoica porque soñé que hablaba con ella, pero me interesaba saber cómo le iba. El acto siguiente que sería saber todo sobre mi abuela, hablar con ella.
            Iba a ir a la ciudad universitaria de Mouthway. Allí la encontraría seguro, pero antes tenía que ir a Lenny´s, un bar que quedaba cerca de la universidad, lugar favorito de Nicole para pasar el rato.
            El sitio en sí era una especie de antro, bohemio y situado en un bajo enfrente de los terrenos de la universidad, con inspiraciones indias en cuanto a la decoración, y no estaba muy iluminado. Solo me haría falta ir allí para encontrarla. La conocían perfectamente, uno de ellos creo que fue su novio en un pasado bastante lejano. Pero bueno, primero iría allí. Había oído rumores, algunos creíbles, otros no tanto… el caso es que Nicole estaba muy distanciada de las que habían sido sus compañeras de guerra. No sabía por qué. En realidad… ¿cuántas cosas no sabía?
            Conté dos veces antes de bajarme del coche. “No te sientas el ombligo del mundo” me dije. Aquí todos me conocían aunque mi universidad estuviera a media ciudad de distancia de la suya. Frecuentaba ese bar muchas veces antes de dejar mis estudios, supongo que era una manera de superar las miles de discusiones que había en mi casa. Normalmente solía ir al OneFold Cinema, que me quedaba mucho más cerca pero a veces me acercaba para ver a Lenny. Era un chico muy majo, con pelo marrón claro liso y ojos oscuros.
            En la calle se respiraba felicidad. La vida universitaria era mucho mejor de lo que recordaba. Aún no había acabado el semestre, por lo que los estudiantes continuaban con las clases. Recordaba claramente este ambiente. Me encantaba, no había otro mejor.
            Me aproximé al bar. Respiré cuatro veces seguidas antes de entrar. Ahí dentro iban a estar trabajadores borrachos gastándose la paga del viernes que no tuvieron tiempo de gastarse el fin de semana. Iba a convertirme en una adolescente perdida entre varios borrachos. Lo que hay que hacer para encontrar a Nicole Clouds.
            El picaporte de la puerta sonó a óxido cuando tiré de él. Me dieron escalofríos, pero proseguí con la acción.
            Tal y como lo recordaba, el bar estaba oscuro y lleno de humo, con el suelo de madera que chirriaba al pasar y una barra con telas de araña. Los vasos en los que se servía la cerveza estaban sucios, gastados. Por un momento no encontré a Lenny. La música que sonaba de fondo estaba muy baja, pero era del género que suponía. Los hombres que había allí me miraron con cara rara, estaban vestidos de traje. Cuando me aproximé a la barra, uno de ellos me silbó. Puse los ojos en blanco.
            -¡Hombre, Bethanie!-exclamó Lenny, levantándose del suelo. Posiblemente estaría detrás de la barra escondido- Me da gusto verte por aquí. Cuanto… tiempo.
            -Lo mismo digo, Lenny-contesté con sinceridad.
            -¿Quieres algo? Tengo la mejor cerveza de este pequeño pueblo, ya lo sabes-me recordó con malicia.
            -No, gracias. En realidad venía a preguntarte algo, pero no sé si sea el lugar adecuado-dije mirando a mi alrededor-Hay mucha gente y las paredes escuchan.
            -¡Pero si somos cuatro amigos, por Dios!-exclamó. Toda la gente que estaba en el bar le observó con cara enfadada-Y por las paredes no te preocupes, las tengo insonorizadas- tenía que reconocer que a Lenny nunca se le había dado bien eso de asimilar frases hechas. Me reí entre dientes.
            -Estoy buscando a Nicole, ¿sabes dónde está?
            -¿Y qué te hace pensar que sé la respuesta a tu pregunta?-me preguntó poniendo cara de circunstancia.
            -Bueno,-dije arrimándome a él, así no tendría que alzar la voz-estuviste a punto de contraer una unión de hecho con ella. Por favor, Lenny. Dímelo-le pedí poniéndole ojitos- Sé que lo estás deseando.
            -Tienes unos ojos especialmente bonitos, ¿te lo ha dicho alguien alguna vez?-me piropeó-Sigue en pie mi oferta.
            -Gracias, gracias pero no-negué con educación.
