Capitulo 1: Tic...Tac...

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Intenté describir cada metro de mi habitación sin mirarla. El suelo estaba hecho de madera de haya oscura y las paredes eran de yeso pintado de color vainilla. Al lado izquierdo de la puerta había una cómoda, encima un reloj colgado de la pared y justo enfrente de esta mi cama. La cama tenía una colcha gris, con los cojines violetas y los barrotes del cabecero blancos. Encima de la cama había un cuadro de París en blanco y negro, con la torre Eiffel iluminada. Enfrente de la cama estaba la ventana cuyo alfeizar era de madera, que era donde estaba sentada. Y la mesa del ordenador estaba en el medio de la otra pared, a mi derecha. Observé la habitación; no me había equivocado.
        En ocasiones normales, solo me habría faltado la alfombra, pero había decidido guardarla en el cajón más bajo de la cómoda. Era peluda de color blanco. Me harté de verla hace pocos meses y decidí que lo mejor sería quitarla de ahí. Aún me alegro de haber tomado esa decisión.
       Cuando tienes un secreto que crees que puede ponerte en apuros, o avergonzarte delante de la gente que quieres, intentas no sacar el tema que te lleve a contar dicho secreto o al menos, intentas disimularlo lo más posible. En cuanto a emociones, nunca se me ha dado bien fingir. Ahora, si tenía que decir algo que no era verdad y que solo se corroboraba con palabras, podía construir mentiras muy elaboradas… No estaba precisamente orgullosa de eso.
         Desde hace pocos meses, mi vida se había vuelto un auténtico caos. Mi madre, Azora, se había muerto en circunstancias extrañas hace uno o dos meses. En realidad, no lo sabía con exactitud. Aún recordaba las discusiones de mis padres antes de que se muriera. Mi madre se caracterizaba, al igual que yo, por tener un carácter débil e ingenuo. La franqueza, o decir cosas que pueden herir a otra gente demasiado a la ligera, lo había heredado de mi padre.
       George Hurtley era un hombre que tenía un alma muy incomprendida. Es más… ni siquiera sabía si tenía alma. Hablaba y decía cosas más fuertes de lo que en realidad eran, exagerándolas al máximo con sus gritos y comparaciones. Antes de que mi madre muriera, discutía todos los días con ella. Cuando murió… yo me convertí en el sparring. Buscaba motivos para enfadarse conmigo de la nada, y no solo él, si no que todas a las que consideraba mis amigas.
      Cuando Azora murió, la madre de George, es decir, mi abuela Margaret, vino a vivir a casa. No sabía mucho de ella, le importaba un comino mi vida desde siempre. Danielle le importaba solo un poquito más, pero no se notaba. Me di cuenta poco después de que James era un caso completamente a parte.
        Danielle, o Elle como solíamos llamarla James y yo, era la hija del segundo matrimonio de mi padre. El nombre de su madre era Catherine Mary Cohen. La madre de mi media hermana aún estaba viva, pues le mandaba cartas cada mes a su hija desde hace quince años. Mi abuela, que tuvo la experiencia de vivir durante un año con Catherine, decía que era una persona rara a la cual le gustaba todo lo relacionado con la muerte y lo tenebroso. La acusaba incluso de hacer brujería maligna, y siempre llevaba un moño alto en la cabeza. Honestamente, a mí no me gustaría guardar ningún recuerdo de una persona así, aunque fuera, en su caso, la madre de mi segunda hija.
No conocía el contenido de esas cartas, y la verdad era que me eran completamente indiferentes. En realidad, le llegaban casi a escondidas ya que mi padre no tenía ni idea de ese hecho. Francamente, nadie excepto ella y yo sabíamos eso. Además, yo no lo sabía porque había salido de su boca, si no porque una de sus cartas se encontraba accidentalmente en mi escritorio. No dije nada ya que eso significaría problemas para Danielle, asique guardé su secreto. Me lo agradecía cada día.
James había sido el fruto del primer matrimonio de mi padre con una señora adinerada llamada… Evelyn Wastford. Murió al nacer James, por lo que no se acuerda de ella. El único que tenía datos era mi padre, pero pasaba de hablar del tema. Así hacía George cuando no quería hablar de cosas; huía de ellas, cambiaba de tema antes de soltarnos alguna mentira. Yo lo prefería así. Elegía la manera de mi padre para no hablar de las cosas.
