Capitulo 3: Sorpresas

Category:



Tenía recuerdos vagos de esta parte de Shadows. Esta calle estaba muy poco habitada, en realidad solo había dos casas y una de ellas estaba vacía, según me acordaba. El final de esta calle se abría en un camino que iba a parar a la entrada de un bosque parecido al que había enfrente de mi casa. Era verde, con una gran vegetación y abundaba el musgo de una manera sorprendente, a pesar de la sequía de estos días.
            Pero la casa que yo recordaba vacía no lo estaba. A distancia, distinguí tres coches entrando en el garaje, seguidos por un camión de mudanzas. No podía dejar de pensar en mi amigo Drake. ¿Por qué no estaba preparada para contestar a sus e-mails? Le estaba hiriendo, le estaba fallando. Y no quería hacerle eso, me mataba. ¿Cómo puedes dañar de esa manera a una persona que tanto quieres?
            Espero que no se haya enfadado conmigo. Todavía no había leído sus e-mails del jueves y viernes, y aún me faltaban los de hoy. Tenía que contarle todo, para que lo comprendiera. Él creía que no quería estar con él, que no le contestaba porque no me daba la gana. Pero… ¿cómo podía pensar eso de mi?
            La casa era muy guapa, tenía inspiraciones victorianas y contaba con un gran jardín. Era de piedra, y se podía observar un verde laberinto desde la entrada. Me gustaría entrar, debería de ser preciosa por dentro. Según tenía entendido, había una puertecita en el jardín trasero que se comunicaba con el bosque a donde yo iba.
            Los coches aparcados delante de la casa eran muy lujosos, aunque yo no entendiera mucho sobre automovilismo. No deberían de ser muy baratos. Había un Jaguar, un Audi S6 y otro menos lujoso cuyo fabricante no supe distinguir. El Jaguar era de color gris, el Audi blanco y el otro coche de un color parecido al beige. Me quedé mirando para la casa, ¿Quiénes serían nuestros nuevos vecinos?
            Apuré el paso para ir hacia el bosque, no quería que nadie me viera y me atosigara con preguntas. Me consideraba una persona tímida pero capaz de hacer amistades rápidamente. Puede que la culpa de esa timidez la tuvieran Nicole y las suyas.
            El bosque estaba muy cambiado, la tonalidad había cambiado del verde al marrón. El suelo estaba cubierto de hojas marrones, me recordaba al paisaje del otoño. No había musgo, ni los árboles estaban tan frondosos como la última vez que vine. ¿Pero qué demonios estaba pensando? Todo había cambiado. Y el mundo cada vez más, y el tiempo, las épocas, la forma de comportarse la gente… Todo seguiría cambiando hasta que explotara por algún lado. Porque un día, tanto iba a hincharse el globo, que este iba a acabar explotando.
            Miré alrededor, al extraño paisaje. A todo. Porque este era completamente desconocido para mí, igual que las personas que había acabado de ver mientras se mudaban. La última vez que vine, el suelo estaba cubierto de piedrecitas, y ahora estaba mullido, como si estuviéramos en Octubre. Los arboles estaban casi secos y me dio la impresión de que habían disminuido de tamaño. ¿Cómo todo pudo cambiar tanto? ¡Es verdad! Habían pasado seis meses desde mi última salida de casa.
            Recuerdo con claridad la última vez que puse un pie en la calle. Había ido a los extremos del Bloody Lake a ver a mi amigo Drake Marsden. ¿Qué cosas no recordaba? Tenía una memoria fantástica. Pero aquello fue el comienzo de todo un drama…
            -¿En qué piensas?-inquirió Drake, preocupado por mi expresión facial. Tenía el ceño fruncido. Aquel era un motivo demasiado suave para inquietarse.
            A pesar de todo, no sabía que contestarle. No era capaz de pensar con la descarga de todo el poder de su mirada contra mí. Me resultaba muy difícil. Drake era un muchacho de veinte años de pelo rubio por debajo de las orejas, ojos azules grandes y moreno de piel. Era como un hermano mayor para mí, aunque a veces resultara ser un verdadero pesado. 