            -¿Estás ocupada?-inquirió de nuevo con malicia.
            -Más o menos. ¿Me quieres decir dónde está tu ex novia?-le urgí.
            -Estará en la universidad, hace mucho que no la veo. Tú… vete a buscarla y sal de este antro de mala muerte. No es bueno para una niña de diecinueve años.
            -Por favor, ni que tuvieras cincuenta-le contesté con fastidio, saliendo del bar-¡Yo antes era tu cliente de oro!
            -Y lo seguirás siendo hasta que este bar se reduzca a escombros-me aseguró.
            Fui tatareando una canción desde que salí de ese bar hasta que llegué a la puerta del campus. La universidad era privada, muy cara. Una de las mejores del país. Me iba a ser un poco difícil encontrar a Nicole en la universidad, aunque ella siempre estaba en la cafetería leyendo revistas de moda y actualidad. Estaba estudiando periodismo, pero no para trabajar en periódicos o televisión. No. Ella quería trabajar en una revista de moda, y nos prometió a todos que algún día lanzaría su línea de ropa.
            La cafetería tenía decoración muy fina, con el suelo de parqué muy claro y paredes de un color salmón que no resultaba mareante. Parecía una habitación de una casa de playa, muy abierta. De música de fondo sonaba la misma canción que yo tarareaba.
            Fue entonces cuando la vi, después de tanto tiempo. Se sentaba en la mesa metalizada del medio, sola, leyendo un libro y desayunando un café con un croissant. Parecía muy concentrada. Me dirigí hacia allí. Cuando llegué, me senté enfrente de ella. En un principio me miró confusa, pero luego me sonrió.
            -¿Bethanie Burton?-preguntó con asombro.
            -Aunque parezca mentira, he vuelto a aparecer-respondí con aplomo, dedicándole una sonrisa.
            -Y… ¿a qué se debe tu visita? Creía que habías dejado tus estudios universitarios.
            -Los volveré a retomar en Octubre, gracias. Ayer… soñé contigo, por eso he venido a verte.
            -Vaya, nunca imaginé eso. ¿Y por qué? ¿Qué hacía yo en ese sueño?-preguntó con interés, cerrando su libro.
            -Mira, sé perfectamente que tu y yo en los últimos años no hemos estado precisamente unidas y no te sientas mal por esto, pero te estaría mintiendo si te dijera que he olvidado nuestras riñas cuando teníamos doce años-esbozó una sonrisa compungida- pero he decidido empezar de nuevo, borrón y cuenta nueva. Porque sino viviría atormentada toda mi vida y no me apetece.
            -De acuerdo… bueno, no te ofendas pero que no me hayas perdonado no me ha quitado el sueño pero… gracias de todas maneras. Lo siento, siento haberte llamado bicho raro cuando éramos más pequeñas, enfadarme contigo sin motivos aparentes. Pero tú estabas con Daphne y esas a la hora del almuerzo y… supongo que eso era lo que hacía que no te integraras ni salieras con nosotras por la calle. Cuando volviste a Shadows… pues no me emocioné, porque siempre te he tratado cordialmente, a veces no con respeto y lo siento mucho. He cambiado, para mejor creo.
            -Yo también he cambiado ¿sabes? Me siento distinta y diferente. Supongo que los cambios llegaron después de conocerle.
            -¿Conocer a quién? Ya decía yo que te traías algo entre manos.
            -Cedric Bradbury, ¿te suena?-inquirí, sonriéndole.
            -Ay, sí. Me lo presentó Kate en una fiesta como si fuera su chico. No me sorprendería que si os viera juntos intentara quitártelo. Es… una zorrilla, por llamarla de alguna manera.
            -¿Por qué? ¿Qué te ha hecho?-quise saber, extrañada.
            -Se… lió con un chico, con mi chico para fastidiarme. Perdí las amistades con ella, y mira que me lo hizo varias veces cuando teníamos catorce años. Pero la perdoné…
            -Si te lo hubiera hecho yo me hubieras puesto verde y jamás volverías a hablarme. Todos sabemos que nunca fui santo de tu devoción.
            -Pero eso ya ha pasado. Me he distanciado demasiado de ellas, supongo que porque nada es para siempre. Pero no te preocupes, Kate ya ahuecó el ala hace bastante tiempo. Creo que está en Blacktown. Y a no ser que vuelva por algún absurdo juego del destino…
            -No he venido aquí para hablar de ella, sino para hablar de ti. ¿Qué tal estás?