Dejé mis estudios universitarios por culpa de mi padre y mi abuela paterna. Creían que Danielle, James y yo debíamos de permanecer en casa hasta que la gente olvidara la muerte de mi madre.
Aún recordaba los días anterior y posterior al entierro de Azora, pero sobre todo, el día del acontecimiento, o cuando avisaron a George de que había muerto. Me acordaba de cada detalle y de todas las personas que me expresaron sus condolencias aquel día. Por eso sabía que la gente no iba a olvidarlo fácilmente.
Todo empezó un día de Diciembre, dos meses después de que empezaran a discutir…
-Tu madre se fue hace cuatro horas sin decir nada-me avisó mi padre cuando llegué a casa después de pasar toda la tarde con mi viejo amigo Drake Marsden.
Yo insistí en que la llamara al móvil, pero él no quiso. Por un momento, me pareció que le convenía más que estuviera desaparecida, pero desterré esa idea de mi mente. Intenté ir a buscarla, pero él no me dejó. Un cuarto de hora más tarde, sonó el teléfono. No era una persona cotilla, pero lo descolgué a sabiendas de que él lo había cogido. Era el agente Marsden, el padre de Drake.
-¿Sí?-respondió mi padre.
-Señor Hall, le hablamos desde la comisaría. Me resulta extremadamente difícil decirle esto, pero… su mujer… hemos encontrado el cuerpo en medio del camino para acceder a las Barred Falls.-musitó con voz apagada. Estuve a punto de colgar, pero seguí escuchando. Empecé a respirar irregularmente.
-¿Cómo?-inquirió mi padre, atónito.
-¿Quiere venir a reconocer el cadáver?
-No creo que sea capaz, pero me gustaría darle un funeral en condiciones.
-Es lo más prudente.-aprobó el agente- Bethanie… yo perdí a mi madre a los diez años y lo pase muy mal.
-Muchas gracias por avisar, agente.-agradeció mi padre.
-¿Para cuándo querrían…celebrar el entierro?
-¿Mañana sería muy precipitado?-preguntó mi padre.
-Dígamelo usted.
-No, tan solo tengo que hacer una llamada a mi suegra. Ella se encargará de…llamar a todos los conocidos y amigos de mi difunta esposa.
-Mañana, pues.-aceptó el agente-¿Quiere que nuestro forense le haga la autopsia?
-No, por favor. Ustedes encárguense de…preparar el cuerpo. Carguen el importe del ataúd a mi cuenta bancaria. Usted sabe cuál es.-le aseguró.
-Le acompaño en el sentimiento, señor Hall. Tuve el placer de conocer a su esposa y era realmente encantadora. Dele el pésame a Bethanie de mi parte. Mi mujer, Drake y yo estaremos a su disposición.
Mi padre rió sin ganas.
-Le vuelvo a dar las gracias. Gente como usted, agente, hace que este país sea más próspero.
-No hay de qué. Hasta mañana.
-Adiós.
Yo no iba a olvidarme de esa conversación nunca, ni aunque lo intentara, porque hay muchos factores que me hacían recordarla. Pero a él no le importaba yo, si no el “qué dirán”. No tuve el suficiente coraje en ese momento para decirle que se había suicidado por su culpa.
Al día siguiente fue peor, mucho peor. Descubrí que mi madre me había dejado una carta encima del escritorio, pero no la leí porque no quería entristecerme o atormentarme más, si es que se podía. Aquella noche dormí mal y tuve varias pesadillas…
Mi padre me apuró para que nos fuéramos lo antes posible a la iglesia. James y Danielle tenían mucha consideración conmigo, defendiéndome de mi padre cuando me decía que no me entristeciera tanto por la muerte una mujer tan cobarde. Empecé a marearme hasta tal punto que mi hermano tuvo que darme aire con un abanico para que volviera en mi. Elle se dedicó a sujetarme la cabeza.