            -Ya sabes…en los problemas de mi vida-le respondí con vagancia. Mi mirada estaba fija en el horizonte.
            Se produjo un incómodo silencio entre los dos. Le observé, su rostro estaba crispado y con un gesto burlón al mismo tiempo. Drake Marsden siempre había sido un incomprendido. Tenía que aceptarlo.
            -Vamos…todo va a ir bien-me aseguró-Solo deja de pensar en esas cosas.
            -Consolando eres único-añadí, intentando darle las gracias por medio de ese comentario.
            -Tienes que liberar tu energía positiva en aquello que más te entusiasme y te haga sentir feliz. Luego, las vibraciones negativas de tu interior-inspiró profundamente-se esfumarán.
            Negué con la cabeza antes de agregar:
            -No me vengas con clases de yoga.
            Soltó una sonora carcajada. Puse los ojos en blanco. Esto apoyaba a la teoría de la disimilitud que tenía Drake con el resto del mundo. A él ese hecho no parecía afectarle, lo cual conseguía sacarme una sonrisa siempre. Ahora no estaba para reírme, sería una absoluta falta de respeto a los acontecimientos desastrosos que amenazaban con destruirme la vida.
            -Tonto-le espeté con desagrado cuando acabó de reírse. 
            -Prefiero ser tonto a ir de lista como tú-contraatacó en tono aún burlón.
            -Yo no voy de lista-refuté poniéndome cada vez más seria.
            -¿Por qué me llamas tonto, entonces?-preguntó casi afirmando, con el rostro serio de repente.
            -Pues porque lo eres-me quejé poniendo las manos sobre la cabeza. Me revolví el pelo, nerviosa.
            Me observó detenidamente, aunque yo no lo estuviera mirando. Había vuelto a posar la mirada en el lago azul que se hallaba a menos de cincuenta metros de mí. Sentí nostalgia, tenía ganas de gritar y llorar sin parar.
            -De verdad…es cierto que te han afectado los recientes sucesos-reconoció mi amigo pagado de sí mismo.
            -No paran de discutir ni un minuto.-sollocé-No sabes lo que es vivir en esa casa. Todo es negro y oscuro-inspiré para controlar mi tono de voz-Si esto no se soluciona, voy a tener que buscarme una…alternativa.
            -No hace falta recordarte que eres bienvenida a nuestra casa-dijo como si tal cosa-Aunque ya verás como todo se soluciona. Solo…haz lo que te dije.
            -El Bloody Lake parece interminable.-musité cambiando de tema.
            -Hay cosas que no tienen porqué terminar-me explicó con gesto pensativo.
            -Puede que tengas razón…pero la vida es bastante puñetera a veces-me lamenté con un ligero enfado en mi tono de voz-Desearía que… apareciera alguien con una varita mágica y solucionara TODOS mis problemas. Sería fantástico.
            -Mira, Bethanie… muchas veces no te comprendo. Eres la primera que recurre a la lógica para explicar cualquier cosita de nada, y crees en las hadas. Pues no existen ni esas personas, ni las varitas mágicas…ni nada.
            -Tengo que irme a casa-me despedí ignorándole.
            -¿Cómo? ¿Por qué?-preguntó con ansiedad.
            -Voy a tratar de evitar algún disgusto-musité con un ligero toque de humor negro-Ya tengo bastantes.
            -Te acompañaré-me dijo, levantándose.
            -No-disentí. Me dedicó una mirada confusa-Eres muy importante para mí, Drake y no quiero buscarte problemas.
            -¿Problemas? ¿Qué problemas?-preguntó con fastidio.
            -Pues con tu padre, que es muy estricto, o con tu madre, que no lo es tanto pero se preocupa mucho por ti. Por favor, no hagas esto más difícil de lo que ya es-le expliqué.