            -Muy bien, mejor que nunca. Adivina algo…-pensé, negué con la cabeza-¡Michael me ha pedido matrimonio! ¿Te lo puedes creer? Ya sé que soy muy joven y eso, pero me ha dicho que hasta que yo no tenga veinticinco no nos casaremos. Pero qué más da, estoy tan feliz… desde hace varios años quise formalizar nuestra relación y ahora que llega el momento pues… supongo que no puedo dejarlo escapar.
            -Me alegro mucho por ti, la verdad-sonreí-Y pensar que serías tú la primera que sentaría la cabeza…
            -Bueno, sí. Siempre he querido estar con él, por eso cuando me enteré que Kate se lió con él para fastidiarme, no me enfadé tanto como esperaba. Kate dejó de ser mi amiga y Michael me pidió que fuéramos serios en cuanto a lo que teníamos. Decidí que sería lo mejor, y acepté sin dudarlo. Dentro de cinco años, cuando ya sea una profesional hecha y derecha, tenga mi trabajo y una estabilidad económica aceptable, nos casaremos por todo lo alto.
            >>Mis padres ya se pusieron de acuerdo con los suyos, se llevan genial y eso. Aunque sea un poco precipitado, da igual. Cinco años pasan volando. Él compró un piso en Shadows, y sus padres tienen uno cerquita de aquí. Da igual. Quiero a Michael Speed y él será mi esposo cuando termine la carrera. Y espero que tú también formalices tu relación con Cedric. ¿Ya has conocido a sus padres?
            -Sí, pero no como su novia, sino como su amiga.
            -Tú no te preocupes por nadie, haz lo que quieras hacer. Me acuerdo de Cedric como si lo hubiera conocido ayer ¡qué mono es! Y con todos mis respetos, está muy bueno, la verdad. Pero… supongo que me van más los pálidos-se rió.
            -Él también es pálido a su manera. No tiene la piel muy morena, que se diga-discutí.
            -Hombre ya, pero… el mío parece una especie de vampiro. El tuyo, en cambio, no. Al menos no me parece que tenga la sangre de horchata, no sé si sabes lo que quiero decir.
            -Lo sé perfectamente. Venía a preguntarte algo, pero estoy siendo un poco paranoica la verdad. Desde que soñé contigo despertaste mi curiosidad.
            -Pero… ¿qué decía yo en ese sueño, eh?-curioseó-Dímelo ya.
            -A ver, estabas hablando con mi hermana Danielle sobre la buena pareja que hacíamos Cedric y yo… Fuego y Hielo.
            -No quiero saber quién es quién-musitó con sarcasmo, negando con la cabeza.
            -¿Ni siquiera te lo imaginas?-le sondeé.
            -Hace más quién quiere que quién puede.
            -Te equivocas. Un ciego quiere ver, pero no puede, por lo tanto no ve.
            -Pero eso es diferente, Bethanie. Además… prefiero hablar de otras cosas. ¿Cómo te va la otra vida, la no sentimental?
            -Pues mal, porque Drake cree que me quiere. Me lo dijo el otro día en mi fiesta-musité con desagrado. Estalló en una carcajada.
            -¡Vaya cómo ha tardado el chico! Creí que no te lo iba a decir nunca-dijo entre risas. Le puse ojos graves. Esto de los sentimientos de Drake hacia mi iba a traer mucha cola.
            -¡Ah, ¿tú ya lo sabías?! ¿Desde cuándo?
            -Jope, Bethanie. Todos los de la pandilla lo sabíamos, no obstante. Era obvio que sentía algo por ti, se preocupaba más de lo necesario. Incluso era un poquito pesado hablando de Bethanie Burton a todas horas.
            -No quiero ni imaginármelo-susurré.
            -Bueno, Bethanie. Ha sido un placer verte pero tengo que irme a una pequeña reunión. Formo parte de una hermandad-dijo, levantándose-Espero que nos veamos muy pronto. Suerte con Cedric y también con Drake. Espero que te deje vivir feliz.
            -Yo también lo espero. Gracias Nicole-me sinceré-Aquí la que sale sobrando soy yo. En octubre volveré a la universidad.
