Capitulo 2: Cambios

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Bethanie:
No sé qué te pasa últimamente. ¿Por qué no contestas mis e-mails? ¿No ves que estoy preocupado? No te veo desde hace mucho, y no sé si estás viva o muerta. Por favor, respóndeme.
Drake
            Ese era el cuarto correo que me había mandado Drake en el transcurrir de esta semana. Miércoles, siete e-mails. Estaba batiendo su record personal. Le di a copiar y pegué el archivo en una carpeta que ponía Drake. Aún no me sentía preparada para contestarle. Examiné otro correo, también del miércoles. Aún me faltaban por mirar los del jueves y los del viernes, asique ya tenía el entretenimiento asegurado. Todos empezaban con lo mismo.
            Bethanie:
            No creo que te resulte tan difícil contestarme. Un simple hola me basta, solo quiero saber si estás bien. Me tienes realmente preocupado. Te ruego que me contestes.
Tu amigo, Drake
            ¿Amigos? ¿Qué clase de amigos éramos? El chico hace todo bien, es perfecto y siempre se preocupa por su amiga. Le manda e-mails hasta el cansancio y qué hace ella. No se los responde. Está encerrada en casa, y ni siquiera se lo cuenta a su amigo para que lo ayude. ¿Qué clase de persona era?
            Noté como los ojos se me llenaban de lágrimas. Cerré el e-mail, vi otro. Este era mucho más largo. Casi me contaba su vida. Lo abrí.
            Bethanie:
            Ojalá te dieras cuenta de lo preocupado que estoy por ti, pero sé que te estoy exigiendo demasiado. Por favor, no seas egoísta. Sin ti no hay ni diversión… sin ti mi vida no tiene chispa. Por favor, entiéndelo. Necesito saber dónde y cómo estás. Tal vez te hallas ido de Shadows, o quizás estés en Darkshire… o en algún sitio que ni siquiera conozco pero solo necesito una respuesta tuya para dejarte en paz. Te quiero muchísimo, preciosa. Por favor, no me falles y respóndeme.
Tu siempre amigo, Drake
            ¿Cómo podía ser tan idiota? Me decía que me quería continuamente, quería saber cosas de mí. Le estaba fallando, le estaba haciendo mucho daño y no quería. ¿Acaso era esta la amistad incondicional que le había prometido? Ni siquiera se acercaba. No pude seguir leyendo e-mails. Me odiaba a mí misma. Pero aunque quisiera, no le podía responder. No estaba preparada.
            Había tantas cosas que tenía que leer… la carta de mi madre, los otros correos de Drake, la prensa algún día…
            Comparé mi vida y esta situación con el futbol. En un partido importante, donde sabes que te juegas una copa o el pase a la final, das lo mejor de ti mismo, que siempre es mucho, pero lo que no puedas aportar lo completan los otros diez. Ves como el equipo contrario disputa ese partido con intenciones de ganar y tiene una estrategia casi infalible para intimidar a los del equipo contrario. Entonces, tu equipo juega mejor o peor, pero sigue guardando un pedacito de esa intención para cuando acabe el partido, que es cuando definitivamente puedes celebrar o llorar. Si gana tu equipo cuatro a cero y dos de los goles los metiste tú, no solo ganaste un partido si no que también un poquito de esa intención para el siguiente. Esa intención que reservas para el final se suma a la que obtienes cuando tu equipo gana un partido mayoritariamente gracias a tu acción sobre la portería.
            En este torneo, yo estaba completamente sola. Mi padre me tenía encerrada por razones… que no conocía. Eran cosas muy raras. Gracias a ellas, no podía contestar a Drake, porque mi padre minó mi confianza al máximo.
            Empecé a psicoanalizarme. ¿Cómo me sentía? Pues creía que era un árbol torcido plantado en el medio de un desierto, que no tenía palo en el que apoyarse porque todos estaban pillados.