            -Quiero acompañarte porque de esa manera podría ver a tu padre y darle un recado de parte del mío. Quiere verle…
            -Adiós, Drake. Ya nos veremos-me despedí.
            Se limitó a asentir, rendido. Le di las espaldas y me dirigí hacia mi coche, aparcado a apenas setenta metros de mí. Era un Volkswagen escarabajo, el modelo nuevo. Era de color blanco y lo tenía bastante sucio. Tendría que lavarlo cuando las cosas se tranquilizaran en casa. Era normal que lo tuviera en ese estado: el camino a la casa de Drake estaba en muy mal estado y era arenoso, a menudo lleno de charcos.
            Puse la calefacción casi a tope, arranqué y di marcha atrás. Encendí el estéreo, puse un CD con canciones actuales para animarme y pisé el acelerador.
            Subí la cuesta con tranquilidad, no tenía prisa. Atravesé el bosque de pinos, que tenía un estrecho camino rocoso. Las ruedas colisionaban contra las piedras haciendo un ruido que hizo que las manos me resbalaran en el volante. Aquel fue el día del principio de la pesadilla que venía después.
            Me arrimé a la corteza de un árbol, mientras me remordía la conciencia. La vida, el tiempo, las amistades… todo lo había perdido. ¿Por qué me había pasado esto con tanta rapidez?
            En ese momento, aunque estuviera lo suficientemente concentrada como para no oír nada, noté que alguien se estaba acercando a mí. Las hojas crujían cuando pasabas por encima de ellas. Volteé la cabeza rápidamente, pero no vi a nadie. Miré completamente a mí alrededor, controlando la zona, milímetro a milímetro, con los ojos. Pero no había nadie. En ese momento, noté como las hojas crujieron muy cerca de mí, al menos más que antes. Me di la vuelta de nuevo, y fue entonces cuando lo vi por primera vez.
Era un chico de estatura media, no menos de metro setenta y cuatro y tampoco más de uno setenta y nueve. De cuerpo delgado, pero sin pasarse. Parecía deportista, en realidad tenía pinta de jugar al fútbol por la forma de su cuerpo. Su cara estaba bronceada, como un típico surfista, pero no era rubio, sino que tenía los ojos marrones y su  pelo era negro, corto y engominado, pero no de un color demasiado intenso. Tenía los labios de un color rosa apagado, pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. Eran de estos que no sueles ver, abiertos y atentos.
Llevaba una camiseta de color azul grisáceo que le hacía muy buena sintonía con los ojos y una cazadora de loneta negra. Había sabido combinar esa ropa con pantalones vaqueros y deportivas blancas. De todas maneras, fui bastante parca con él.
-¡Me has asustado!-le recriminé con fastidio.
-Lo siento, ¿vale?-se disculpó con sinceridad-no se me da bien eso de acercarme sigilosamente.
-Pues exactamente eso es lo que mejor se te da-le espeté. Me puso una cara excéntrica, y recapacité de inmediato-Quiero decir…-dije con voz más sosegada-podías haber pasado de largo en vez de acercarte tanto a mí.
-Perdona otra vez-repitió con la misma voz de antes. Por un momento, me sentí estúpida; estaba siendo completamente grosera con él, y no quería que se llevara una mala impresión de mí.
-No, soy yo la que debe de pedirte perdón. No suelo ser así de grosera, pero… me asustaste mucho ¿sabes? No es muy saludable para el corazón llevarse un susto de esos-me reí, haciendo uso de mi mal sentido del humor.
-Eh, da igual ¿de acuerdo? Es normal que me hayas contestado así, te he metido un buen susto supongo-dijo revolviéndose su pelo corto, como si estuviera orgulloso, pero sin tocar la parte engominada. Me volví a reír.
-¿Eres nuevo? ¿Te acabas de mudar o qué?-pregunté con curiosidad.
-¿Por qué?-preguntó casi como si estuviera afirmando.
            -Nunca te he visto por ahí… y he nacido en Shadows.
