Estaba nerviosa. Tenía que reconocerlo, como si esta fuera la primera vez que nos íbamos a reunir. Pero en esta ocasión era extremadamente distinto. Era por la noche, en su casa. Puede que sonara como una niña de papá inocente, pero… ¿por qué me habría citado allí? ¿Para estar tranquilos? “Qué le voy a decir” volví a preguntarme.
Mi atuendo era natural y sencillo, como a él le gustaba. Mis vaqueros de siempre, que le encantaban y una camiseta de algodón azul cielo. Para ir a su casa, lo mejor eran las deportivas, por lo que me puse las de cordones de siempre.
Antes, cuando volví a dormir, soñé. Estaba en el instituto. Me había encerrado en uno de los baños. Tuve la impresión desde un principio de que estaba alguien más, pero supongo que sería otra chica haciendo sus necesidades. Me senté encima de la tapa del retrete acurrucada. Enseguida me di cuenta de que la otra chica ya salía del baño.
Una lágrima me salió del ojo derecho sin querer… sentí cómo el corazón me subía hasta colocarse en mi garganta. Notaba cómo todo el cuerpo me temblaba. La cosa era… ¿había algo peor que eso?
Empecé a recordar los momentos de mi vida más cercanos a la muerte; aquella vez en el río, la tarde que murió mi madre, el día del entierro de mi madre, cuando volví a mostrarme ante el mundo… incluso cuando conocí a Cedric.
Sentía que mi cuerpo empezaba a palpitar conforme a lo hacía mi corazón. Los latidos eran tan fuertes que casi me dolían. Observé los pies de la chica por debajo de la puerta; llevaba tacones, unos propios de una noche de fiesta. Vi como sus pies seguían quietos delante de la puerta del baño donde yo me encontraba. Qué extraño.
Algo se le cayó al suelo, produjo un ruido. Me dio un susto terrible, no grité. No hasta ese momento. Me di cuenta de que era una botella de plástico que contenía un líquido inflamable. Y yo sabía lo que era. Alcohol. ¿Pero, por qué tenía eso? ¿Para qué lo necesitaba?
Lo comprendí pocos minutos después, cuando tiró un mechero encendido, del cual salía una llama gigantesca. Esta llama se hizo más grande al ponerse en contacto con el suelo. El baño se empezaba a incendiar, y yo estaba dentro de uno. Dejé de ver los tacones de la chica por debajo de la puerta. Me encontraba sola en un baño a la hora del almuerzo, con todo el mundo en la cafetería.
Intenté por todos los medios abrir la puerta del baño, dándole porrazos mientras me ponía de pie sobre la tapa del váter para que no me llegaran las llamas. Iba a morir. Empecé a toser, el humo me entraba por la garganta y no había manera de salir de allí, de esa ratonera que empezaba a incendiarse poco a poco.
No sé por qué aún estaba consciente, de pie en aquella tapa del retrete, dándole portazos a la puerta para que abriera. Las llamas crecían cada vez más. En este momento ni siquiera me importaba quién me odiaba tanto como para acabar conmigo de esta manera tan cruel. No. En este momento quería saber por qué todavía no estaba muerta.
Sentí cómo el fuego se apoderaba de mí, la situación empeoraba. Se me empezaron a cerrar los ojos. Esta vez sí que no había nadie que pudiera salvarme.
Los ojos, hasta donde yo sé, solo parpadearon dos veces más. Antes grité, no sé por qué, pero lo hice.
-¡Socorro!-bramé-¡Estoy atrapada! ¡Auxilio!
Y me jugué todo gritando con todas mis fuerzas. Cerré los ojos para morirme de una vez por todas. Había muerto como la presa de un mundo de depredadores.
Inconsciente, aguardé la muerte.
-¿¡Bethanie!?-inquirió una voz masculina familiar preocupada. Si, era una muy familiar. La más bella que había en el mundo, la que reconocería entre millones. Esa.
Desperté en ese instante. Pero el sueño había sido tan vívido, tan real. Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar, no pude decidir si había sido un sueño o una pesadilla.
Pulsé el timbre. La puerta de la casa era de madera antigua, con vidrieras en vivos colores formando dibujos. Vino de inmediato, me estaba esperando desde hacía rato. Había sido muy puntual. Eran las nueve en punto.
