Epílogo: Pasmo

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El ambiente en el hospital era agobiante. Cuando traje a Bethanie, la pusieron en una camilla y la llevaron a la sala de observación. No me dejaron pasar con ella. A mí también me auscultaron, comprobaron mis reflejos para ver si estaba bien. Dijeron que podía irme a casa, pero yo me quedé en la sala de espera.
            Traté de localizar a la familia de Bethanie, pero me fue imposible, ¿dónde estarían? Ni idea. Lo único que sabía era que habían dejado a Bethanie tirada, sin preocuparse por sacarla. Cada uno habría salido por sus propios medios.
            Bethanie tenía un aspecto nefasto, según los médicos. Estaba muy pálida, y juraron que si hubiera estado un minuto más allí habría muerto. Cuando llegó al hospital, aún tenía la mano sobre el vientre. Qué extraño.
            Cogí el periódico. Y en primera plana, salía el titular esperado: La casa de los Burton arde por culpa de la descarga eléctrica que hubo ayer, día 20 de Junio. Para más detalles, sección sucesos.
            Abrí inmediatamente el periódico y busqué esa sección. Comencé a leer lentamente. El cuerpo de la noticia era muy largo.
            Un incendio provocado por una tormenta ha borrado más de cien años de historia.
            La casa de George Burton, un reconocido empresario de Shadows, ha ardido ayer por la noche. ¿La causa? Una descarga eléctrica. Aún no saben qué objeto había en la casa para que provocara tal atracción magnética, pero varios inspectores de la zona lo están averiguando, entre ellos el agente Marsden, viejo amigo de la familia. Este está haciendo especial hincapié en recuperar todos los objetos posibles que no han sido reducidos a cenizas por el fuego.
            Ahora, George Burton está buscando una nueva casa, mientras que su hija menor, Bethanie, está ingresada en el hospital. Iremos investigando para conocer su estado. ¿Quién la salvó? El hijo del importante banquero Mathew Bradbury. Son muy amigos, incluso se cuenta por ahí que son pareja. Lo sabremos con certeza en breves.
Rose Lambert
            Tonterías, simples tonterías. Amaba a Bethanie Burton, aunque solo le dijera te quiero. Y ella… pues también me amaba a mí. O al menos, la última vez que le había visto consciente. Los sentimientos de una persona no pueden cambiar de un día para otro. No podían cambiar.
            -La quise, la querré, la quiero. Hasta que las estrellas se caigan del cielo- susurré, luego sonreí.
            -Perdone… ¿es usted el que trajo al hospital a la joven Bethanie Burton?-me preguntó una voz masculina.
            Alcé la cabeza. El señor era el típico médico. Pelo blanco, delgado y alto. Llevaba gafas cuadradas, por lo que no merecía la mención de cuatro ojos. Estaba vestido como un auxiliar de dentista, con el uniforme azul turquesa y las babuchas abiertas por detrás con agujeros para que transpire el pie.
            -Eh, sí…Soy Cedric Bradbury, doctor-respondí, desconcertado. Me concentré. Le miré fijamente y me di cuenta de que sus ojos eran de color marrón caca. Sacudí la cabeza-¿Cómo está Bethanie?
            -Se recuperará en breves, aunque le tenemos que hacer bastantes pruebas… ¿dónde está su familia? Hay algo que me gustaría comentar con ellos.
            -No sé, es lo que he estado tratando de averiguar. Cuando la salvé estaba sola, al menos eso creo. Era la única indefensa, me parece que el resto de su familia, su padre, su abuela y sus hermanos, salieron de esa casa por sus propios pies cuando empezaron a oler el tufo a quemado-cavilé.
            -Usted les ha salvado la vida, créame.
            -¿Les ha salvado la vida? ¿De qué está hablando?
            -Bueno, Bethanie ha inhalado mucho humo y afortunadamente eso no ha sido pernicioso para ella ni tampoco para el bebé.
            -¿Bebé? ¿De qué bebé habla?-inquirí, extrañado.
            -¿No lo sabe? Bethanie Burton está… entre las muchas pruebas que le hicimos descubrimos que está… embarazada.
            Solo respiré una vez más. El labio inferior me pesó demasiado y la boca se me abrió. Pestañeé. 

Capitulo 14: Arriesgar la vida por la persona que quieres

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CEDRIC BRADBURY
Esta noche no es como las demás.
            Supe inmediatamente que no era como otras, que era distinta, diferente a cualquier otra. Mi primera tormenta en Shadows, mi primera tormenta enamorado de Bethanie Burton.
            Nada volverá a ser como antes.
            Desde que le dije a Bethanie lo que había pasado la noche de la fiesta, cuando ambos estábamos borrachos, me había estado evitando.
            Hay cosas de las que no queremos hablar demasiado, y cuando lo hacemos es porque ya no podemos más. Durante toda mi vida me habían inculcado una serie de normas a seguir para no llamar demasiado la atención, para que hablaran de mí por cosas buenas y no por las malas. Se suponía que nadie era perfecto, pero al menos, había que intentarlo.
            Tampoco había nadie normal. Si toda la gente fuera normal, seríamos perfectos, lo cual siempre será imposible. La perfección humana no existe, solo la divina, pero el deber de toda persona es rozarla continuamente, como había dicho Gandhi.
            ¿No fue Gandhi también el que dijo que todo lo que harás en la vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagas? El destino son las consecuencias, buenas o malas, de los actos que hacemos los humanos. Es como un dibujo; blanco y negro, color y toque final. Bien. Pues la vida era así: Acto, consecuencia y arrepentimiento o alegría.
            Quise acercarme a la ventana, aunque en realidad podría estar pensando en cómo arrebatarle el balón de los pies al pijota que estaba corriendo delante de mí, yendo hacia mí portería. Dejé el mando de la consola en la mesa, dándole a pausa.
            Su casa se veía desde mi ventana. Me asomé, un rayo recorrió el cielo y pocos minutos después, sonó el trueno.
            Si hubiera sido menos tacaño con mis sentimientos, si le hubiera dado un poco más de cariño… Si se lo hubiera explicado de otra manera…
            Era yo el culpable, tal vez ya no quisiera estar conmigo… Tal vez… Odiaba tener estas dudas, pero no podía evitarlo. Me carcomía la conciencia, tenía remordimientos solo con pensarlo.
            La he cagado en redondo. Tengo que luchar por ella.
            Entonces, de repente, oí un estruendo. Miré a mi izquierda, a la derecha. Nada. Pero cuando volví a mirar hacia la casa de Bethanie, me di cuenta de que estaba ardiendo. Me puse muy nervioso, fui hacia el armario y cogí mis zapatillas de deporte. Tenía que salvarla,  no podía dejar que muriera así como así.