En realidad, ni siquiera me consideraba una chica guapa o imprescindible para la humanidad, por lo que el mundo no se perdía mucho estando yo encerrada aquí. Mis ojos eran marrones claros, aunque últimamente se me habían aclarado; eran más verdes oscuros que otra cosa. No me gustaban demasiado, eran un poco rasgados. Uno de los parecidos que tenía con mi padre, la forma de los ojos. Pero las pestañas las teníamos largas, tanto las de arriba como las de abajo. Solo que a mí se me notaba más la aureola negra que rodeaba el iris.  En cuanto al color… no. Él los tenía azules.
En realidad, me parecía mucho a él. Teníamos la misma cara ancha y mofletuda, aunque yo tuviera una silueta normal. Pesaba cuarenta y nueve kilos y medía uno sesenta y seis. Además de la forma de la cara, teníamos unos labios carnosos y medio gruesos. Nuestras narices eran rectas y sin ningún tipo de bulto, ligeramente respingonas, pero la de él era mucho más que la mía. Mi nariz era pequeñita y recta, tan solo eso. La otra característica casi ni se notaba.
Mi pelo era un caso aparte. Tenía un color castaño entre medio y oscuro y me caía por los hombros abajo. Había unas finas mechas negras que iban desde la raíz de mi pelo hasta las puntas. La gente me llamaba morena de vez en cuando, pero solo cuando necesitaban dirigirse a mí sin saber cómo me llamaba. No era justo. Yo de pequeña era rubia de verdad, sin necesitar ningún tipo de tinte. No era liso exactamente, simplemente se me encrespaba con la humedad. Si no lo secaba con el secador, se me quedaba ondulado con algunos tirabuzones.
Notaba como la vida pasaba por delante de mí, desarrollándose con plena actividad mientras me ahogaba en mi propia soledad. Pasaban cosas, las estaciones, las personas se alejaban, la imaginación se apagaba… y mi corazón latía con un ritmo más débil conforme pasaban los días.
Me pasaba siempre en la misma posición, tumbada en el alfeizar de la ventana, de mi ventana. El paisaje que se podía observar desde ella me lo sabía de memoria. Un bosque enfrente de mi casa, que casi siempre estaba nevado, y una carretera recién alquitranada. La acera era de alquitrán; tenía cuadraditos y un color oscuro. Por la impresión, casi se podía adivinar que no era suave al tacto.
Mi vida era completamente una basura, no sabía para que… servía. Me sentía desgraciada por haber nacido y mis motivos para seguir viviendo no llegaban ni a cinco. Esto era como cuando en una película de terror todos los protagonistas están atormentados porque saben que van a morir. Pero al menos algunos de ellos mueren rápidamente y apenas lo sienten. Otros mueren lentamente y desean la muerte con toda su alma para no seguir sufriendo. Pero al menos ellos saben lo que va a pasar con sus vidas. Yo no sabía si iba a continuar en este estado de ausencia espiritual o si me iba a morir de tristeza.
Otras personas se iban a la cama a descansar cuando se encontraban en este tipo de situaciones, yo no. Llevaba varias noches sin dormir, no podía hacerlo de seguido.
Los primeros días fueron tormentosos. Cuando me iba a la cama por la noche y lograba conciliar el sueño por unas horas, me intentaba auto convencer de que esto era un mal sueño que iba a terminar dentro de unos minutos. Cuando cerraba los ojos tenía pesadillas que me impedían dormir, pero extrañamente seguía durmiendo y sufriendo. Al día siguiente, cuando me despertaba, creía que ya me había despertado de esta pesadilla y que todo era como antes, que mi madre estaba viva y que iba a poder abrazarme a ella. Pero duraba tan poco.
Los días eran eternamente malditos, desde que me levantaba en medio de la noche por una pesadilla hasta que me acostaba para volver a sufrir. Me sentía como si fuera una marioneta cuyo cuerpo no está conectado a la cabeza y se mueve por sí solo. Pasaban los días, y el dolor era cada vez más profundo. Lloraba más cada día y cada noche, me sentía más desgraciada y tenía más pesadillas. Al fin y al cabo… ¿Por qué todo era tan difícil? Cuando el mundo estaba contra mí, todo se ponía de parte del mundo. Pero cuando yo estaba contra el mundo, nadie se ponía de mi parte.