            -Adiós, chica. Cuídate mucho.
            Le sonreí.
            -Igualmente-añadí.
            Salí por donde había entrado. Esta charla con Nicole me había ayudado mucho. Ella también era humana, no de piedra como en ocasiones pude pensar. Ella también quería formar una familia con alguien, casarse, tener sus hijos. Ojalá algún día pudiera imitarla.
            Afronté con decisión mi vuelta a Shadows. Prueba superada.

Capitulo 6: Fuego y Hielo

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Tuve la suerte (o la desgracia) de que se me apareciera Nicole en sueños. Hacía mucho que no la veía, incluso la extrañaba. Puede incluso que estuviera sufriendo lo que ella misma había apodado como trastorno obsesivo por Nicole Clouds. El caso es que, de un modo u otro, la vi. Y encima, estaba en los pasillos del instituto hablando conmigo mientras nos dirigíamos a clase de física. Llevaba los libros bajo el brazo, y en la mano tenía apuntado el principio de conservación de la energía.
            -…Como te decía, están hechos el uno para el otro-fue lo primero que oí cuando empecé a escucharle.
            -¿Quiénes?-inquirí, confusa.
            -Pues Cedric y Bethanie ¿De quienes estamos hablando, sino?-me aclaró con tono persuasivo.
            -Yo soy Bethanie…-titubeé. ¿Cómo podía hablar en tercera persona del plural, si estaba hablando con la chica interpelada?
            -Sí, y yo soy Blanca nieves. ¿Dónde estarán mis siete enanitos? Me parece que me los he olvidado en casa. Luego iré a por ellos, pueden haberse enfadado conmigo-me contestó con sarcasmo.
            Me miré en una de las ventanas. Mi aspecto era muy distinto. Tenía el pelo rubio, los ojos grises y, y… era clavadita a mi hermana Danielle. No sabía que ella fuera amiga de Nicole.
            -¿Y por qué dices que hacen buena pareja?-le pregunté, desconcertada.
            -Me tomarás como una exagerada y poeta en potencia, pero la verdad es que polos opuestos, se atraen. Deberías saberlo, eres su medio hermana.
            >>Cedric es como un zafiro. El color azul expresa bondad y transparencia, inocencia y juventud, frío y belleza. En cambio Bethanie es… es… como un rubí. El rojo significa calor y carácter, pasión arrolladora y… pues también belleza, pero más fuerte. La mezcla perfecta entre fuego y hielo… Lo mejor de todo es que son personas completamente contrarias, pero exageradamente iguales.
            -Ah, vale-decidí callarme. 
                No tenía mucha idea sobre el significado de los sueños, en realidad nunca me había preocupado por ese tema. Tenía una opinión muy particular respecto a eso. No era de las personas que recuerdan los sueños eternamente. Simplemente los olvidaba, y no dejaba que pudieran influir en mi forma de pensar. En realidad, tenía recuerdos vagos de ellos al levantarme. Solo me acordaba de la parte fundamental, o a veces solo de pequeños e insignificantes detalles.
                Empecé a esforzarme en imaginar cómo continuaba el sueño, y las imágenes de este se intercalaban con la claridad que entraba por la ventana de mi habitación. Y de repente, todo el esfuerzo se desvaneció. Estaba despierta. <> me dije.
            Ante ayer había sido un día muy intenso. La fiesta, los sentimientos de Drake Marsden hacia mí, y… Cedric. Sobre todo ese chico llamado Cedric Bradbury.
            Me levanté de la cama con decisión. Hoy era domingo. Mi día menos favorito de la semana. Hoy era el día en el que Cedric iba a saber todo sobre mí.
            Para mi sorpresa, el escritorio estaba tal y como lo había dejado el viernes pasado, con la hoja arrugada en la que había escrito mis pobres ocurrencias y preocupaciones. Antes mi vida quizá fuera demasiado simple, pero ahora estaba dando saltos estratosféricos. Aún tenía el bolígrafo sin tinta más otros dos que había comprado a lo largo de la semana.
            Ayer, en cambio, fue un día muy breve. Me levanté a las cuatro de la tarde, y mis hermanos y Alex poco después que yo. Los amigos de Alex, Rasta y Richard, habían ido a la terracita que mi Danielle y yo teníamos preparada. Mi hermana se pasó toda la velada bailando con Robert Bale y James bailó con Kelly Preston. Puede que nadie recuerde nada de lo que pasó por el alcohol, y en eso me incluyo a mí. Solo me acordaba de la charla con Cedric después de hablar con Drake y tengo ciertas lagunas de lo que pasó después.