En ese momento sentí como un millón de sensaciones se apoderaban de mí. Estaban tan comprimidas y tan juntas que no conocía a la mayoría, pero sí que podía distinguir algunas. Furia, rabia, dolor, resentimiento, sospecha y la que más me preocupaba… ira homicida. Mi mente se quedó paralizada, y en un momento conseguí no oír nada. Estaba tan concentrada que ahora nada ni nadie podía desconcentrarme. Estaba disfrutando y observando esas ganas de venganza que se apoderaban de mi cerebro con una totalidad absoluta. Saboreé por última vez esos pensamientos inmunes e indemnes de dolor y furia, los últimos que tendría.
            ¡Mi razón de ser! ¿Cómo podía dejar que mi razón de ser muriera en un incendio? Reaccioné. Bajé las escaleras rápidamente, mis padres me miraron con cara excéntrica preguntándome:
            -¿A dónde vas, jovencito?
            -Quiero ir a dar una vuelta. La lluvia me sentará bien-respondí, sabiendo que la frase en sí no tenía mucho sentido.
            Abrí la puerta de casa y la cerré de un portazo. Bajé las escaleras del porche demasiado deprisa. Eché a correr como si me fuera la vida en ello hacia la casa de Bethanie. Estaba arriesgando la vida por la persona que quiero. La quise, la quiero, la querré. Aunque ella no me quiera tanto como antes.
            La entrada de su casa estaba interrumpida por tablas de madera atravesadas, llena de escombros. Cuando entré con esfuerzo, apartando las tablas de madera, grité su nombre.
            -¡Bethanie!
            No respondía. Ni ella ni nadie. Ahora, más bien, lo bramé.
            -¡Bethanie!
            El corazón me empezó a latir a mil por hora, los ojos se me llenaron de lágrimas, me puse nervioso. ¡Un incendio estaba destrozando su casa!
            En ese momento, oí a una persona gritar.
            -¡Cedric!
            Subí las escaleras muy rápidamente. ¡La quiero salvar! No puedo dejar que se muera, tengo que salvarla.
            Por favor, no te mueras. Eres mi razón de ser… busqué y busqué. No la encontré.
            -¡¡Bethanie!!-volví a gritar, poniéndome la mano en la nariz para no aspirar humo.
            Entonces, la encontré. Desmayada, con la cara toda sucia al lado de la puerta de su habitación. Su habitación estaba ardiendo. Su cuerpo sin vida, inconsciente, me llenó de cólera. La cogí en brazos.
            -Bethanie, por favor, por favor…-rogué.
            Seguía sin responder. La saqué de allí tan rápidamente como pude, corriendo.
A veces no queremos hablar. Cuando las palabras no bastan, cuando ya nada importa, cuando todo lo que decimos o expresamos no vale nada, entonces sentimos que nos queda no decir la verdad. Recurrir a la mentira. Empezar a guardar pequeños aspectos de nuestra vida que al principio nos parecen tonterías, pero luego se acaban convirtiendo en secretos. Que chachi es poder contar la realidad a tu manera.
-Estoy a oscuras-dije mirando al cielo-Por favor, ilumíname.
-No solo eres tú el que está a oscuras-susurró Bethanie, y luego volvió a dormirse.
Sonreí. No estaba muerta. No había muerto. Me pensé lo que iba a susurrar, y aunque ella no pudiera oírme, lo dije de todas maneras:
-Te amo.
Sabía perfectamente que eso era lo único que quería que dijera. Por una vez, no fue tacaño con mis sentimientos.
Me senté en la acera que había frente a su casa, mirando al bosque, con ella en brazos. Su cara estaba manchada con ceniza, no estaba acostumbrado a verla así. De nuevo, miré arriba, al cielo nublado y empecé a rezar:
-No me acuerdo mucho de ti, normalmente soy bastante hipócrita diciéndote que no creo en ti o cosas peores. Te pido que me perdones, si es que de verdad eres tan misericordioso como dicen. Ella me encontró, por favor. Que no le pase nada. Soy un humilde... muchacho que te pide que salves al amor de su vida. Por favor… que no le pase nada… que nunca me olvide… que sea feliz.
Volví a mirarle a los ojos. Tenía la mano posada en el vientre, como si quisiera protegérselo.
-Y por último, por favor te pido que tenga una vida dulce y placentera como resulta comer chocolate.

Capitulo 13: Siniestro

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Llevaba dos días sin saber nada de Cedric. Y aquello no me preocupaba en absoluto, más bien estaba preocupada por otra cosa. El… bebé. Mi bebé. Su bebé. Nuestro bebé.
            Podría estar pensando ahora mismo en cómo contarle a mi padre que estaba embarazada, aunque descubrí que la  que peor iba a sobrellevar la noticia era mi abuela, sobre todo porque iba a tener un nieto medio alemán. Su odio no era contra los alemanes, en realidad resultaba contradictorio. Odiaba a los nazis, pero el nazismo había desaparecido casi completamente.
 Esta noche pintaba mal. El cielo estaba nublado y juraría que antes… sonó un trueno. Ag.
            El teléfono sonó dos veces antes de que contestara. Me levanté y lo cogí.
            -¿Sí?-contesté tímidamente.
            -Hola, ¿podría ponerse Bethanie, por favor?
            -Eh… sí, claro. Yo soy             Bethanie, ¿quién habla?-pregunté desconcertada.
            -Mmm… ¿no me reconoces?-inquirió.
            -No. ¿Quién es?
            -Soy… soy… Cedric, Bethanie. Me parece casi pecado que no me reconozcas-me regañó.
            -Lo… lo siento. Estoy mal y encima, con esto de la tormenta…-musité.
            -Ah, entiendo-murmuró en un susurro casi ininteligible.
            -Bueno, eh… creo que debería irme-me despedí.
            -¿Por qué?
            -Estoy cansada-bostecé-Tengo mucho sueño.
            -¿Mucho?
            -Si, mucho-concluí-Adiós, Cedric.
            -Hasta mañana, cari… Bethanie.
            Le colgué. Ahora no podía pensar en otra cosa que en mi embarazo. No tenía tiempo para estúpidos líos amorosos. Soy idiota.
            En ese momento, sonó un trueno. El estruendo me recorrió todo el cuerpo, incluso zonas que ni siquiera sabía que existían. Solo una tormenta podía ser la liberación que estaba esperando. Solo eso.
            Cuando tienes una relación con una persona y le ocultas un secreto, es casi como estar a oscuras. Sientes que no estás siendo decente con él o ella y se forma una especie de barrera entre ambos. A oscuras, precisamente a oscuras era como estábamos Cedric y yo.
            La aparición de sus amigos había sido algo fugaz, pero no por ello normal. ¿Por qué me los había presentado? Según lo que me había contado, iban a estar por aquí una o dos semanas. Mañana supongo que no estaría con ellos, y puede que ni pasado mañana… No sé. La vida se te complica enormemente cuando estás embarazada.
            Encendí el ordenador. Tenía como nueve e-mails de Drake, y como me aburría los comencé a leer.