Con esto, me había dado cuenta de la terrible verdad. Ser feliz es un complejo, un falso invento. Solo puedes serlo por momentos. Es como las decepciones que se sufren por una causa u otra a lo largo de la vida. Mi primera decepción fue Santa Klaus. Desde entonces, fueron viniendo unas detrás de otras. Cuando eres pequeño, te llenan la cabeza de hermosas pero falsas expectativas que van cayendo decepción tras decepción. Te das cuenta de que tu mente está formada por pequeñas mentiras que han creado tu manera de pensar, e intentas darte cuenta de cómo has caído en esas redes.
La familia está ahí siempre, pues es lo único que no te va a fallar: tus seres queridos. Todos esos individuos que dicen ser tus amigos… ¿crees que darían la vida por ti? ¿Crees que no te delatarían para irse de rositas? Yo ahora no confiaba en nadie, me había vuelto en una chica llena de inseguridades.
Pero… ¿qué puedes hacer cuando tu familia está contra ti? ¿Luchas contra ella, o simplemente te rindes y dejas que te traten como un juguete? Por eso no me atrevía a enfrentar a mi padre o a mi abuela. Porque ellos tenían cogida la sartén por el mango.
Los meses pasaban, cada vez le tenía más miedo a la cordura y anhelaba que todo volviera a ser como antes... Y este acontecimiento había sido la mayor decepción de mi vida. De mí desgraciada existencia. Pero en algún sitio de mi interior había un pedacito de esperanza que se apagaba cada día más, pero gracias a ella podía seguir viviendo. Aunque fuera por poco tiempo.
Eso era lo que pensaba los primeros días. Luego, simplemente, dejé que el dolor me comiera, apoderándose de mí. No pensaba demasiado en mi encierro, sino en aquellas cosas que me hacían la vida lo más llevadera posible.
No salía de mi habitación para nada, únicamente para ir a mi baño, que estaba comunicado con mi cuarto a través de una puerta. Supuse que estaba encerrada con llave, ya que Margaret me subía la comida y se volvía a ir.
Un extraño sonido me atravesó el oído. Giré mi cabeza hacia la puerta. ¿Habían picado? Sí, alguien lo había hecho. Fruncí el ceño, extrañada. La persona que estaba al otro lado abrió la puerta, y pude verla. Era Margaret, mi… mi abuela. A la que le importaba un comino.
            Propició una sonrisa de oreja a oreja. No se la devolví. Yo seguía sentada en mí alfeizar, sujetando las piernas con los brazos. Me extrañó tanto su visita que estudié las posibilidades para salir de allí. Me lanzaría desde un segundo piso. Sacudí la cabeza disimuladamente, desterrando esa idea de mi mente.
            En ese momento me sentí extraña, como si me hubieran pegado una patada en las costillas. Alcé las cejas al formular esa comparación. Pero esta sensación era la más normal que había sentido después de varios meses.
            -¿Quieres venir abajo conmigo?-me preguntó con voz maternal. Luego volvió a sonreír-Te he preparado una apetitosa merienda.
            Le miré con cautela, formulando una pregunta con los ojos. Ella avanzó un paso. Yo no me moví.
            -Vamos-me animó-Sé que hemos estado separadas, pero podemos intentar comportarnos como una nieta y una abuela normales. Por favor, acompáñame.
            Me levanté. Su sonrisa se ensanchó, y se volvió aún más tierna. Estiró la mano para que se la cogiera, pero no lo hice, si no que la metí en el bolso. Pareció dolida, pero no le di importancia. ¿Qué por qué era tan parca con ella? Porque todo lo malo se pega, y yo le estaba dando una cucharada de su propio chocolate.
            Vi por primera vez en varios meses mi casa. Era tan linda… El techo era una cúpula de cristal que había encargado mi padre, igual a la del Titanic. Las escaleras eran de madera clara, y el pasamanos un poco más oscuro; la escalera se habría en dos para bajar al vestíbulo.