            -¿Sales mucho por la calle acaso?-inquirió con un tono cómico. Le dediqué una mirada furibunda. Rápidamente sacudió la cabeza, arrepentido-Perdona, pero tú delgadez y falta de color en la piel me hizo pensar eso.
            -No te culpo ¿sabes?-le contesté con indiferencia, mirando fijamente al suelo mullido de hojas-Cualquiera puede pensarlo-levanté la cabeza, y miré al vacío-En estos últimos meses mi vida…-titubeé.
            -No te sientas obligada a contármelo. Literalmente soy un desconocido. Es la primera vez que me ves-bromeó haciendo el sonido de un fantasma con la boca.
            Sonreí con todas mis ganas. A pesar de los meses pasados, aún guardaba la capacidad que me permitía hacer amigos fácilmente. El se rió conmigo. Me pareció buena persona.
            -¿Cómo te llamas?-le pregunté mientras que empezábamos a andar por el bosque.
            -Cedric Bradbury, pero puedes llamarme Ced o algo por el estilo, o simplemente Cedric. Me da igual.
            -Me gusta Cedric-me sinceré. Me dedicó una amable sonrisa.
            -Pues como quieras-prometió-¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
            -Bethanie Burton. Llámame Bethanie-le dije, imitando su expresión facial. Se rió.
            -Con respecto a lo de antes… sí, me acabo de mudar. Mis padres estarán deshaciendo las maletas ahora mismo.
            -Es tuya la casa de… esa calle-musité, adivinándolo.
            -Mmm… sí, pero lo dices como si tuviera algo de malo-sospechó.
            -Eh, no para nada-negué rápidamente-Solo que es muy bonita y tiene el jardín más cotizado de Shadows. Solo quería asegurarme.
            Se rió antes de añadir:
            -De acuerdo.
            -Y… ¿cuántos años tienes? ¿Qué os ha motivado para venir a vivir a Shadows?-pregunté con curiosidad.
            -Está bien. Tengo veintidós años y hemos venido aquí porque han trasladado a mi padre.
            -¿En qué trabaja?
            -Haces muchas preguntas-me recriminó, casi partiéndose de risa.
            -Y tu respondes pocas-le respondí, un poco desconcertada.
            -De momento todas te las he respondido, pero… mi padre trabaja de director en un importante banco que tiene muchas potencias en cuanto al manejo del dinero de los grandes magnates petroleros del país.
            -Vaya-me asombré-Debe de molar.
            -Ni te lo imaginas-arrastró las palabras con sarcasmo.
            -No pareces muy entusiasmado.
            -Es que lo intento pero se me da muy mal-admitió- Y bueno, háblame de ti ¿En qué trabajan tus padres? ¿Dónde vives?-preguntó animado.
            -Mi… madre murió hace varios meses-sonrió, compungido. Rápidamente me serené-Y George maneja negocios que apenas conozco. Tan pronto está con unos hombres, como está con otros. Me parece que mata a los que él no considera útiles-cavilé con malicia.
            -Pues menos mal que es tu padre.
            -No estoy muy orgullosa de eso-le confesé, mirándole a los ojos quedamente-A veces me parece que…-me callé, porque no quería decir ninguna tontería.
            -Se que es mucha intromisión por mi parte en cosas que no me conciernen, pero… ¿Por qué piensas eso de tu padre? ¿Acaso te ha hecho algo?
            Miré a uno de los árboles, con lágrimas en los ojos, preguntándome porque a veces hablaba tanto. Me limité a responderle sin mirar. Pensé dos veces antes de contestar.
            -Es una larga historia-evadí la cuestión, no quería ponerme a llorar.
            -Bueno, no te estoy diciendo que me la cuentes. Lo comprenderé si crees que no soy una persona… confiable para ti.
            -Algún día te la contaré, cuando esté preparada para ello-le prometí.
            -Eso significa que volveremos a vernos, ¿verdad?-se aseguró con voz entusiasta.