            Bethanie:
            Soy gilipollas. Perdón por haberte dicho en ese momento que estaba enamorado de mí, te he perdido para siempre. Lo siento mucho. Supongo que esa es mi frase favorita, pero contigo la cago muy a menudo. Lo siento, preciosa. Pero mis sentimientos hacia ti no los puedes cambiar.
Drake
Leí otro. Tenía que reconocer que Drake escribía de maravilla. Este era mucho más bonito, más romántico.
            Despiértame cuando acabe septiembre.
            Ese es el título de la canción que me recuerda a ti. Búscala en Internet. Nada, ni la distancia ni el tiempo podrán separarnos. Y mucho menos un chico que apareció en tu vida el otro día. Por favor, no me ignores. No me abandones. No me dejes. No me olvides. Yo nunca te ignoraré. Nunca te abandonaré. Nunca te dejaré. Jamás te olvidaré.
Drake
            Si Cedric escribiera así, si fuera la mitad de romántico… Eran polos opuestos. Drake era más fino y romántico, en cambio Cedric era más tacaño con sus sentimientos, pero más pijo. Abrí el siguiente. ¡Por favor! ¿De dónde había sacado mi amigo tanta poesía? ¿Tanta imaginación? ¡Le quiero! Pero por desgracia, no tanto como a Cedric. Nunca iba a poder estar tan enamorada como lo estoy de Cedric. Es el amor de mi vida. Los ojos se me llenaron de lágrimas.
 Última noche en la tierra.
 Lo mío no es como lo vuestro, lo que yo siento por ti viene de lejos. Lo vuestro, lo que Cedric siente por ti y tú por él, es transitorio. Os conocisteis el otro día. Eres la luna de mi vida, que me ilumina siempre que encuentro oscuridad. Vivo a oscuras, pero solo porque tú no quieres alumbrar mi camino. Te quiero.
Drake
Adorable. No quise seguir leyendo más correos, más bien me dispuse a escribir. Temía romper a llorar, y con esto del embarazo… bueno, lloras por nada. Lo pensé y comencé.
Drake:
La vida es una sucesión poco coherente de acontecimientos que forjan tu manera de ser. Supongo que la vida ha elegido a Cedric para completarme, creo que es él con el que puedo pasar toda mi vida. Estoy enamorada de él. Pero cuando pienso en ti, Drake, me entran remordimientos. Soy idiota, no sé cómo puedo vivir sabiendo que estoy haciéndote daño, que estoy matándote. Eso me duele, me mata. Pero al igual que tú, no puedo cambiar la realidad. Te quiero muchísimo, pero no estoy enamorada de ti.
La vida ha forjado mi forma de ser por medio de fuertes sensaciones. Podría hacerle caso a lo que me dice mi carácter, pero tengo que ser sincera, te lo mereces. No te quiero, pero si me dieras un poco de tiempo, yo… tal vez lo consiguiera.
                                                                                                          Bethanie
Le di a enviar. Drake tenía que saber todo lo que pasaba conmigo, que iba a estar ligada a una persona durante el resto de mi vida. Es extraño… es como si ya no quisiera estar con Cedric. Es como si no quisiera estar con nadie. ¿Por qué? Miré abajo, me miré a la barriga. Estaba un poco gordita ya, habían pasado algo más de dos semanas desde la fiesta.
-¿Serás tú quién me esté haciendo cambiar de opinión?-le pregunté. Sonreí y le acaricié-Estoy contigo-musité-Nada podrá separarnos. Te quiero.
Me acerqué a la ventana y observé el cielo. Estaba completamente nublado, y pude ver un rayo que… sí. Había colisionado con un poste de electricidad que quedaba muy cerquita de mi casa. El bosque de enfrente estaba como siempre, igual que siempre. Me senté en el alfeizar de mi ventana, como al principio, como siempre. Allí esperé para siempre, para toda la vida. 

Capitulo 12: Odio las sorpresas.

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Me muero si llega a ser verdad lo que creo.
Tengo decidido ir hoy a la farmacia para que me den un test de embarazo. Espero que no me conozcan, aunque creo que será imposible, ya que papá es conocido hasta en lugares alejados de la mano de Dios. Solo espero eso. Que no sepan quién soy.
            Por un lado, me lo esperaba. No tiene mucho sentido que haga ese test, sí ya sé lo que va a pasar. Me va a decir que estoy embarazada, punto. Y si voy a un médico para cerciorarme, me dará los típicos detalles de que los mareos que he sufrido en los últimos días no son producto de una deshidratación o algo similar.
            Ya está. Pero no puedo fingir que no me preocupa. Como he dicho, en cuanto a emociones no se me da bien.
            ¿Cómo se lo iba a decir a mi padre, o a mi abuela? ¿Y a mis hermanos? ¿Cómo iba a decírselo? ¿Papá, vas a ser abuelo? ¿Abuela, vas a tener un bisnieto? ¿Mis queridos hermanos, vais a tener un sobrino? ¡Qué inoportuno era esto, Dios mío!
            Dejé de escribir. Ahora iba a leer otra cosa, para enterarme ya de la verdad de una vez por todas. Busqué en el tercer cajón de mi escritorio, y escondida entre portafolios, la encontré. Sonreí, abrí el sobre cuidadosamente y desdoblé la carta. La letra no era tan chapucera como la mía. Eran trazos finos con tinta negra, escritos posiblemente con pluma. Suspiré y comencé a leer.
Bethanie:
            Es tan difícil despedirme de ti de esta manera. Tú no sabes lo que es perder a un hijo, y espero que no experimentes esa sensación de ninguna manera. Pero por favor, compréndeme. Voy a ir a las Barred Falls, al acantilado que hay detrás, precisamente para tirarme de allí. No puedo más, y créeme que no voy a hacerlo por lo que tú crees.
            La situación se ha vuelto incontrolable. ¿Tú sabes lo que es discutir hasta el cansancio? Yo tengo razones para ello. Y te estarás preguntando cuales. Tu padre… bueno, digamos que era muy amigo de una famosa señorita de compañía. Me era infiel, y puedo apostar que aún lo sigue siendo. Su nombre era Maddy.
            Por eso me voy. Porque no quiero que nuestras discusiones perturben más tu mente ni la de Danielle o James. Yo acepté que él viniera con dos hijos de sus matrimonios anteriores pero él no aceptó mis condiciones, entre las cuales estaba la fidelidad incondicional. Entiéndelo, por favor. Lo hago por ti y por mí, pero sobre todo por ti. Porque el dolor que te cause mi muerte no será nada comparado con lo que podrías sentir si tu padre utilizara otros tipos de ataque contra mí. Te quiero y espero que seas feliz, muy feliz. Te estaré cuidando desde allí, desde mi nube. Desde el cielo.
