CEDRIC BRADBURY
Esta noche no es como las demás.
Supe inmediatamente que no era como otras, que era distinta, diferente a cualquier otra. Mi primera tormenta en Shadows, mi primera tormenta enamorado de Bethanie Burton.
Nada volverá a ser como antes.
Desde que le dije a Bethanie lo que había pasado la noche de la fiesta, cuando ambos estábamos borrachos, me había estado evitando.
Hay cosas de las que no queremos hablar demasiado, y cuando lo hacemos es porque ya no podemos más. Durante toda mi vida me habían inculcado una serie de normas a seguir para no llamar demasiado la atención, para que hablaran de mí por cosas buenas y no por las malas. Se suponía que nadie era perfecto, pero al menos, había que intentarlo.
Tampoco había nadie normal. Si toda la gente fuera normal, seríamos perfectos, lo cual siempre será imposible. La perfección humana no existe, solo la divina, pero el deber de toda persona es rozarla continuamente, como había dicho Gandhi.
¿No fue Gandhi también el que dijo que todo lo que harás en la vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagas? El destino son las consecuencias, buenas o malas, de los actos que hacemos los humanos. Es como un dibujo; blanco y negro, color y toque final. Bien. Pues la vida era así: Acto, consecuencia y arrepentimiento o alegría.
Quise acercarme a la ventana, aunque en realidad podría estar pensando en cómo arrebatarle el balón de los pies al pijota que estaba corriendo delante de mí, yendo hacia mí portería. Dejé el mando de la consola en la mesa, dándole a pausa.
Su casa se veía desde mi ventana. Me asomé, un rayo recorrió el cielo y pocos minutos después, sonó el trueno.
Si hubiera sido menos tacaño con mis sentimientos, si le hubiera dado un poco más de cariño… Si se lo hubiera explicado de otra manera…
Era yo el culpable, tal vez ya no quisiera estar conmigo… Tal vez… Odiaba tener estas dudas, pero no podía evitarlo. Me carcomía la conciencia, tenía remordimientos solo con pensarlo.
La he cagado en redondo. Tengo que luchar por ella.
Entonces, de repente, oí un estruendo. Miré a mi izquierda, a la derecha. Nada. Pero cuando volví a mirar hacia la casa de Bethanie, me di cuenta de que estaba ardiendo. Me puse muy nervioso, fui hacia el armario y cogí mis zapatillas de deporte. Tenía que salvarla, no podía dejar que muriera así como así.
En ese momento sentí como un millón de sensaciones se apoderaban de mí. Estaban tan comprimidas y tan juntas que no conocía a la mayoría, pero sí que podía distinguir algunas. Furia, rabia, dolor, resentimiento, sospecha y la que más me preocupaba… ira homicida. Mi mente se quedó paralizada, y en un momento conseguí no oír nada. Estaba tan concentrada que ahora nada ni nadie podía desconcentrarme. Estaba disfrutando y observando esas ganas de venganza que se apoderaban de mi cerebro con una totalidad absoluta. Saboreé por última vez esos pensamientos inmunes e indemnes de dolor y furia, los últimos que tendría.
¡Mi razón de ser! ¿Cómo podía dejar que mi razón de ser muriera en un incendio? Reaccioné. Bajé las escaleras rápidamente, mis padres me miraron con cara excéntrica preguntándome:
-¿A dónde vas, jovencito?
-Quiero ir a dar una vuelta. La lluvia me sentará bien-respondí, sabiendo que la frase en sí no tenía mucho sentido.
Abrí la puerta de casa y la cerré de un portazo. Bajé las escaleras del porche demasiado deprisa. Eché a correr como si me fuera la vida en ello hacia la casa de Bethanie. Estaba arriesgando la vida por la persona que quiero. La quise, la quiero, la querré. Aunque ella no me quiera tanto como antes.
La entrada de su casa estaba interrumpida por tablas de madera atravesadas, llena de escombros. Cuando entré con esfuerzo, apartando las tablas de madera, grité su nombre.
-¡Bethanie!
No respondía. Ni ella ni nadie. Ahora, más bien, lo bramé.
-¡Bethanie!
El corazón me empezó a latir a mil por hora, los ojos se me llenaron de lágrimas, me puse nervioso. ¡Un incendio estaba destrozando su casa!
En ese momento, oí a una persona gritar.
-¡Cedric!
Subí las escaleras muy rápidamente. ¡La quiero salvar! No puedo dejar que se muera, tengo que salvarla.
Por favor, no te mueras. Eres mi razón de ser… busqué y busqué. No la encontré.
-¡¡Bethanie!!-volví a gritar, poniéndome la mano en la nariz para no aspirar humo.
Entonces, la encontré. Desmayada, con la cara toda sucia al lado de la puerta de su habitación. Su habitación estaba ardiendo. Su cuerpo sin vida, inconsciente, me llenó de cólera. La cogí en brazos.
-Bethanie, por favor, por favor…-rogué.
Seguía sin responder. La saqué de allí tan rápidamente como pude, corriendo.
A veces no queremos hablar. Cuando las palabras no bastan, cuando ya nada importa, cuando todo lo que decimos o expresamos no vale nada, entonces sentimos que nos queda no decir la verdad. Recurrir a la mentira. Empezar a guardar pequeños aspectos de nuestra vida que al principio nos parecen tonterías, pero luego se acaban convirtiendo en secretos. Que chachi es poder contar la realidad a tu manera.
-Estoy a oscuras-dije mirando al cielo-Por favor, ilumíname.
-No solo eres tú el que está a oscuras-susurró Bethanie, y luego volvió a dormirse.
Sonreí. No estaba muerta. No había muerto. Me pensé lo que iba a susurrar, y aunque ella no pudiera oírme, lo dije de todas maneras:
-Te amo.
Sabía perfectamente que eso era lo único que quería que dijera. Por una vez, no fue tacaño con mis sentimientos.
Me senté en la acera que había frente a su casa, mirando al bosque, con ella en brazos. Su cara estaba manchada con ceniza, no estaba acostumbrado a verla así. De nuevo, miré arriba, al cielo nublado y empecé a rezar:
-No me acuerdo mucho de ti, normalmente soy bastante hipócrita diciéndote que no creo en ti o cosas peores. Te pido que me perdones, si es que de verdad eres tan misericordioso como dicen. Ella me encontró, por favor. Que no le pase nada. Soy un humilde... muchacho que te pide que salves al amor de su vida. Por favor… que no le pase nada… que nunca me olvide… que sea feliz.
Volví a mirarle a los ojos. Tenía la mano posada en el vientre, como si quisiera protegérselo.
-Y por último, por favor te pido que tenga una vida dulce y placentera como resulta comer chocolate.
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