            Margaret bajó delante de mí, pues tenía miedo que en un intento de confianza mía me empujara para caerme por las escaleras. Estaré mal de la cabeza por pensar así de mi abuela, pero… ¿qué podías esperar de alguien que te ha encerrado durante dos meses porque cree que eres la culpable de la muerte de tu madre? ¿Cómo iba a esperar algo bueno de ella? Pues no. No podía confiar en Margaret, ni en George tampoco.
            -¿Y Danielle y James?-me atreví a preguntar cuando ya estábamos abajo.
            -En sus habitaciones. No han querido bajar conmigo-musitó casi para sí con crispación, pero luego relajó la cara cuando miró para mí.
            ¿Esto era optativo? Estudié las posibilidades para salir corriendo, como antes. No eran muchas. Me acabaría alcanzando. En cuestión de velocidad, aunque parezca mentira, era mucho más rápida que yo. No aparentaba los sesenta y cuatro años, en realidad podía dar el pego por una de cuarenta y pico o cincuenta. Sus arrugas no eran muy pronunciadas.
            Pero… ¿Qué estaba fallando aquí? Cualquier chica, o joven o niña o lo que sea, se alegraba de estar con su abuela. Sí, aquella que le hacía dulces, como bizcochos o galletas, le peinaba y le daba dinero cuando sus padres no querían darle la paga. Era como una cómplice, alguien que salvo en situaciones extremas nunca te fallaba. ¿Por qué yo no podía tener ese mismo derecho con mi abuela paterna?
            Vale, solo me tenía que conformar con Natalie, mi abuela materna. Ella sí que era lo máximo. Me llamaba todos los días para preguntarme como estaba, me enviaba dinero cada semana, me escribía palabras alentadoras en cartas que olían a fresa… Y me enviaba galletas de chocolate de vez en cuando.
            Me condujo hasta la cocina. La extrañaba. Las paredes eran de azulejo blanco brillante, el suelo gris y todos los electrodomésticos plateados. Tenía una isla por el medio, donde había una pequeña parte para comer y la otra donde estaba la vitro cerámica. Me invitó a sentarme en uno de los taburetes de la isla. Me senté, de nuevo con cautela. Así era como me tenía que comportar con ella. La observé con extrañeza mientras se volteaba para coger varias cosas que tenía en la lacena de mármol. Vi una taza. ¿Me estaría echando veneno?
            Rápidamente se dio la vuelta. Me estaba trayendo una taza de chocolate blanca y pequeña con un plato de tostadas con mermelada (creo que de fresa). Posó la comida delante de mí, con las manos temblorosas. Se sentó enfrente de donde yo estaba sentada, y de nuevo, me volvió a sonreír.
            -Venga, come. Sé que te estás muriendo de ganas-adivinó. Pues sí, tenía un hambre voraz, pero desconfiaba tanto de ella que estaba a punto de pedirle que la probara primero para ver si no se moría.
            -¿Por qué haces esto?-le pregunté, alejando a regañadientes, pero con mano firme, el plato y la taza.
            -¿Es así como me lo agradeces?-inquirió molesta. Fruncí el ceño y le dediqué una mirada excéntrica.
            -Yo no te lo tengo por qué agradecer. No te lo he pedido-le espeté con rudeza.
            -Ya lo sé cielo, pero ¿no ves lo delgadita que estás? Tienes que comer. Es una orden-me exigió con el rostro grave.
            -¿Sería mucho pedir que lo probaras tu primero?-la vacilé. El susto cruzó su rostro de arriba abajo. Me dieron ganas de reír, pero me contuve.
            -Esa broma no ha tenido ninguna gracia-me regañó con enfado.
            -¿A caso he dicho que era una broma?-pregunté plantándole cara.
            -¿Por qué me haces esto, si yo no te hecho nada?-inquirió con fastidio.
            -¿Qué no me has hecho nada? Mejor vamos a dejar las cosas así, ¿vale? Quiero volver a mi cuarto. Se me ha quitado el apetito.