Tu madre, Azora Dempsey Burton
            ¡Ay! Aquello me dolió en lo más hondo. Espero que nunca puedas experimentar la sensación que se siente al perder a un hijo. Es insoportable. ¡Precisamente la iba a poder experimentar! Vale, no. Por el momento, iba a comprobar si de verdad estaba embarazada y luego… pues no sé…

Había varias señoras delante de mí haciendo cola. En mis manos sostenía una pequeña cajita, con una especie de termómetro dentro. Pero sabía perfectamente que aquello no era esa especie de termómetro grueso. Era un test de embarazo, para ver si de verdad estaba… esperando un… bebé.
            Bebé. La mención de esa palabra me hacía sentir una ternura indescriptible, como si ya quisiera al garbanzo que poco a poco iba a ir creciendo dentro de mí. Porque era eso, un garbanzo. Lo más diminuto del mundo. Ya lo quiero.
            -Doce dólares, por favor-me dijo la cajera.
            Saqué del bolsillo el dinero. Aluciné de la manera que me miraba la farmacéutica. ¿Cuántos años creía que tenía?
            -¿Son ideas mías o estás segura de lo que te va a decir este test sin haberlo hecho?-inquirió mientras sacaba el dinero. Le miré con una mirada envenenada.
            -¿Por qué se inmiscuye en la vida privada de sus clientas?-pregunté con grosería, molesta.
            -Tienes ese rubor en las mejillas, el mismo que tuve cuando supe que estaba embarazada de mi primer hijo.
            -De acuerdo, eh… adiós. Gracias.
            Me di la vuelta y me marché. Salí corriendo hacia el bar que había enfrente. Había mucha gente tomando cafés en la barra. Pedí un vaso de agua, con la bolsa de la farmacia en la mano. Estaba tan nerviosa que ni siquiera podía pensar en cómo se lo iba a decir a Cedric. ¡Oh, mierda! ¡Cedric!
            -Un vaso de agua, por favor-pedí a la camarera.
            -Enseguida-me sonrió, pues estaba chasqueando las uñas contra la superficie de mármol que formaba la barra. Me llevé las manos a la boca para morderlas, pero me contuve. No podía ser madre y tener las uñas mordidas… ¿Qué ejemplo iba a dar? Sacudí la cabeza.
            Me bebí el agua de un trago y fui directa al baño. Entré a una de las salas con retrete, me cerré y saqué las instrucciones de la cajita. Comencé a leerlas meticulosamente.
            Si en la pantallita de este test de embarazo directo hay un signo azul negativo, no esperas nada. En cambio si hay un signo rosa positivo, querida amiga estás embarazada.
            Parecía una adivinanza en vez de las instrucciones de un test de embarazo. Hice la prueba con nerviosismo, espere un minuto, posé el dispositivo al lado de la cisterna y me mordí el labio inferior. Lo cogí inmediatamente y miré el signo.
            Le voy a decir a Margaret que vaya comprando los pañales. Signo rosa positivo. Estoy… em… sí, vale. Estoy esperando un bebé. Estoy segura de que nadie odia las sorpresas tanto como yo. 

Capitulo 11: El fin de la inocencia

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Estaba nerviosa. Tenía que reconocerlo, como si esta fuera la primera vez que nos íbamos a reunir. Pero en esta ocasión era extremadamente distinto. Era por la noche, en su casa. Puede que sonara como una niña de papá inocente, pero… ¿por qué me habría citado allí? ¿Para estar tranquilos? “Qué le voy a decir” volví a preguntarme.
            Mi atuendo era natural y sencillo, como a él le gustaba. Mis vaqueros de siempre, que le encantaban y una camiseta de algodón azul cielo. Para ir a su casa, lo mejor eran las deportivas, por lo que me puse las de cordones de siempre.
            Antes, cuando volví a dormir, soñé. Estaba en el instituto. Me había encerrado en uno de los baños. Tuve la impresión desde un principio de que estaba alguien más, pero supongo que sería otra chica haciendo sus necesidades. Me senté encima de la tapa del retrete acurrucada. Enseguida me di cuenta de que la otra chica ya salía del baño.
            Una lágrima me salió del ojo derecho sin querer… sentí cómo el corazón me subía hasta colocarse en mi garganta. Notaba cómo todo el cuerpo me temblaba. La cosa era… ¿había algo peor que eso?
            Empecé a recordar los momentos de mi vida más cercanos a la muerte; aquella vez en el río, la tarde que murió mi madre, el día del entierro de mi madre, cuando volví a mostrarme ante el mundo… incluso cuando conocí a Cedric.
            Sentía que mi cuerpo empezaba a palpitar conforme a lo hacía mi corazón. Los latidos eran tan fuertes que casi me dolían. Observé los pies de la chica por debajo de la puerta; llevaba tacones, unos propios de una noche de fiesta. Vi como sus pies seguían quietos delante de la puerta del baño donde yo me encontraba. Qué extraño.
            Algo se le cayó al suelo, produjo un ruido. Me dio un susto terrible, no grité. No hasta ese momento. Me di cuenta de que era una botella de plástico que contenía un líquido inflamable. Y yo sabía lo que era. Alcohol. ¿Pero, por qué tenía eso? ¿Para qué lo necesitaba?
            Lo comprendí pocos minutos después, cuando tiró un mechero encendido, del cual salía una llama gigantesca. Esta llama se hizo más grande al ponerse en contacto con el suelo. El baño se empezaba a incendiar, y yo estaba dentro de uno. Dejé de ver los tacones de la chica por debajo de la puerta. Me encontraba sola en un baño a la hora del almuerzo, con todo el mundo en la cafetería.
            Intenté por todos los medios abrir la puerta del baño, dándole porrazos mientras me ponía de pie sobre la tapa del váter para que no me llegaran las llamas. Iba a morir. Empecé a toser, el humo me entraba por la garganta y no había manera de salir de allí, de esa ratonera que empezaba a incendiarse poco a poco.
            No sé por qué aún estaba consciente, de pie en aquella tapa del retrete, dándole portazos a la puerta para que abriera. Las llamas crecían cada vez más. En este momento ni siquiera me importaba quién me odiaba tanto como para acabar conmigo de esta manera tan cruel. No. En este momento quería saber por qué todavía no estaba muerta.
            Sentí cómo el fuego se apoderaba de mí, la situación empeoraba. Se me empezaron a cerrar los ojos. Esta vez sí que no había nadie que pudiera salvarme.
             Los ojos, hasta donde yo sé, solo parpadearon dos veces más. Antes grité, no sé por qué, pero lo hice.
            -¡Socorro!-bramé-¡Estoy atrapada! ¡Auxilio!
            Y me jugué todo gritando con todas mis fuerzas. Cerré los ojos para morirme de una vez por todas. Había muerto como la presa de un mundo de depredadores.
            Inconsciente, aguardé la muerte.    
-¿¡Bethanie!?-inquirió una voz masculina familiar preocupada. Si, era una muy familiar. La más bella que había en el mundo, la que reconocería entre millones. Esa.
Desperté en ese instante. Pero el sueño había sido tan vívido, tan real. Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar, no pude decidir si había sido un sueño o una pesadilla.