            -Si quieres, vamos.
            -Claro que quiero. ¿Dónde vives?
            -En Windsor Avenue, pero no te preocupes, es fácil de llegar. Nos separa una hilera de casas. Ahora tengo que irme. Mi padre…-me despedí-Gracias por el paseo. Ha sido un placer conocerte, Cedric Bradbury.
            -Igualmente, Bethanie Burton.
            Di la vuelta y volví a recorrer todo el espacio que habíamos caminado juntos, porque temía no llegar a casa temprano. Todavía eran las ocho y media de la tarde, y estaba anocheciendo. ¿Por qué el tiempo, desde que me encerraron, se me pasaba tan despacio? Será porque lo paso mal. No es muy saludable para nadie estar encerrado seis meses sin estar en contacto con el exterior.
            Salí de nuevo a la calle. El camino de vuelta se me había hecho más rápido que el de ida, pero es verdad que andamos muy despacio y que mi ritmo de caminar era muy ligero. Volví a ver esa casa, la de Cedric, pero esta vez no vi los coches. Giré a la izquierda, pues era la manera más rápida de llegar a casa.
            Mi calle estaba formada por una parte de adosados y otra parte de mansiones gigantescas. Una de esas era la de mi padre, que ocupaba una gran parcela. Amaba el reflejo de la luna difuminado en el estanque que había en el jardín. No consideraba la casa de George mía, en realidad solo consideraba de mi propiedad el alféizar de la ventana. Cualquier día podrían echarme incluso de casa si decepcionaba a mi padre demasiado. La pregunta era… ¿no lo tenía decepcionado completamente ya?
            Cuando abrí la puerta del jardín, me dio la sensación de que estaba invadiendo un territorio ajeno. Había más coches que de costumbre, y de pronto los reconocí: uno de ellos era de mi tío Alex, el hermano de mi madre, que tenía un Audi R8 Spyder, el otro era de Hayley Winston, una vieja amiga de la familia, la cual estaba forrada y tenía un Ferrari negro. Entré a casa, dubitativa. ¿Tan pronto íbamos a cenar hoy? Estaba claro que sí.
            Tuve las ideas bien claras cuando llegué al comedor. Mi padre se sentaba entre Danielle y James, en una de las dos sillas principales de la mesa. Alex estaba sentado al lado de mi hermana, Hayley entre James y yo y Margaret a mí lado. No estaba Natalie, ¿Por qué?
            Supe que iba a tardar poco en conocer la respuesta. Me senté en mi sitio de siempre, el de hace seis meses. En el lugar de Margaret se sentaba mi madre. Intenté sacarme de la cabeza por el momento esos recuerdos, pues me provocaban nostalgia.
            Mi abuela había puesto un mantel de color crema sobre la mesa, haciendo juego con las servilletas y la vajilla. En el medio de la mesa y al alcance de todos había una fuente con roast-beef y patatas cocidas. Todo tenía muy buena pinta, desde los emparedados de jamón y queso hasta un postre alemán que se comía con nata montada, que Margaret sabía probar de miedo. Mi padre intentaba que el ambiente fuera familiar, pero ni siquiera se parecía. Solo con su presencia y la de Margaret, esto  se parecía a los orígenes de la inquisición.
            No me gustaba estar rodeada de caras serias. Ya había vivido atormentada durante varios meses, cuando a Azora Burton le dieron las ganas de morirse. Pero aquello no se parecía ni medio pelo a cuando yo estuve encerrada, era un ambiente desconocido para mí. Me sentí tan incómoda que incluso me dieron ganas de marcharme, pero decidí que no debía porque haría quedar mal a George y a Margaret, lo cual no me proporcionaría beneficios.
            -Bethanie-comenzó mi padre. Me dieron escalofríos cuando pronunció mi nombre después de tanto tiempo-Hemos pensado tu abuela y yo que ya es hora de que reanudes tus estudios universitarios.