Toda la gente que rodeaba la iglesia me resultaba familiar. Estaban mi abuela, mis padrinos, la mejor amiga de mi madre y su hija, amigos, conocidos y demás. Incluso Drake, que siempre era impuntual, estaba allí para abrazarme y consolarme. Siempre estaría disponible, pasara lo que pasara. Sin él, era como si me ahogara en un estanque.
Todo el mundo me miraba. Pasé a ser el centro de atención cuando salí del coche de George, un Audi A6 azul marino. Nadie miraba a mi padre, cosa que me extraño mucho. Yo era la hija, pero él era el viudo. Recuerdo que le observé una vez más, antes de ir a reunirme con mi abuela, la mejor amiga de Azora y su hija.
-Abuela-musité intentando que mi tono de voz pareciera más o menos feliz. No lo logré. Me abrazó y me besó en el pelo. Me sentí aliviada. Era muy fácil sentirse cómoda con ella.
-Bethanie, hija no te preocupes-me tranquilizó-Todos hemos pasado por esto alguna vez. La muerte de un ser querido afecta mucho, y más si se trata de tu madre la que ha muerto-su voz era amarga y podía percibirse un intenso matiz de dolor. Estaba aguantándose las ganas de llorar.
-Todo depende de la cercanía que tengas con esa persona-le dije con indiferencia cuando me dejó de abrazar.
-Lo siento mucho, Bethanie-se disculpó Zoe-Debe de ser horrible la situación que estás pasando.
-Ni te lo imaginas…-mascullé con desgana de nuevo. Resoplé.
-Sí que lo sé. Cuando murió mi padre hace ocho años no sabía qué hacer. Es normal la etapa de inactividad que atraviesas ahora. Todo el mundo la pasa.
            -De nada vale llorar o vestirse de negro.-agregó Azora, apoyando la tesis de su hija-Puede que esto suene sensiblero, pero cuando alguien a quien quieres muere, si lo estimas de verdad, siempre estará vivo ahí, en tu corazón.
            -Sois un gran apoyo, gracias. Pero no soy la única que lo necesita-protesté con tristeza-Aunque estuvieran a punto de divorciarse y las cosas no fueran demasiado bien entre ellos, mi padre está muy triste. Necesita también vuestro aliento para seguir adelante. Temo que el mío no sea suficiente.
            -Luego, en casa-me aseguró mí abuela-Ahora entremos a la iglesia. La misa por tu madre va a empezar.
            Pero durante todo el día no conseguí ver una expresión en la cara de mi padre cercana al dolor. No paraba de hablar de negocios con un grupo de hombres vestidos de traje negro y camisa blanca sin corbata. Supongo que estaría arreglando el testamento.
            También recordaba mis conversaciones con Drake. Todas las que tuve ese día. Era agradable poder contar con él en momentos así. Cuando todo estaba contra mí, Drake se unía a la lucha, poniéndose de mi parte y defendiéndome de todo. A veces incluso se comportaba con mucha más simpatía de la que me merecía.
            -Qué día más… no sé cómo explicarlo- a Drake nunca se le habían dado bien eso de las palabras para describir algo horroroso. A él le iba más lo cómico, hacerme reír.
            -No tengo nada, absolutamente nada. Solo a ti y a James y Danielle-recuerdo lo pastosa que había sonado mi voz cuando le dije eso.
            -Tu padre también lo está, Bethanie. Por eso no te preocupes-intentó tranquilizarme.
            -Te equivocas-refuté. Me observó, incrédulo.
            -Yo siempre estaré contigo. Aunque tu padre no quiera, siempre estaremos juntos y nunca nos separaremos. Te quiero mucho, preciosa-se sinceró. Le abracé fuertemente y él me devolvió el abrazo con el mismo cariño.
            Luego tuve una más breve con él por la noche. No era muy interesante, tan solo me conecté al programa de mensajería instantánea para ver mis correos y él me abrió conversación, pero me fui al instante. Necesitaba descansar.
            Después de todo aquello, sufrí como una especie de depresión. En realidad, sentí que estaba como vacía por dentro. Si me hacían algo malo, no me dolía. Cuando me daban una buena noticia, no sentía la alegría. Empecé a buscarle la lógica a todo lo que pasaba, y llegué a la conclusión de que el ser humano presumía de ser racional cuando en realidad no lo era.