Pulsé el timbre. La puerta de la casa era de madera antigua, con vidrieras en vivos colores formando dibujos. Vino de inmediato, me estaba esperando desde hacía rato. Había sido muy puntual. Eran las nueve en punto.
Al abrir la puerta, me sonrió. Pestañeé y le devolví la sonrisa. Su preciosa carita de bebé, su hermosa personalidad. Me dieron ganas de proferir una risa tonta e histérica, pero me contuve, mal pero lo hice.
Pasé dentro sin que me lo dijera, y cerró la puerta cuando lo hice. Me guió hacia el sofá, que era igual que uno normal, pero más cómodo que uno convencional. Y encima estar con él… sería perfecto. Se tumbó a la larga, apoyé la cabeza encima de su hombro. Estaba viendo la televisión, una película concretamente. Noté que no le prestaba atención cuando comenzó a hablarme.
-¿Qué querías decirme?-preguntó, curioso.
-Eh, sí…-intenté concentrarme- Sobre la cena de ayer, no me parece bien que provoques a mi abuela de ese modo. La pobre sufrió mucho por culpa de mi abuelo, Hitler y sus verdugos.
-Ella también me ha provocado a mí diciéndome que no te quería, y luego me inquietó con lo de los parecidos, sobre todo con tu padre...-bufó enfadado, como si me estuviera queriendo decir que no tenía toda la culpa.
-Quiere lo mejor para mí-la defendí-Me aprecia mucho-casi mentí.
-¿Alejándote de lo que más quieres? Extraña forma de querer…-farfulló-¿Acaso no soy lo que más quieres?
-Si lo eres, no lo dudes. Pero a veces… no estoy segura de ello-tuve que admitir.
-¿No te he demostrado que te quiero? Sería capaz de entregar mi propia vida para salvar la tuya, Bethanie. Incluso para que llegues a estar con personas como Drake Marsden o Cody Green.
-Drake ya forma parte de mi pasado... es algo muy complicado. Desde que te conozco, no le extraño nada. Y echo de menos no hacerlo, porque… para mí era como una forma de vida, Cedric. Vivir pensando en Drake todos esos meses en los que estuve encerrada me mantenía viva, razón por la cual me hice tan cobarde para no contestarle los e-mails que me mandaba.
-Y fue luego cuando se enfadó contigo, pero te pidió perdón antes de la fiesta…-dejó la frase sin concluir.
-Y en la misma me confesó que estaba enamorado de mí. Tomé esa noticia… bueno, tú te acuerdas. Siempre guardé su imagen como la de un hermano mayor, y empezar a verle con otros ojos de golpe pues me pareció… mal. Yo ya estaba enamorada de otra persona, aunque no lo sabía.
-¿No sabías que estabas enamorada de mí? ¿Entonces por qué me correspondiste cuando te besé?-preguntó extrañado.
-Pues porque me gustabas, pero esa era la primera vez que sentía algo así por un chico… soy una inculta, lo sé-intenté bromear. No se rió.
-No, no lo eres. Tú simplemente eres… tú. La gente no elige enamorarse, y tú no eres ninguna excepción. Tal vez si no hubiera aparecido en tu vida, pues acabarías siendo la esposa de Drake Marsden, y algún día… la madre de sus hijos… la abuela de sus nietos…-sollozó, triste.
-Nunca, en la vida. Como te he dicho, jamás podría ver a Drake con otros ojos porque es como mi hermano, y le quiero como tal.
-Ya, pero la amistad, la idea de verle todos los días… de la misma manera que él se enamoró de ti tu puedes hacerlo de él. Podrías enamorarte perdidamente si te lo propusieras.
-No quiero proponérmelo, estoy enamorada de ti. Te quiero y por mucho que quieras cambiarlo, no puedes.
-No quiero cambiarlo-discrepó.
-Pues parece que quieres librarte de mí para buscarte a otra…-musité en un murmullo sordo.
-Te equivocas, exactamente quiero hacer lo contrario. Me gustaría formalizar nuestra relación.
-¿Formalizar nuestra relación? ¿De qué manera?-pregunté extrañada.
-Pues de la única manera existente-explicó-Quiero que me asegures que me amas.
-Te lo juro-prometí sin pensarlo.
-No de esa manera. Se pueden decir muchas cosas, ahora que sean verdad…-dejó la frase sin concluir.
-Me estás diciendo que no te quiero-bufé enfadada.
-No.
-¿Tu a mi me quieres?-le cuestioné.
-Pues claro. Ya te hubiera dejado hace tiempo, sino. O simplemente, te hubiera dicho hasta luego después de la cena en tu casa. Pero no lo hice porque te quiero mucho, mucho.
-Pero no me amas…-mascullé.
-Para mí es lo mismo. “Amar” me parece una palabra muy cursi, en mi opinión. No creo que tenga mucho sentido explicarte por qué.
-Sé perfectamente que eres un poco tacaño a la hora de mostrar tus sentimientos. Pero dime, ¿cómo quieres que te jure que te quiero?
-¿Recuerdas lo que pasó la noche de la fiesta después del beso?-preguntó con recelo.
-No, para nada. Ni siquiera me acuerdo del beso. Solo sé que me aparté la primera vez que lo intentaste… y luego nada.
-Después de eso… es que no sé como decírtelo-noté como se ponía nervioso. Me reí.
-Vamos, dímelo y ya está-le insté.
-No lo tenía planeado, todo fue tan deprisa… Me diste la mano y me llevaste a tu habitación. Yo apenas concebía lo que estaba pasando. Tú tampoco por lo que veo. Me lanzaste encima de tu cama con violencia y luego te abalanzaste sobre mí. Empezaste a besarme conforme te desvestías. Creí que estabas haciendo algo precipitado, pero no te detuve. Estaba tan borracho... Odio esa noche a pesar de que fue la más guay de toda mi vida. No me gustó la forma en la que ocurrió todo.
-¿Qué pasó luego?-inquirí con voz temblorosa, mirándole a los ojos.
-Creo que ya te lo imaginas-admitió, avergonzado.
Intenté asimilarlo. Y no pude, porque lo comprendí. Ya no era virgen, y había pasado de no haberme besado con nadie a perder la virginidad en una noche. Comprendía su odio hacia ese acontecimiento. Yo también odiaba mi memoria de pedo.
-Aunque creo que guay no es la palabra correcta-se corrigió-Encajarían mejor los adjetivos maravillosa o intensa.
-Y tú no querías-adiviné, aún boquiabierta.
-Para nada. Me habría conformado solo con un beso tuyo. Pero tú, al parecer… bueno, digamos que… no estabas dispuesta a irte con tan poco-sonrió con malicia.
-Cállate-le ordené, devolviéndole la sonrisa-Y… me da un poco de vergüenza preguntarte esto, pero… ¿tomaste precauciones, verdad?-intenté asegurarme tímidamente.
-Como te dije, fue algo inesperado. No sabía que iba a ocurrir… pero dudo que estés embarazada, ya habrías notado los síntomas seguramente.