            -Sí, debes de seguir con eso. Pero lo mejor es que lo retomes en Octubre, a principios del curso académico-dijo Margaret con tono convincente-Ya nos encargaremos George y yo de hablar con los profesores para que puedas recibir clases en navidades. Así, no tendrás que repetir segundo.
            -Y daré en tres semanas lo que no di en seis meses ¿verdad?-me aseguré con un ligero toque de sarcasmo, asintiendo.
            -Sí. Tu padre y yo creemos que es lo mejor-determinó ella.
            -De acuerdo, pero ¿no sería mejor que lo diera por el verano?-pregunté.
            -Queremos dejarte descansar. Hace mucho que no ves a Drake-dijo mi padre. Aquello casi me derrumbó. Seguramente, los buenos modales de sus mails irían disminuyendo progresivamente por días. No quería ni imaginarme los de hoy.
            -Ya, papá-coincidí. Sonrió cuando pronuncié la última palabra. Me arrepentí de inmediato al haberla dicho.  
            -Vamos a hacer una fiesta aquí, con motivo de vuestra liberación. Será dentro de una semana. Tenéis tres días para repartir doscientas invitaciones, que es el máximo número de personas que podéis traer-anunció George. Danielle, James y yo pusimos la misma expresión de estupor.
            -¿A qué hora empezará?-preguntó Danielle, casi entre dientes.
            -A las once y cuarto. Y la hora final, la que vosotros queráis. La abuela y yo dormiremos en la pequeña casita del jardín. Para eso mandé construirla.
            Esa casita era muy acogedora. Tenía dos pisos, y era como rural, de ladrillo y con el suelo de madera que sonaba al pasar. Había dos habitaciones separadas por medio tabique en el piso de arriba y un solo baño en el piso de abajo. Había dormido muchas veces ahí, cuando Danielle, James y yo jugábamos a las escondidas cuando éramos pequeños.
            -Oye George… ¿Y no podría yo traer a alguno de mis colegas?-inquirió mi tío Alex con tono cómico.
            -Sí te encuentras dispuesto a venir… habitaciones en esta casa sobran. Podrían quedarse a dormir la mayoría de los invitados. Mandaré a la criada que las acomode.
            -¿Cuántas hay?-preguntó Hayley, interviniendo por primera vez en la conversación.
            -Unas treinta, y cada una tiene dos camas de matrimonio y doble baño. Esta casa lleva perteneciendo a mi familia desde hace siglos, pero yo mandé remodelarla-contestó George, orgulloso.
            -¿Y por qué usted vino el otro día a vivir aquí, Margaret?-quiso saber Hayley. Aquello se estaba pareciendo a un programa de prensa rosa.
            -El casado casa quiere-murmuró-Yo no quería estorbar para nada.
            -¡Pero cómo dices eso, mamá! Tú no estorbas nunca. Una madre jamás lo hará. Y menos con las delicias que nos preparas.
            Enarqué una ceja, dejando pasar por alto aquella frase. Pues qué raro que estuviera soltero después de casarse con tres mujeres distintas.
            -Entonces, hecho George-avisó mi tío el bromista, Alex-Traeré a dos de mis mejores amigos, ¿vale?
            -De acuerdo, Alex. Dale recuerdos a Natalie de mi parte, por favor.
            -Seguro-prometió. Luego miró para mí-La abuela te va a mandar la semana que viene más magdalenas. Está haciendo a lo bestia. Ha dicho que iba a idear un paquete ligero para enviarte setenta y dos magdalenas sin pagar más de lo necesario.
            -Guau, dile que gracias-sonreí, y él me devolvió la sonrisa-Ya las extrañaba.
            -Y también dígale, Alex, que me mandé la receta-añadió Margaret-Aunque puede que sea un secreto familiar.
            -No se preocupe, se lo diré-juró.
            -Entonces, papá…-se quiso asegurar James-¿la fiesta esa puede terminar a la hora que queramos?
            -Sí, ya os he dicho que es con motivo de vuestra liberación.