            Mi padre nos llamó para cenar a las seis. Danielle y yo comimos en pantalón de chándal con la camiseta del pijama y James y Alex en calzoncillos. A mi hermana le hizo gracia eso, era como si jamás hubiera visto a un chico de esa guisa. Yo también me reí, pero de ella a decir verdad. No se lo tomó mal.
             Me dirigí hacia la cómoda como todas las mañanas. Saqué un pantalón vaquero y una camiseta blanca de tirantes. Supe que iba a hacer un poco de fresco aunque estuviéramos en verano, asique busqué una camisa con cuadrados blancos y azules de manga corta. Me decanté por las simples zapatillas de cordones de siempre.
            Bajé las escaleras tan deprisa como pude. Cogí las llaves del coche del taquillón y abrí la puerta de casa. Observé el vestíbulo donde se había desarrollado la fiesta hace dos noches. La casa estaba desierta, no se oía ni un ruido. Mi coche estaba aparcado fuera, como lo había dejado el miércoles.
            Prendí el estéreo. Empezó a sonar un remix de todos los éxitos del año pasado, muy movido. Las manos me resbalaban en el volante de lo nerviosa que estaba. Había quedado con él en un sitio muy cerca de aquí, al cual se iba por un camino de piedras y tierra mojada.
            El sitio lo había elegido él, era un paraje que yo apenas conocía completamente escondido y siendo franca, alejado de la mano de Dios. ¡Parecía mentira que conociera mejor Shadows y sus alrededores que yo! Vale, llevaba viviendo aquí toda mi vida. Era el típico mirador de las películas en el que las parejas dejan sus coches para ver desde ellos las estrellas y la ciudad iluminada. Sería mejor ir allí por la noche, pero seguramente estaría plagado de gente, asique decidimos reunirnos a las doce y eran las once y media. Estaba segura de que me perdería, y aquello era lo peor que podía pasarme.
            En la radio comenzó a sonar una canción completamente desconocida cantado por un grupo muy conocido. Empezaron a sonar los primeros acordes con la guitarra eléctrica. ¡Pero qué estaba haciendo! Tenía que concentrarme más en mí, mí… cita con Cedric, aunque no fuera ese el término adecuado. El quería que yo se lo contase todo sobre mí, pero yo no estaba acostumbrada a sincerarme con una persona a la que acababa de conocer hace poco.
            Aparqué entre dos árboles, de tal manera que nadie vería mi coche desde abajo. Me bajé del coche, guardé las llaves en el bolsillo del pantalón y salí a la explanada desierta.
            El suelo estaba árido, parecía un paraje en medio del desierto. Desde allí, eso sí, podía observarse una vista preciosa de Shadows. Es increíble como una ciudad nada especial podía convertirse en una belleza cuando la contemplabas desde un ángulo distinto al que estás acostumbrado. Sentí unas manos sobre mis ojos.
            -¡Eh, tú!-exclamé intentando quitármelas de encima.
            -Mmm… ¿qué?-me respondió, dubitativo.
            -Parece que ya te recuperaste de la borrachera. El… el viernes estabas muy… para allá-titubeé con inseguridad, aún con sus manos sobre mis ojos.
            -Y tú también-me reprochó. En su voz se podía distinguir un matiz de diversión.
            -¿Vamos a estar así todo el día?-inquirí ligeramente molesta. Estar ciega me hacía indefensa, no sabía cuál era su expresión facial o qué estaba pasando a mí alrededor.
            De inmediato me quitó sus manos. Me di la vuelta para enfrentarme con él. Leí sus ojos; había mucha felicidad en ellos. Arrimó su cabeza a la mía, y yo le esquivé. ¿Por qué hacía eso, intentar besarme?
            -¿Qué estás haciendo?-me apresuré a preguntar.
            -¿No recuerdas nada de lo que pasó el viernes a eso de la medianoche?-preguntó extrañado.
            -No, ¿de qué debería de acordarme?
            Pareció desconcertado. Se apartó bastante de mí, poniéndose a un poco más de dos metros.