            Me levanté tan rápido como pude y salí de allí. No toleraba a Margaret, era una de estas personas que me daba asco solo con verla. Subí las escaleras tan rápido como pude, me metí en mi habitación. ¿Pero por qué me hacía eso? Yo le importaba, claramente hablando, una mierda. Si me moría, ella no iría ni a mi entierro. Y si iba, estoy segura de que bailaría sobre mi tumba, aunque no sería la única persona que lo hiciera.
            Cerré la puerta y me puse en mi sitio de siempre, en el alféizar de la ventana. Me sentía como si me estuviera mudando. Cuando te vas a un sitio en el que aún nadie te ha visto… todo es maravilloso. Puedes empezar siendo como tú quieres ser, ya que nadie te conoce. Nadie te formulará esas preguntas de ¿Quieres parecerte a alguien? o ¿Qué te ha motivado para cambiar tanto? Odiaba que me hicieran esas preguntas. Cerré los ojos y sacudí la cabeza.
            Cuando me encerraron, aún no concebía que estuviera en esa situación. Simplemente lo acepte sin más después de varios días de reflexión. George y Margaret creían que esa sería la solución; encerrarme para no hacerle daño a nadie más.
Maldecía a todo el mundo, incluso a… ¿Por qué diablos me pasaba esto? ¿Acaso era porque no iba a la iglesia? Desterré esa idea de mi mente. Dios no podía castigar a las personas que no creían en él. En realidad, yo sí que creía en que hubiera alguna persona ahí arriba. La prueba era que ahora mismo estuviera existiendo.
 Fue hace cinco años, cuando estuve a punto de morir en el río. Cerca de la casa de mis abuelos maternos, había un bosque lleno de vegetación que llevaba a un paraje precioso, por el que pasaba un río. Un día, cuando tenía doce años, bajé allí para jugar. Como la bajada hacia el agua era toda de rocas, me senté sobre la hierba, pero no sabía que el prado estaba húmedo, por lo que resbalé y me caí dando vueltas hacia el agua. Estuve a punto de ahogarme, pero alguien me salvó. No recuerdo quién, ni siquiera lo supe definir con claridad la misma noche de ese día. Lo único que sé es que era un chico, por la voz con la que me habló cuando me salvó. La cuestión es que estoy viva gracias a él.
Yo no creía en la iglesia, en eso ni hablar. Había dejado de creer hace dos años, cuando estudié las indulgencias del Papa y la revelación de Martin Lutero. A partir de ahí, perdí mi fe en la comunidad religiosa. Qué triste ¿verdad? Pensar que un simple libro de historia pudo hacer que cambiara de parecer. Cerré los ojos en ese momento. Yo creía en el destino y seguía el teorema principal del calvinismo; las personas están salvadas o condenadas al nacer, independientemente de las obras que hagan. Aquello era cierto, por lo menos para mí. Puede que mucha gente de la iglesia católica me quisiera matar por eso, pero cada persona tiene derecho a pensar lo que quiera. Shadows, Darkshire, Mouthway… eran ciudades en las que reinaba la democracia.
La gente de por aquí tenía pocas aspiraciones, eso ya me había quedado claro desde que tengo uso de razón, pero las suficientes para no cambiar Shadows por otro pueblo aún más pequeño. Tenía algo más de siete mil habitantes, lo que le convertían en una aldea de porquería, en donde todo el mundo te conocía. No puedes hacer algo sin que no lo comente la gente en un pueblito así; pueblo pequeño, infierno grande. Si no, que se lo preguntaran a Nicole y a las suyas, que hacían todo lo posible para mantener el refrán.
No era la primera vez que me sentía capaz de cambiar Shadows por un rancho en medio de la montaña. Estaría completamente sola, criando caballos y yendo a cabalgar por ahí, pero por lo menos mí vida no sería tan desgraciada. Más vale estar solo que mal acompañado. Esa era otra forma de vida que me habían enseñado Nicole y las suyas.