Al abrir la puerta, me sonrió. Pestañeé y le devolví la sonrisa. Su preciosa carita de bebé, su hermosa personalidad. Me dieron ganas de proferir una risa tonta e histérica, pero me contuve, mal pero lo hice.
Pasé dentro sin que me lo dijera, y cerró la puerta cuando lo hice. Me guió hacia el sofá, que era igual que uno normal, pero más cómodo que uno convencional. Y encima estar con él… sería perfecto. Se tumbó a la larga, apoyé la cabeza encima de su hombro. Estaba viendo la televisión, una película concretamente. Noté que no le prestaba atención cuando comenzó a hablarme.
-¿Qué querías decirme?-preguntó, curioso.
-Eh, sí…-intenté concentrarme- Sobre la cena de ayer, no me parece bien que provoques a mi abuela de ese modo. La pobre sufrió mucho por culpa de mi abuelo, Hitler y sus verdugos.
-Ella también me ha provocado a mí diciéndome que no te quería, y luego me inquietó con lo de los parecidos, sobre todo con tu padre...-bufó enfadado, como si me estuviera queriendo decir que no tenía toda la culpa.
-Quiere lo mejor para mí-la defendí-Me aprecia mucho-casi mentí.
-¿Alejándote de lo que más quieres? Extraña forma de querer…-farfulló-¿Acaso no soy lo que más quieres?
-Si lo eres, no lo dudes. Pero a veces… no estoy segura de ello-tuve que admitir.
-¿No te he demostrado que te quiero? Sería capaz de entregar mi propia vida para salvar la tuya, Bethanie. Incluso para que llegues a estar con personas como Drake Marsden o Cody Green.
-Drake ya forma parte de mi pasado... es algo muy complicado. Desde que te conozco, no le extraño nada. Y echo de menos no hacerlo, porque… para mí era como una forma de vida, Cedric. Vivir pensando en Drake todos esos meses en los que estuve encerrada me mantenía viva, razón por la cual me hice tan cobarde para no contestarle los e-mails que me mandaba.
-Y fue luego cuando se enfadó contigo, pero te pidió perdón antes de la fiesta…-dejó la frase sin concluir.
-Y en la misma me confesó que estaba enamorado de mí. Tomé esa noticia… bueno, tú te acuerdas. Siempre guardé su imagen como la de un hermano mayor, y empezar a verle con otros ojos de golpe pues me pareció… mal. Yo ya estaba enamorada de otra persona, aunque no lo sabía.
-¿No sabías que estabas enamorada de mí? ¿Entonces por qué me correspondiste cuando te besé?-preguntó extrañado.
-Pues porque me gustabas, pero esa era la primera vez que sentía algo así por un chico… soy una inculta, lo sé-intenté bromear. No se rió.
-No, no lo eres. Tú simplemente eres… tú. La gente no elige enamorarse, y tú no eres ninguna excepción. Tal vez si no hubiera aparecido en tu vida, pues acabarías siendo la esposa de Drake Marsden, y algún día… la madre de sus hijos… la abuela de sus nietos…-sollozó, triste.
-Nunca, en la vida. Como te he dicho, jamás podría ver a Drake con otros ojos porque es como mi hermano, y le quiero como tal.
-Ya, pero la amistad, la idea de verle todos los días… de la misma manera que él se enamoró de ti tu puedes hacerlo de él. Podrías enamorarte perdidamente si te lo propusieras.
-No quiero proponérmelo, estoy enamorada de ti. Te quiero y por mucho que quieras cambiarlo, no puedes.
-No quiero cambiarlo-discrepó.
-Pues parece que quieres librarte de mí para buscarte a otra…-musité en un murmullo sordo.
-Te equivocas, exactamente quiero hacer lo contrario. Me gustaría formalizar nuestra relación.
-¿Formalizar nuestra relación? ¿De qué manera?-pregunté extrañada.
-Pues de la única manera existente-explicó-Quiero que me asegures que me amas.
-Te lo juro-prometí sin pensarlo.
-No de esa manera. Se pueden decir muchas cosas, ahora que sean verdad…-dejó la frase sin concluir.
-Me estás diciendo que no te quiero-bufé enfadada.
-No.
-¿Tu a mi me quieres?-le cuestioné.