            -De nada, no te preocupes-me tranquilizó-Supongo que… lo he soñado.
            -¿Qué has soñado?
            -Nada, tranquila. Jolín, cuando quieres ponerte pesada… lo consigues de verdad, Bethanie-masculló con voz molesta.
            -Está bien, Cedric. No hemos venido aquí para comenzar la primera pelea asique… tú dirás.
            Se sentó en la tierra. Tampoco importaba mucho, sus pantalones vaqueros eran negros. Llevaba una sudadera de gris, que a decir verdad no le quedaba muy bien con su piel bronceada. Sus deportivas eran blancas con rayas negras. Me senté junto a él.
            -¿Por qué has decidido venir aquí?-pregunté, mirando al horizonte.
            -¿Te acuerdas de lo que pasó el viernes por la noche, después de que hablaras con Drake?-inquirió.
            Miré al vacío, intentando rememorar. Recordaba imágenes distorsionadas de la fiesta, cuando Drake me dijo que me quería, la mueca de horror que puse al saberlo, y luego, de manera muy borrosa, recordé mi conversación con Cedric Bradbury.
            -¿Tu hermano murió en un accidente de moto, verdad?-me aseguré-Cuando tú tenías doce años.
            -Sí.
            -¿Y tu madre te dejó tirado porque se sentía culpable, no es cierto?
            -Veo que te acuerdas perfectamente. Pero… ¿no te acuerdas de lo que pasó luego?
            -Mmm… no, ¿qué pasó?
            -Nada, no te preocupes-me tranquilizó de nuevo-Hoy eres tú quién tiene que responder a mis preguntas-me recordó con un tono un poco brusco.
            -¿Qué quieres saber?-le pregunté con recelo.
            -¿Por qué odias tanto a tu padre? ¿Y por qué te peleaste de manera tan brusca con Drake, si sois tan amigos?
            -Yo no odio a mi padre, Cedric. Nunca podría odiarle, por mucho mal que me hiciese. George es… es como es, y tengo que aceptarlo porque ahí está la cosa. Y en cuanto a Drake, pues… supongo que fue porque no le presté la atención suficiente, no le dije la verdad en su debido momento-farfullé.
            >>Me acuerdo perfectamente de ese día. Mis padres empezaron a discutir el cinco de Agosto. Al principio me pareció que era lo típico, una pareja riñe porque no tiene las mismas opiniones de determinadas cosas, pero… aquello cada vez se volvía más insoportable-me reí sin ganas-Aún con la puerta cerrada de mi habitación y oyendo música a todo volumen se oían sus gritos. Danielle y James estaban preocupados, porque de medio a medio James no conoció a su madre porque murió en el parto y la madre de Danielle desapareció, se fue a otro sitio sin llevarse a su hija porque creía que con mi padre se criaría mejor.
            Me detuve. ¡Había tantas cosas que tenía que contarle! Para él mi vida no era aburrida, en cambio para mí, era un pequeño charco de pocas sorpresas.
            -Azora Dempsey, es decir, mi madre, fue la mujer que más tiempo duró junto él. ¡Diecinueve años!-sacudí la cabeza-Aquello era algo de locos. ¿Qué había pasado con esa vieja teoría del amor para toda la vida? Comprendí que eso no era más que un caso inédito, que solo se producía en dos de cada veinte personas.
            >>Se suicidó. El padre de Drake llamó al mío para decírselo. Lo superé rápidamente, decidí que una persona que se suicida es una cobarde, aunque fue mi padre el que se encargó de meterme esa idea a presión en el cerebro. Después de que pasara una semana, mi abuela Margaret vino a vivir a nuestra casa. Ella tampoco es trigo limpio, no sé que le pasó con un alemán o algo, pero el caso es que pusieron carteles con su foto por toda Alemania, además era la época de Hitler… No sé, de todos modos, pienso preguntárselo.
            Me miró casi boquiabierto. Me reí entre dientes, pues a él le estaba causando emoción una vida de locura de una persona demente como yo.
            -Hay tantas cosas que yo no sé, Cedric… no tengo idea del pasado de Margaret, ni de los negocios que hace mi padre para estar tan podrido en dinero… Ni tampoco se la verdadera razón por la cual Azora se suicidó. James aseguró que eran como el fuego y el hielo, pero no le quise creer-esa mención me recordó a mi sueño de esta noche. Fruncí el ceño- Margaret y George me obligaron a dejar mis estudios universitarios para permanecer más tiempo en casa.
