Lo primero que pensé aquella mañana fue una palabrota; mierda. Estaba lloviendo de una manera muy violenta, y eso influía en mi humor demasiado. Llevaba sin llover varios días en realidad. Ayer había sido la testigo de un calor diferente al cual no estaba acostumbrada.
Me levanté deliberadamente y me puse el albornoz blanco que colgaba de un perchero tras la puerta. Puse la mano en el picaporte de la puerta con seguridad y tiré de él hacia abajo. Era la primera vez en varios meses que lo hacía. Supongo que, hasta que a George y a Margaret les diera por volver a encerrarnos, para todo lo que hiciera sería mi primera vez en mucho tiempo.
Bajé rápidamente las escaleras, intentando no caerme con las prisas. Pero aquel intento fue estéril. Las escaleras estaban mojadas, y en el cuarto escalón me caí de espaldas. Me sentí ridícula, no quería que nadie me viera en esa posición asique me levanté tan rápido como pude. Comencé a bajar los escalones de nuevo pero más despacio. Llegué al comedor en un tiempo inexistente. Encontré a mi abuela y a mi padre desayunando. Mi hermano James estaba viendo la televisión muy concentrado. Me senté en la mesa y comencé a engullir el plato de tortitas que estaba puesto en mi sitio. Muy hechas y con un chorro de caramelo por encima. Justo como a mí me gustaban.
Parecía que Margaret y George estaban empezando a comportarse como unos familiares normales. ¿Por qué este cambio? No lo comprendía.
Observé a mi padre mientras comía, el no pareció darse cuenta, pues estaba demasiado entretenido leyendo unos informes de la empresa que dirigía. Intenté no ser demasiado descarada, era una falta de respeto mirar a alguien detenidamente, o lo que es lo mismo, hacerle una cruzada. Era confusa la imagen que transmitía, el era una de las incógnitas de esta ciudad. Se le veía como un hombre poderoso, seguro de sí mismo y con muy buena visión de futuro. Habría que añadir que también parecía un hombre simpático, pero también al que le encanta el cumplimiento de las normas.
-¿No se supone que estabas de vacaciones, papá?-le pregunté, interrumpiendo su concentración.
-Sí, pero no se puede dejar el trabajo de lado cuando estás de vacaciones, Bethanie. Yo no, al menos-me aseguró con tono amable.
-Ah, vale. Supongo que es verdad-decidí.
Engullí el plato de tortitas a la velocidad del rayo. Mi padre casi no había hablado conmigo durante aquel desayuno, pero de todas maneras aquello no me importaba; estaba acostumbrada a la falta de comunicación por ambas partes.
Subí a mi habitación de nuevo, dispuesta a cambiarme para salir a dar un paseo. Cuando llegué, sentí una sensación muy extraña. Aquella era la primera vez en mi vida que me había quedado sin pensamiento, era como si mi mente se hubiera paralizado y me hubiera quedado embobada mirando para un sitio en concreto. No tenía esa habilidad tan grande para concentrarme, pero parecía que ahora la estaba desarrollando. Me encontraba confusa, en un estado inactivo y este silencio me preocupaba bastante. ¿Cuál era el motivo?
Afortunadamente, mi vista no se perdió en el vacío. Me dirigí hacia la cómoda. Era sencilla, de madera clara y las asas eran de metal. Hacía muy buena sintonía con la habitación. No necesité mucho tiempo para encontrar la ropa que decidí ponerme hoy. En el tercer cajón encontré unos vaqueros y en el primero empezando por arriba una camiseta blanca de manga corta de algodón con olas dibujadas en color gris. De calzado me puse unas zapatillas de cordones negras hechas con loneta. No era muy recomendable ponerlas cuando llovía, pero no me apetecía sacar las katiuskas en junio. Supe que iba a tener frío, por lo que saqué una chaqueta de neopreno
Bajé las escaleras de tres en tres con dificultad, pues no tenía las piernas muy largas. Nadie pareció darse cuenta de mi salida, por suerte. El día que hacía fuera era bastante deprimente, pero cuando llegué al porche y bajé las escaleras, creí que iba a morir. Había un frío que helaba la sangre, entrándome por la garganta y haciéndome toser. Pero era normal que no estuviese acostumbrada a este frío; me había pasado seis meses en casa contra mi voluntad. Y ayer hacía calor, mucho calor.