Recordé el leve mareo que tuve a los dos días de la fiesta por la noche, cuando quedé con él en aquel paraje. Sacudí la cabeza.
-¿Y bien? ¿Has notado alguna indisposición, ganas de vomitar…?-por un momento me pareció estar hablando con un médico.
-No-mentí. No quería que se preocupara innecesariamente. A propósito, ¿puedes ir al grano?-le urgí.
-Eh, sí. Como cualquier cosa puede ocurrir, me gustaría que te sacrificaras por mí e hicieras un compromiso conmigo.
-¿Qué clase de compromiso?-pregunté con recelo.
-A ver, no te asustes. No te digo que nos casemos ni nada de eso, en estos momentos a lo último que renunciaría sería a mi libertad por algo que no es seguro, pero… no sé, si estás embarazada me gustaría que te comprometieras conmigo a no estar con ninguna otra persona si es que lo nuestro no funciona.
-No te entiendo.
-A ver, si por un casual rompemos el día de mañana y resulta que estás embarazada, ambos tendríamos que comprometernos a no estar con nadie por el bien de nuestro hijo. Creo que me estoy expresando con claridad.
-Sí, pero como no es seguro que esté embarazada y no vamos a romper, me gustaría que dejaras el tema este del compromiso porque me enerva la sangre… ¿Podemos hablar de otra cosa?
-De lo que quieras-me prometió.
Volví a recostar la cabeza contra su hombro, nos urdimos en otra conversación más tranquila, sin sobresaltos. Por un lado, no podía dejar de pensar en mí. Puede que suene arrogante, pero no estaba pensando en qué me iba a poner mañana o de qué color me iba a pintar las uñas. No. Yo… quería saber con certeza si de verdad estaba embarazada.

Capitulo 10: Idioteces

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-¡Vamos, Ced!-oí nada más despertarme-Estará dormida ¡ningún humano cuerdo se despierta a estas horas en vacaciones!
            -¡Ella no es normal!-contestó la voz más bonita del mundo-Dentro de lo que cabe, me refiero.
            -¡Con este barullo vamos a despertar a toda la familia, retrasados!-exclamó otra voz masculina.
            -¡Creo que eso es lo que pretende Ced!-le respondió otra voz- ¿Así quieres ganarte el cariño de tus futuros suegros?- ¿cuántos eran? ¿Cinco, puede que seis?
            Por un momento me dieron ganas de salir hacia la ventana y gritarles: ¡Largaos! Pero no pude, no tenía suficiente voluntad. Seguí en la cama, escuchando sus voces.
            -Conocí ayer a mi suegro y a la abuela de mi chica, ¡créeme, Bethanie y yo somos igualitos en cuanto a orígenes!
            -¡Estás… eres idiota, chico! ¡Se te ha muerto alguna neurona, estoy seguro!
            Me reí.
            -¡Oye, creo que está dormida! ¡De lo contrario ya se habría asomado!
            -Tendría que verlo para probarlo…-farfulló Cedric entre dientes.
            Cedric estaba loco. Solo una persona como él podía provocar a una asesina en una cena familiar, presentarse en mi casa a esta hora y encima gritar de esa manera. Afortunadamente, mi padre estaba trabajando ya. Se le habían acabado las vacaciones, pero aún así me dedicaba más tiempo al que me tenía acostumbrada.
            Noté un ruido, como el sonido que producen piedras al colisionar contra un cristal. Fue entonces cuando tuve que levantarme, no quería que rompiera el cristal. Tenía un aspecto penoso: mi pijama estaba compuesto por un short muy mini rosa desteñido y una camiseta de manga corta de ACDC. Me eché hacia atrás el pelo y me asomé a la ventana con timidez. Ahí estaba él, como siempre. Igual que siempre.
            -¿Qué quieres?-pregunté, haciéndome la dura de nuevo.
            -Siento mi nefasto comportamiento, pero no podía evitarlo. ¡Me has obligado a compartir mesa con una judía!-me explicó. Enarqué una ceja-Pero no estoy aquí por eso… He venido para presentarte a mis amigos Chase, Nelson, Charlie, Lewis y William-dijo, señalando a cada uno mientras pronunciaba sus nombres.
            -Creo que tú y yo deberíamos de… tener una conversación a solas-musité poniéndome roja.
            -¿Qué te parece hoy en mi casa a las nueve? Teníamos pensado ir a la bolera pero supongo que no les importara que me raje ¿verdad chicos?-se aseguró.
            -¡Eso! ¡Puedes quedarte con Don Cedric!-me respondió el que debería de ser Charlie.
            -¡A Ced le encantas! ¡Nos lo ha dicho muchas veces, habla mucho de ti!-me confesó Nelson. Sonreí.
            -¿Te apuntas?-preguntó Cedric, dubitativo.
            -Supongo…-respondí, convencida.
            -¡Guay! En mi casa a las nueve, te estaré esperando. ¿Quieres venir con nosotros ahora?
            -Me parece que me voy a quedar… en… la… cama-dije hiperventilando
            -Como quieras ¡No faltes y sé puntual!-bromeó, como insinuando que Margaret podía ser la primera en oponerse a su plan. Puse los ojos en blanco y cerré la ventana, yendo de nuevo para la cama.
            Cedric era especial, muy especial. Me cansaba de decirlo en realidad, pero no podía parar de hacerlo. ¿Por qué narices Drake no podía ser así? De nuevo, cogí mi block, el bolígrafo de siempre y empecé a escribir.
            Drake ya no es importante para mí.  
            No lo extraño como antes, ni siquiera un poquito. Nada. Es como si Cedric hubiera sabido sustituir con creces a Drake. Le quiero, tengo que reconocerlo. Con él me siento segura, mucho más segura de lo que podría sentirme con Cedric. Puede que esté diciendo un disparate, pero es la verdad. No imagino a… no le veo defendiéndome, a Drake, en cambio, sí.
            Lo de Cedric fue muy apresurado. Lo conocí en el bosque; al principio me pareció alguien oportuno, para desahogarme de manera ligera y no demasiado confiada. Pero luego, cuando me lo volví a encontrar en Darkshire y estuvimos tomando algo en una cafetería como viejos amigos, comprendí que estaba sintiendo algo muy especial. Sobre todo después de que Drake me pidiera explicaciones. En ese momento, lo odié.
            En cambio, mi amigo era diferente. Había tenido una relación pausada con él, lenta y tranquila. No había sido tan de sopetón como Cedric. En cambio, lo que sentía por él era mucho más fuerte, imparable. Sentía que con él me iba poco a poco a la deriva, a la mierda. Pero irme con él a aquel lugar resultaba agradable, muy agradable. Incluso el infierno sería como el cielo si él estuviera conmigo.