            -Entonces… ¿qué os parece a las tres?-preguntó Danielle.
            -¡Más tarde, que no hay prisa! Empieza a las once y cuarto, asique…-intervino mi tío.
            -A las… ¿cuatro y media?-pregunté.
            -Yo voto por las cinco y media-dijo James.
            -Estoy contigo, chaval-coincidió Alex.
            -Entonces, a las cinco y media-decidimos Danielle y yo al unísono.
            -Tú y yo nos encargaremos de las bebidas, Alex-dijo James, mientras que mi tío asentía con una feliz y entusiasmada expresión facial-¿Qué día vas a llegar?
            -Mmm… ¿qué día es la fiesta?-preguntó el interpelado.
            -El viernes-respondió mi hermano.
            -Pues el jueves estaré aquí. George, ¿puedo traer a mi madre también? Estoy segura de que querrá ver a Bethanie. No la ve desde navidades.
            -Por supuesto. Puede dormir en la casita. Yo dormiré en el sofá cama.
            -Entonces vale. Le gustará mucho venir. Los colegas que vendrán conmigo son Richard y Rasta.
            -¿Por qué le llaman Rasta?-pregunté, extrañada.
            -Pues porque fue el primer chico de allí que tuvo rastas, pero se las cortó y ahora tiene el pelo normal. Se le quedó ese mote por eso. ¿A qué mola, eh?
            -Sí, mucho-respondí.
            -Bueno, Margaret. El roast-beef estaba buenísimo, y los pastelitos también. Los emparedados eran una delicia, pero debo de irme. Nunca olvidaré lo bien que se le da la cocina alemana.
            -Mi marido era alemán, Alex. Yo simplemente tuve que aprender a cocinar para no defraudarle.
            -Pues gracias por la cena, pero debo de irme-miró el reloj. Puso una cara de asombro-¡Oh, dios mío! Ya son las diez y cuarto. Iré marchando si no quiero llegar a las doce. Natalie es muy dada a preocuparse si no llego a casa a la hora.
            Mi padre se rió, antes de decir:
            -Pareces un adolescente.
            -Casi-admitió, riéndose.
            Hayley también se levantó, pues supuse que ya se le estaba haciendo bastante tarde. Tenía una hija de dos años, poseedora de un pelo rubio rizado precioso y ojos claros. En conjunto, resultaba guapísima y adorable. Estaba delgadita y me encantaba hacer de niñera con ella cuando estaba de vacaciones. Jugábamos a las muñecas, y su favorita era la Barbie.
            -Y yo también tengo que irme-dijo Hayley, tal y cómo yo había predicho-Bianca debe de estar echándome de menos. La compañía de su padre no debe de ser suficiente para ella-bromeó.
            -Lo cierto es que yo también me voy a mi cuarto-me despedí. Todos miraron para mí-Hoy ha sido un día muy cansado para mí. Demasiadas sorpresas en cinco horas-admití con sarcasmo, esta vez muy notable.
            -De acuerdo. Buenas noches, hija-se despidieron Margaret y George al unísono.
            -Igualmente-les deseé, en un intento de ser educada.
            -Hasta la semana que viene, Bethanie-me dijo Alex, despidiéndose de mí con un abrazo de los suyos, esos tan únicos. Se lo devolví de buena gana.
            -Adiós, Hayley-le dije cuando Alex me liberó de su abrazo.
            -Hasta luego, Bethanie.
            Y fue entonces cuando abandoné el comedor y desaparecí corriendo por el marco de la puerta. Subí las escaleras apresuradamente, rumbo a mi habitación. Caminé rápidamente por el largo pasillo, entré en mi habitación y directamente me tumbé en la cama, por primera vez en varias semanas.
            Demasiadas sorpresas en un solo día; el cambio de actitud de mi padre, de mi abuela… pero sobretodo la aparición de Cedric Bradbury. Me metí en la cama y me dispuse a descansar, a dormir de seguido por fin. 

Comments (0)