-Pues claro. Ya te hubiera dejado hace tiempo, sino. O simplemente, te hubiera dicho hasta luego después de la cena en tu casa. Pero no lo hice porque te quiero mucho, mucho.
-Pero no me amas…-mascullé.
-Para mí es lo mismo. “Amar” me parece una palabra muy cursi, en mi opinión. No creo que tenga mucho sentido explicarte por qué.
-Sé perfectamente que eres un poco tacaño a la hora de mostrar tus sentimientos. Pero dime, ¿cómo quieres que te jure que te quiero?
-¿Recuerdas lo que pasó la noche de la fiesta después del beso?-preguntó con recelo.
-No, para nada. Ni siquiera me acuerdo del beso. Solo sé que me aparté la primera vez que lo intentaste… y luego nada.
-Después de eso… es que no sé como decírtelo-noté como se ponía nervioso. Me reí.
-Vamos, dímelo y ya está-le insté.
-No lo tenía planeado, todo fue tan deprisa… Me diste la mano y me llevaste a tu habitación. Yo apenas concebía lo que estaba pasando. Tú tampoco por lo que veo. Me lanzaste encima de tu cama con violencia y luego te abalanzaste sobre mí. Empezaste a besarme conforme te desvestías. Creí que estabas haciendo algo precipitado, pero no te detuve. Estaba tan borracho... Odio esa noche a pesar de que fue la más guay de toda mi vida. No me gustó la forma en la que ocurrió todo.
-¿Qué pasó luego?-inquirí con voz temblorosa, mirándole a los ojos.
-Creo que ya te lo imaginas-admitió, avergonzado.
Intenté asimilarlo. Y no pude, porque lo comprendí. Ya no era virgen, y había pasado de no haberme besado con nadie a perder la virginidad en una noche. Comprendía su odio hacia ese acontecimiento. Yo también odiaba mi memoria de pedo.
-Aunque creo que guay no es la palabra correcta-se corrigió-Encajarían mejor los adjetivos maravillosa o intensa.
-Y tú no querías-adiviné, aún boquiabierta.
-Para nada. Me habría conformado solo con un beso tuyo. Pero tú, al parecer… bueno, digamos que… no estabas dispuesta a irte con tan poco-sonrió con malicia.
-Cállate-le ordené, devolviéndole la sonrisa-Y… me da un poco de vergüenza preguntarte esto, pero… ¿tomaste precauciones, verdad?-intenté asegurarme tímidamente.
-Como te dije, fue algo inesperado. No sabía que iba a ocurrir… pero dudo que estés embarazada, ya habrías notado los síntomas seguramente.
Recordé el leve mareo que tuve a los dos días de la fiesta por la noche, cuando quedé con él en aquel paraje. Sacudí la cabeza.
-¿Y bien? ¿Has notado alguna indisposición, ganas de vomitar…?-por un momento me pareció estar hablando con un médico.
-No-mentí. No quería que se preocupara innecesariamente. A propósito, ¿puedes ir al grano?-le urgí.
-Eh, sí. Como cualquier cosa puede ocurrir, me gustaría que te sacrificaras por mí e hicieras un compromiso conmigo.
-¿Qué clase de compromiso?-pregunté con recelo.
-A ver, no te asustes. No te digo que nos casemos ni nada de eso, en estos momentos a lo último que renunciaría sería a mi libertad por algo que no es seguro, pero… no sé, si estás embarazada me gustaría que te comprometieras conmigo a no estar con ninguna otra persona si es que lo nuestro no funciona.
-No te entiendo.
-A ver, si por un casual rompemos el día de mañana y resulta que estás embarazada, ambos tendríamos que comprometernos a no estar con nadie por el bien de nuestro hijo. Creo que me estoy expresando con claridad.
-Sí, pero como no es seguro que esté embarazada y no vamos a romper, me gustaría que dejaras el tema este del compromiso porque me enerva la sangre… ¿Podemos hablar de otra cosa?
-De lo que quieras-me prometió.
Volví a recostar la cabeza contra su hombro, nos urdimos en otra conversación más tranquila, sin sobresaltos. Por un lado, no podía dejar de pensar en mí. Puede que suene arrogante, pero no estaba pensando en qué me iba a poner mañana o de qué color me iba a pintar las uñas. No. Yo… quería saber con certeza si de verdad estaba embarazada.