            Volví a la cama con aire decidido. A saber qué me dirá por la noche, “a saber qué le diré” pensé. A veces era demasiado difícil sobrellevar una relación formada por dos personas libres, porque Cedric era responsable, tenía la cabeza en su sitio, pero no dejaba de ser un adolescente. Yo aún estaba empezando a vivir la vida, mi vida, después de varios meses sin poder sentir nada por la monotonía de los días.
            ¿Estaba Cedric haciendo una idiotez? ¿Estaba cometiéndola yo? ¡No sé nada! Después de conocer a sus amigos hace pocos minutos me había dado cuenta de que la vida de Cedric era muy diferente antes. Llevaba un ritmo más movido, fiestero. ¿Cómo podía estar ahora soportando mi forma de ser, mi manera de vivir?
            Necesité pocos minutos para volver a conciliar el sueño. Me adormilé pensando en Cedric. Tenía una preciosa cara de bebé y una sexy postura de adolescente alocado.
            -Te quiero-susurré antes de volver a dormir.
            Cerré los ojos. 

Capitulo 9: La cena, la verdad y el infierno

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Me fue bastante fácil convencer a Cedric para que viniera a cenar. Al fin y al cabo, él era… una persona a la que yo quería mucho y eso mi familia lo tenía que comprender. Si le conocían, nada importaba. Al menos conseguiría la aceptación de mi padre el medio alemán, mi abuela la asesina y mis hermanos James y Danielle. Me reí tanto ante esa comparación… mi abuela era una arpía, un monstruo. A mí eso me causaba risa. Era de las típicas ancianas que tienen pinta de no ser capaces ni de matar a una mosca.
            Porque era ella, Margaret Müller. A ella no le gustaba que le llamasen de ese modo. Para todo el mundo se apellidaba Burton, como mi padre. Toda mi vida era una mentira mal hecha, una parafernalia. O peor, incluso. Mentiras, asesinatos y cambios de identidad. ¿Cuántas muertes se había llevado la belleza de mi abuela por delante? ¿Así, sin más? ¿Por gusto?
            Margaret se había enamorado de un nazi en un campo de concentración al que luego mataron porque tenía sentimientos indebidos hacia ella. Adolf Hitler ordenaba a sus oficiales que tuvieran odio hacia los judíos, gitanos o cualquier otra raza que no fuera la de ellos. Solo tenía miedo a Mussolini o a Franco. ¿Qué hubiera pasado si Hitler se hubiera metido con los italianos o los españoles? Seguramente, en el caso de Franco, hubiera mandado a sus policías para que desaparecieran a Hitler misteriosamente. Y Mussolini pasaría de ser su aliado en la segunda guerra mundial a ser su enemigo número uno. Mi abuela tenía razón. Hitler no era tonto, nunca lo había sido.
            Faltaban solo treinta minutos para la llegada de Cedric. Solo esperaba que a mi abuela no se le ocurriera hablar de su pasado delante de él. Saldría corriendo tan rápido que ni siquiera me daría tiempo a verlo. ¿Por qué tenía una familia tan rara e incomprendida?
            Decidí que lo mejor sería ponerme la camiseta más decente que tenía y unos vaqueros; a Cedric le gustaba mi naturalidad. Esa era una de las cosas que más odiaba mi padre de mí. A la parte “buena” de Bethanie Burton no le importaba eso.
            <> me dije. Algo más que estúpida. Imbécil. ¿Qué pasaría si Margaret no aceptaba a Cedric y le hacía lo mismo que al resto de las esposas de mi padre? Ag. ¡Qué inoportuno era tener una abuela loca en estos momentos! Aunque bueno, ella no estaba loca pues todas sus maldades las había hecho conscientemente. En todo caso, el sobrenombre de mi abuela era asesina.
            Cogí una hoja y un bolígrafo como había hecho ayer y la semana pasada. La tinta con la que escribía era negra y el papel blanco. Empecé a escribir.
            Maldición.
            ¿Cuántos significados podía tener la frase “avergonzada de tu familia”? Para mí solo uno. Tenía tanto miedo de la cantidad de cosas que podían pasar en esa cena, de las que se podían hablar… Solo esperaba que Cedric no saliera corriendo despavorido, gritando que no quería volver a verme. No lo soportaría.
            Cuando llueve como ahora y te quedas mirando por la ventana, te das cuenta de la cantidad de cosas que pueden cambiar en apenas veinte minutos. Por la mañana no llovía, en cambio ahora lo hacía a lo bestia.
            Pero no solo el tiempo estaba revuelto. También yo.
            Por un lado me gustó saber la verdad sobre mi abuela, así empezaría a conocerla mejor y comprender todos sus actos. Pero por otro no, porque decidí que nunca iba a poder entender por qué no dejó a mi padre cometer sus propios errores y ahorrarse el trabajo de convertirse en una intimidadora-asesina.
            Cada día estoy más demente, lo sé.
            Esta vez dejé la hoja encima del escritorio. Faltaba menos para que llegara Cedric. Decidí que bajar abajo sería lo mejor. Tenía que supervisar que Margaret no ponía veneno en la comida para matar a Cedric. Obviamente, no me hubiera preocupado de la misma manera por Drake; es más, hubiera ayudado a mi abuela a la hora de echarlo. Demonios, ¿por qué pensaba de esa manera hacia Drake, mi querido Drake? Él lo había estropeado todo, y yo no podía hacer nada contra eso. Nadie podía.
            Abajo todo estaba calmado. Mi padre se encontraba esperando en la entrada y mi hermano viendo la televisión con gesto pensativo, mientras que Danielle correteaba de un lado a otro trayendo y llevando cosas al comedor.
            A veces intentas ser perfecto, otras veces te das cuenta de que es agotador intentar serlo. Te das cuenta de que tienes tres vidas: la que tienes, la que tu familia cree que tienes y la que los demás dicen que tienes. No todo es tan fácil como parece. Es como un videojuego de marcianos; si no los matas, aniquilan tu nave.
            En ese momento, sonó el timbre. Fui casi corriendo a abrir la puerta, pero me detuve antes de hacerlo. Respiré hondo y puse la mano en el picaporte. Casi me dio un pasmo.
            Iba tan él como siempre. Llevaba unos vaqueros negros, parecidos a los que llevó el sábado. Los combinó con un polo negro con rayas blancas. Su pelo iba engominado como siempre. Suspiré y le sonreí.
            -Has llegado puntual-me hice la dura. Delante de mi padre no podía comportarme de manera cariñosa con él.
            -Una cita es una cita-aclaró-Aparte, mañana conocerás a mis amigos y hoy yo solo tengo que conocer a tu familia.
            -Mi familia-escupí entre dientes-Aún puedes echarte atrás si quieres-le propuse.
            -Gracias pero no-refutó, sonriéndome. Intentó besarme, pero me aparté.
            -Aquí ni hablar-le dije, regañándole.
            Me cogió de la mano y avanzó hacia mi padre, que venía en camino para estrecharle la mano educadamente.
            -¡Hombre, Cedric! Estaba deseando conocerte. ¿Qué tal tus padres?-le dijo en tono entusiasmado, pero no demasiado.