            Y ahora estaba aquí, sentada en el alfeizar de la ventana viéndolo todo desde dentro. Me daban ganas de gritar, morir bajo las sabanas. Aunque no podía quejarme; mi padre se había encargado de aislarme del dolor, como encerrándome al vacío entre cuatro paredes.
            Para mí la vida siempre era la misma. Drake me enviaba dos o tres correos cada día, Margaret subía para darme la comida, George subía las escaleras cada noche para darme las buenas noches y mis hermanos estaban todo el día en sus habitaciones.
            ¿Qué por qué George nos quería tener encerrados? Pues no sé, y eso que llevaba queriendo preguntarle desde que mi madre murió. Supongo que es porque el tiempo pasa de manera traicionera para él.
            Pero no solo para él era un elemento mentiroso. También lo era para mí, pues conforme pasaban los minutos me sentía más mal  y con mucho mayor nivel de impotencia. Cuando algo va mal, siempre puede ir peor.
               El tiempo pasa rápidamente, antes incluso de lo imaginable. Cada minuto supone sesenta segundos más en nuestra vida, cada hora sesenta minutos pasados y cada día veinticuatro horas de sufrimiento o felicidad. Cada mes una nueva experiencia, y cada año una página más en nuestro álbum de recuerdos.
            Los momentos felices se pasan en un chasquido, casi sin darte cuenta. Cinco minutos de felicidad pueden durar un abrir y cerrar de ojos, mientras que un segundo de sufrimiento puede convertirse en una eternidad. Pero el tiempo, a diferencia de otras cosas que puedes reanudar, no vuelve y tampoco se queda estancado. Un mal día puede convertirse en una pesadilla, un simple fallo en un error del que estemos arrepintiéndonos toda la vida y un día bueno en el foco de esperanza que recordamos en los días nefastos para seguir adelante.
            Los malos se pasan despacio y lentamente, para que aprovechemos bien lo que es el sufrimiento. Si estás al lado de alguien en sus últimos minutos de vida, por ejemplo, te das cuenta de que no pasa rápido. Lo primero que pierde la persona moribunda es la sensibilidad; puede tener en la boca una cosa y ni siquiera darse cuenta. Lo segundo se podría decir que es la perdida de la razón; se empiezan a decir cosas irracionales. Lo penúltimo es el cierre de ojos continuo; te cuesta mantener la concentración mirando algo, como cuando estás tan cansado que no puedes tener los ojos abiertos. Y el proceso finaliza con ese último apretón, luego va un suspiro y… bum. El final.
Pero los buenos son tan rápidos que ni siquiera concibes dónde estás, que o quien te produce ese nivel de felicidad… te quedas sin orientación. En esos momentos tan felices, ni siquiera piensas en lo que pueda ocurrir mañana ni siquiera dentro de cinco minutos… porque ese momento será el único de toda tu vida en el que solo pienses en ti, nada puede ocupar tu pensamiento. Momentos felices se viven muchos, muchos a lo largo de la vida, pero solo uno de ellos te importará más que todos los demás. Aquel que estés recordando hasta el final.
La gente dice que antes de morir, o cuando estás en una situación peligrosa, sueles acordarte de todo lo que has vivido, incluso se pasan por tu cabeza las cosas de las que ya no te acuerdas. Mi concepción del peligro ya no era la misma de antes. Todo había cambiado en unos días, poniéndose mi mundo patas arriba mientras que mi cordura desaparecía por segundos.
Siempre habrá algo en tu vida que genere un antes y un después. Siempre te levantarás con la pregunta de ¿Qué pasará hoy? Siempre conocerás a gente que se porte mal contigo. Siempre te encontrarás a gente que no necesites. Y siempre, siempre habrá gente en tu vida de la que dependas más que de cualquier otra cosa.
La aguja avanzó para marcar y media, y un pitido me entró por el oído… mientras una sensación parecida al escalofrío me recorría el cuerpo y hacía que me sintiese como un puñetero flan. El tiempo pasa de manera irregular para todo el mundo, pero pasar… acaba pasando de un modo u otro. Para mí lo hacía de manera entrecortada.

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