Me encontraba enredada en una de esas situaciones en las que no puedes mover ni un músculo, incluso sientes que llamas la atención solo con respirar. El corazón me temblaba, propiciando latidos más fuertes de los que mi cuerpo podía aguantar y la sangre me ardía de una manera exagerada bajo la piel. No era agradable sentir que explotarás de un momento a otro. Nunca lo había sido.
Sentía cosas que estaban más allá de cualquier otra sensación que hubiera experimentado jamás. Me preocupaba el comportamiento de mi cuerpo, ya que no sabía cuánto iba a aguantar de esta manera. Era como si esto ya lo hubiera vivido antes, solo que de una manera más suave en cuanto a la experimentación de emociones que sacudían mi cuerpo de arriba abajo sin descanso. Solo la idea de sentirlas casi dolía.
Observé fijamente el asfalto que formaba el suelo. Tenía pequeños cuadraditos, era oscuro y supuse que sería de alquitrán. Suspiré, y alcé la cabeza nuevamente. Le miré con cautela, dispuesta a salir corriendo de allí cuando menos se lo esperase. Era una treta perfecta hacerle creer que no tenía miedo, pero mis ojos decían lo contrario.
Casi se podían oír los latidos de mi corazón. Abrí los ojos como platos antes de decidir que iba a verle por última vez si me salía bien la huída. Me devolvió la mirada propiciando una sonrisa de oreja a oreja. Fue entonces cuando me jugué mi última carta, comencé a correr. Intenté cruzar la carretera, pero ni siquiera llegué hasta ahí. Solo él sabe lo que hizo para detenerme.
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