            -Mis padres muy bien, señor Burton. El placer es mío, Bethanie ya conoce a mi familia.
            -Entonces vais en serio-especuló.
            -Supongo que sí-se revolvió el pelo con ese gesto tan particular para no despeinarse. Sonreí.
            -Pasemos al comedor ¡James, Danielle! ¡A cenar!-exclamó mi padre.
            Guié a Cedric hasta el comedor, mi padre nos siguió. Me senté en mi sitio de siempre, pero esta vez cambió un poco la planificación. Cedric se sentó a mi lado, obligando a Margaret a cambiarse de sitio. James adoptó su sitio de siempre y papá entre este y Danielle. Mi abuela comenzó a repartir la ensalada.
            -Bueno, Cedric. Cuéntanos algo sobre tu vida-le instó Margaret una vez que terminó.
            -Mmm…-musitó con gesto pensativo-Nací en Portland, pero nos mudamos a Darkshire cuando tenía dos años y hasta ahora he vivido allí. Me mudé porque mi padre quería extender su negocio.
            -¿Y es un negocio que ha creado él, o viene de familia?-quiso saber ella misma.
            -No, para nada. Mi abuelo paterno era notario y el de mi madre, aunque  no me haya contado muchas cosas sobre él, sé que era policía o algo así-respondió con total serenidad.
            -¿Ah, sí? ¿Y cómo se apellidaba? Tal vez lo conozca. Estuve muy metida en ese mundo-me dedicó una fugaz mirada que consiguió ponerme nerviosa. Me rasqué la cabeza y Cedric me observó con una mirada preocupada. Sonreí.
            -Tenía un apellido muy raro, no era inglés o estadounidense. Mi madre es rubia de ojos azules y la gente dice que se parece mucho a mi abuelo. No quiere hablar de mi abuelo, es como si le repugnara…
            -Entiendo. ¿Sabes? Te pareces mucho a una persona que conocí-musitó, mirándole fijamente. Me di cuenta de que Margaret quería acaparar toda su atención-Tus ojos no son iguales a los de él, ni tu tez y mucho menos tu pelo, pero… la expresión, la profundidad de tu mirada, la forma de los labios… creía que nunca me iba a volver a encontrar con nadie así.
            Se quedó como alucinado, y casi pude reconocer miedo en su mirada. Me recordó a mí cuando me enteré de la verdad sobre mi abuela.
            -Vaya, es una sorpresa-admitió desconcertado y sofocado al mismo tiempo.
            -No tiene por qué serlo-respondió en tono siniestro. Se produjo un gran silencio en la sala. Mi padre carraspeó.
            -Vamos, mamá. Estás asustando al chico-rompió el silencio con voz tranquila, riendo en voz baja con nerviosismo.
            -Es que es verdad-se defendió, propiciando una sonrisa que me asustó a mi también-Fíjate bien en sus ojos, George y compáralos con los tuyos. Estudia esa expresión animada y esa cara afilada. También la forma de los ojos, tan abiertos. Pueden embaucar a cualquier chica, estoy segura. ¿Has tenido más novias a parte de mi nieta?
            -Abuela, para ya…-bufé entre dientes.
            -No, Bethanie-negó Cedric con un poco de mosqueo-Con mucho gusto le responderé. Sí, he tenido dos más pero no he sentido nada parecido a lo que siento por Bethanie-mi abuela enarcó una ceja, como diciendo no me lo creo. Se apresuró a aclarar-Con ninguna de ellas.
            -Ya, eso dicen todos los hombres. Como cuando alguien empieza a fumar y dice que no le gusta o que lo va a dejar. ¿Y qué pasa? Que no puede vivir sin tabaco.
            -Señora Müller, con todos mis respetos pero usted a mí no me conoce-le aclaró, ya se podía notar el enfado y fastidio en su voz. Quedé alucinada ¿cómo sabía Cedric que mi abuela se apellidaba Müller, que ese era su apellido de casada? Margaret solo sonrió quedamente, sacudió la cabeza. Le dedicó una mirada envenenada, como si tuviera enfrente al peor de sus enemigos.
            -¡Ahora el chico nos ha salido imaginativo!-exclamó con sarcasmo-¿Quién te ha dicho que me apellidaba Müller? Yo me apellido Burton y punto.
            -¿Cree que no la he reconocido en cuanto la he visto? Ya cuando vi a su nieta me recordó a Herman Müller, su antiguo esposo-imitó a mi abuela en la manera de reírse. En su mirada podía distinguirse cinismo y dolor al mismo tiempo. Tenía los ojos llorosos-Usted fue la mujer que lo asesinó. Observé carteles con su foto por toda Alemania después de que usted cometiera el crimen.
            -¿De qué le conoces, Cedric?-pregunté asustada.
            -Él era el mejor amigo de mi abuelo, eran casi hermanos. Incluso me atrevería a jurar que eran primos lejanos, se parecían mucho.
            -¿Por qué no me lo contaste?-le recriminé.
            -Porque temía que tu abuela te prohibiera salir conmigo por tener parentesco con un alemán. Pero no la culpo, nosotros le arrebatamos a su familia-admitió en tono también siniestro, como si estuviera orgulloso.
            -¡Mira, niñato…!-comenzó a bramar Margaret con enfado.
            -Creo que deberíamos de tranquilizarnos ¿de acuerdo?-propusieron Danielle y James-Es lo mejor.
            -No me parece que usted quiera armar escándalos, ¿verdad Margaret?-le picó Cedric a mi abuela.
            -Para ya. Y tú, abuela, deja en paz a Cedric. Hagamos como si nada de esto hubiera pasado.
            -Vale, pero una pregunta más…-musitó mi abuela-¿entonces eres Cedric Bradbury Van der Weisen?
            -Me gusta Cedric Bradbury a secas, gracias. No me agrada mucho eso de ser alemán.
            -Entonces… ¿odiabas a tu abuelo?-preguntó James.
            -No lo llegué a conocer. Creo que se suicidó cuando perdieron la segunda guerra mundial o algo. Mi madre no quiere hablar del tema.
            -Es normal, todos los alemanes son escoria-musitó mi abuela como si tal cosa.
            Cedric sonrió, incomodo. Luego apretó los labios muy fuertemente, como si quisiera reprimir una carcajada sarcástica.
            -Entonces está llamando escoria a su hijo, con perdón señor Burton-se disculpó.
            -Deja de hacerte el listillo, ¿quieres?-respondió Margaret con tono mordaz.
            -Cambiemos de tema ¿vale?-propuse-¿Qué tal si hablamos sobre…? ¿Nuestros estudios?
            -Vaya cambio tan radical-intervino Danielle.
            Y ahí empezó una conversación más o menos tranquila, sin olvidar las coléricas miradas de mi abuela a Cedric y viceversa. No era una unión fácil, iba a volver a emparentarse con otro medio alemán. Pero a mí eso no me importaba. Quería a Cedric y a todo su mundo.