            >>Al principio me contaron una trola, de esas que a la primera de cambio te das cuenta de que son mentira. Me dijeron que no estaban seguros de que me encontrara con ánimos de volver a la universidad. Al principio exclamé: ¡Pero si soy yo la hija de la difunta, seré yo también quién decida si puedo estudiar o no!-me reí, esta vez incrédula- Y luego me dijeron que era la culpable de su muerte porque no la había hecho entrar en razón hablando con ella. Asique… ya ves tú. Lo ingenua que George y Margaret me creían-suspiré-Y ya está. Ese es el relato de mi vida hasta que te conocí a ti, que fue el día que decidieron soltarme.
            -Vaya, lo siento- se disculpó con sinceridad. No tenía ni idea de que hubieras pasado por todo eso. Al fin y al cabo, estuviste en tu habitación seis meses. Pero… ¿qué te pasó con Drake? ¿Por qué os peleasteis?
            -Me estuvo escribiendo e-mails durante esos seis meses y no se los respondí. Se enfadó conmigo porque creyó que le había olvidado.
            -Y ahora él te quiere…-musitó con un ligero enfado.
            -Eso es lo que dice él, pero estoy segura de que no es verdad. ¡Él estuvo con Chelsea! No me quiere para nada. Solo está confuso.
            -Lo dices como si tuviera quince años en lugar de veinte.
            -Todavía tiene diecinueve, asique no cantes victoria-le reprendí con tono cómico.
            -En realidad, yo aún no he cumplido los veintidós.
            -¿Ah, no?-pregunté- Bueno, no te ofendas, pero… parece que tienes los mismos años que yo. En un principio lo creí, creía que tenías diecinueve años.
            -¿Tan joven parezco?-quiso saber, riéndose.
            -Sí, pero siéntete alagado. A cualquier chica le hubiera gustado que le quitaran dos años.
            -Tú lo has dicho, a cualquier chica. Pero yo no soy cualquier chica, soy un chico y tampoco soy cualquiera.
            -Tienes razón, eres especial-contesté con sarcasmo. Me sonrió.
            -Me caes mejor de lo que me imaginé en un principio-suspiró.
            -¿Sí? ¿Y qué te imaginaste en un principio de mí?-le pregunté con los ojos entrecerrados.
            -Cuando te conocí en el bosque tenías la expresión más desorientada que vi en toda mi vida, creí que te habías perdido. Luego me respondiste con esa brusquedad que… ¡manda narices! Parecía que ya me odiabas y todo.    Comprendí que solo estabas asustada, y me observaste con una mirada de “no confío en ti” que me dejó paralizado. No era para menos, la verdad. Debiste de pensar que te iba a secuestrar o algo así.
            -Tú lo has dicho. No era para menos. Pero te perdoné enseguida. Eras la primera persona ajena a mí familia que veía después de seis largos meses-le confesé mirándole fijamente, sonriéndole.
            -Y fue ese carácter el que hizo que pudiera bromear contigo sin apenas conocerte. Luego nos encontramos en Darkshire, en aquella tienda y…-resopló-me asustaste mucho, de verdad. Tenías una mirada tan triste que me enterneció y puede sonar cursi o incluso empalagoso, pero… solo después de que conocieras a mis padres  me di cuenta de que no eras una chica; sino la chica, la alocada adolescente que tiene un amigo que come bombones para no deprimirse-se rió con todas sus ganas, y yo solté una carcajada.
            >>Vi esa mirada, esa sonrisa que me volvió loco. Tienes unos ojos especialmente hermosos ¿no te lo ha dicho nadie nunca? Un color que oscila entre marrón claro y verde oscuro. Y tus pestañas son las más largas que he visto jamás. Esa carita ancha, graciosa y afilada a pesar de tener mofletes-dijo explorando mis ojos, no me ruboricé por los pelos- Esos ojitos rasgados pero grandes que te caracterizan y en cuanto a tu pelo ¡dios santo! Tiene un color raro y extraño que en la vida vi, y mira que hay decenas de pelos marrones. Pero el tuyo es especial.
            Le observé fijamente. Me mordí los labios, miré para otro lado y luego volví a posar mis ojos en él. ¿Un poquito? No. Él también era el chico.