            Mi padre era la persona en la que menos podía confiar. Hoy era uno de los pocos días libres de George, sabía perfectamente que su trabajo le sometía a un estrés impresionante. No conocía algunos negocios de mi padre. Era jefe de su propia oficina, tenía acciones en muchas empresas importantes del país y ganaba más dinero que un narco colombiano. Confiaba en la legalidad de sus transacciones, pero no estaba muy segura de mis ideas respecto a las permutas que manejaba.
            Era confusa la imagen que transmitía, el era una de las incógnitas de esta ciudad. Se le veía como un hombre poderoso, seguro de sí mismo y con muy buena visión de futuro. Habría que añadir que también parecía un hombre simpático, pero también al que le encanta el cumplimiento de las normas. Yo a mi padre le tenía miedo y respeto, pero a veces… ese miedo y ese respeto pueden juntarse y provocar lo que se llama terror.
Antes de morir mi madre, George nos trataba de maravilla. Todo lo que le pedíamos nos lo concedía. Al principio puede resultar agradable ¿Qué haces cuando tienes mucho dinero y tres hijos adolescentes? Invertirlo en ellos. Pero al cabo de un tiempo, puede resultar incluso agobiante. Que no puedas decir que te gusta una cosa cuando la ves, porque sabes que al día siguiente la tendrás. Me gustaba que me dieran un regalo de vez en cuando, pero no todos los días. Mi padre ya me hacía muchos regalos con sus piropos, diciendo que era perfecta y que nadie me llegaba a la suela de los zapatos. Odiaba que me estuvieran diciendo eso todo el día, como si fuera la mejor y jamás hubiera cometido ningún error.
            Pero nada de eso me estaba ayudando ahora. George Burton me tenía encerrada en casa porque creía que Azora había muerto por culpa. Me había costado mucho creerlo. ¿Cómo iba a provocar la muerte de mi madre? ¡La extrañaba más que a nada en el mundo! Y estoy segura de que Natalie también, y Danielle, y James… aunque no fuera su madre. Fue la esposa de George que más tiempo duró con él ¡Diecinueve años!
            Miré de nuevo al bosque que había enfrente de casa, aquel que todos los días conseguía captar mi atención. No estaba nevado. Estábamos en Junio. Pero tampoco hacía sol, por lo que no conseguía que me sintiera feliz. Dos de Diciembre. Seis meses muerta. Seis meses encerrada.
            De nuevo, alguien llamó a mi puerta. Me extrañé, era imposible que estuviera recibiendo tantas visitas el día de hoy. A no ser que fuera mi abuela de nuevo, que vaya pesada. No quería estar con ella, ni siquiera deseaba verla; solo una palabra suya sería suficiente para envenenarme la cabeza.
            Pero no era mi abuela quién se encontraba detrás de la puerta. Era la persona más inesperada: George. Miré para abajo, fijamente al alféizar. Sacudí la cabeza de nuevo y suspiré.
            -¿Quieres ir a dar un paseo?-me preguntó desde la puerta con voz inexpresiva.
            -¿Sola o acompañada?-me aseguré sin mirarle a la cara. Era demasiado cobarde.
            -Como quieras-me prometió.
            -Pues prefiero ir sola, gracias-le dije mientras me levantaba y salía por la puerta, pasando a su lado. ¿Cómo es que aún no había visto a Danielle y a James? ¿Dónde estaban? No tenía ganas de volver a formular la pregunta. Seguramente me respondería igual que Margaret.
            Noté un cambio descomunal en el tiempo. Hacía bastante calor, que aunque estuviéramos en Junio, no estaba acostumbrada a tanto. A parte, era extraño y pegajoso, propiciaba como picores en la piel. Resistí las ganas.
            ¿Por qué mi padre me había dejado salir de casa después de todo este tiempo? ¿Por qué mi abuela me había invitado a merendar con ella? ¡Por qué! Estaba acostumbrada a un trato bastante peor.
            Llegué hasta a la acera, me encontré de frente con el bosque y giré a la derecha. El paisaje era tan diferente… todo había cambiado. Mi padre, mi abuela, Shadows… incluso yo. 

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