            -Tú tampoco te quedas atrás-refuté casi inconscientemente-Cuando te vi por primera vez en el bosque me sentí molesta e incómoda. Pero luego decidí que yo no era así, que no podía tratarte de manera tan grosera ¿qué impresión te llevarías de mí? No te merecías eso, aunque si es verdad que me metiste un susto de muerte y creí que me iba a desmayar. Llevaba seis meses sin sentir nada, exhausta y sin poder decir lo que sentía. Nadie me hacía caso. Pero apareciste tú.
            >>Cuando nos encontramos en Darkshire te juro que sentí tantas cosas que… Drake acababa de llamarme bicho raro y encontrarme contigo fue como un rayo de sol en un día nublado. No me lo podía creer porque eras tú, Cedric Bradbury. En la cafetería me sinceré bastante contigo y bromeamos juntos. Esa tarde me reí mucho y por un momento el vacío que habían dejado Drake y mi madre desapareció.
            Me detuve un minuto para coger aire; me estaba entusiasmando demasiado, pero no era para menos.
            -Encontrarte fue mejor de lo que me imaginé. Te invité a la fiesta y me pareció que sería el mejor momento para conocernos definitivamente. Pero antes de que fuera, me presentaste a tus padres, me llevaste a tu casa y me enseñaste cosas sobre automóviles. Comprendí tu propia visión del mundo y espero que tú hayas comprendido la mía y ojalá que no te pareciera demasiado anormal. Voy a trompicones por la vida, tengo miedo a las montañas rusas y formo parte de una-sacudí la cabeza.
            >>Yo tampoco nunca había visto unos ojos así. Tan abiertos, tan atentos. El color que se puede ver en ellos no es nada del otro mundo, es un marrón chocolate cualquiera, pero tus ojos combinan de maravilla con la piel bronceada y el pelo moreno. Exteriormente eres genial, un chico guapísimo, el mejor de todos. Pero interiormente, cuando se te conoce bien y puede que me esté precipitando porque no te conozco tanto como me gustaría, eres una magnífica persona. Tú también eres especial, la persona más especial del mundo, esa que me ataca al sistema nervioso como una droga a la que solo yo soy adicta y vulnerable.
            Sonreí. El también se reía, se me iba acercando más, iba disminuyendo la distancia entre nosotros. Cuando lo tenía a menos de seis centímetros, me atreví a añadir:
            -Solo han hecho falta dos semanas para que esto se produjera.
            -¿El qué?-inquirió, confuso.
            -No te quiero, al menos no de la manera que quiero a Drake. No me gustas, ni poco ni mucho, nada-le miré fijamente a los ojos, me volví valiente. Esperó- Es un sentimiento que jamás había sentido con nadie. No sé ni cómo explicarlo, creo que es amor, pero no me atrevo a dar nada por sentado.
            Miró al vacío, riendo entre dientes. Luego volvió a mirarme con sus penetrantes ojos. Tragué saliva. Pareció nervioso. Suspiró de nuevo.
            -Quererte es poco comparado con lo que siento por ti…-musitó al fin. Me conmoví.
Se echó encima de mí, dejándome atrapada contra el suelo. Me besó los pómulos, la barbilla y por último los labios. Él estaba tan nervioso como yo. Sonrió mientras lo hacía, pasé las manos por su nuca, agarré la capucha de su sudadera y le enrosqué los dedos por la parte no engominada de su pelo.
Este sabor de boca me recordó a algún otro que yo había experimentado alguna vez. Sí, yo había besado estos labios antes. Ahora… ¿Cuándo? Era una de las cosas que tenía que preguntarle.
-Este no es nuestro primer beso, ¿verdad?-le pregunté cuando me dejó respirar. Seguía encima de mí.
Negó con la cabeza mientras esbozaba una sonrisa deslumbrante. Volvió a besarme.
-¿Cuál fue el primero, entonces? Cuando, más bien-inquirí de nuevo.
-Otro día te lo diré. Te contaré todo lo que pasó la noche del viernes dieciocho de Junio. El día de tu fiesta.
Sus labios volvieron a posarse sobre los míos.
La mezcla perfecta entre fuego y hielo… Lo mejor de todo es que son personas completamente contrarias, pero exageradamente iguales.