Volví a pasar por la calle de ayer, vi la casa de Cedric Bradbury. Distinguí la figura de una mujer delgada y de estatura media trabajar en el jardín. Debería de ser su madre. No pude distinguir el color de su pelo.
Tenía varias preguntas que yo misma podía responderme. ¿Invitaría a Drake a la fiesta? Necesitaba ayuda para la respuesta. Le encantaban las celebraciones, y puede que le sentara mal incluso que no le invitaba. Se había tomado muchas molestias escribiéndome e-mails durante estos largos seis meses. Algún día le respondería, pero no de momento. No le podía contar todo lo que me había pasado en un correo, tenía que hacerlo en persona. Pero, ¿cuándo? Me sentía incluso culpable. Le echaba de menos, mucho de menos.
Me sentí estúpida al estar caminando por el bosque un día lluvioso como hoy, metiéndome entre el barro y mojando los pies. Lo sé, soy idiota. Solo una persona como yo podía meterse en tal aventura un día de lluvia. Estaba buscando algo, pero… ¿El qué?
Esta vez no me detuve como la anterior. El bosque estaba como ayer, exactamente igual. Le sentaba muy bien la lluvia, y también a mí. Me estaba comportando como una chica que estaba mal de la cabeza.
Cuando era pequeña, y estoy hablando de cuando tenía unos doce años, Nicole y las suyas me excluyeron de todos sus planes. Ellas, especialmente la líder, es decir, Nicole, me llamó torcida, una persona que no iba por el camino por donde van los demás. Algo así como bicho raro, freak. En ese grupo había una muchacha que se llamaba Jessica, que se hizo pasar por mi amiga viviendo a dormir a mi casa y yo a la suya. Y cuando me abandonó ella, me costó mucho creerlo. Aprendí a no confiar en nadie, era la única manera de seguir adelante. No les deseaba el mal. Solo esperaba que nunca tuvieran que sufrir lo mucho que sufrí yo.
Conocí a Drake ese mismo año, rondaba el mes de Marzo, a finales. Nunca se separó de mí, ni yo tampoco de él. Nos convertimos en mejores amigos y pasamos a llamarnos todos los días, jugábamos juntos por las tardes… Supongo que esa cantidad de tiempo fomentó el cariño que hoy siento por él. Aún con noventa y nueve años, con el pelo canoso y casi sin memoria me acordaría del apoyo que me dio cuando ellas me dejaron, cuando mi perro llamado Chic se escapó… cuando a James, en uno de sus momentos de mayor lucidez e inspiración le dio por arrancar la cabeza de todas mis muñecas… Y luego llegaron problemas más serios, como cuando mis padres empezaron a discutir o mi madre murió.
-¡BETHANIE!-me llamó una voz masculina muy familiar. Aunque eso en realidad no era una llamada cordial, sino un grito enfadado. Me volteé para enfrentarme con Drake Marsden.
-Qué-musité, pensándome una excusa lo bastante coherente como para que se la creyera y me dejara en paz.
-¡Creía que… en realidad ya no sé ni lo que creer!-me regañó-¿A qué juegas? ¿¡Por qué no me has contestado durante estos meses!? ¿¡Por qué narices no te he visto!?-exigió.
-No estás para exigir nada-pronuncié las palabras despacio, entre dientes y con un ligero toque de enfado. Por muy enfadado que estuviera, no podía gritarme de ese modo.
-¿Qué no? ¡Yo siempre te he dado todo, lo mejor de mí y tú ahora me fallas! En la primera prueba de confianza…-farfulló-Al final van a tener razón Nicole y su clan, eres un bicho raro, demasiado raro.
Aquel comentario me dolió, incluso me tembló el corazón dentro del sitio. ¿Cómo se atrevía a llamarme eso? Aguanté las ganas de llorar. Le iba a dar una buena explicación a ese… idiota. Si yo era rara, el un capullo rematado. Más que eso… un mal amigo.
-La razón por la que no he podido responderte es porque mi padre me encerró durante estos seis meses en casa, sin poder salir de mi habitación porque creía que era la culpable de la muerte de… Azora. Ahora tengo que irme, no quiero que seas tú también un bicho raro-admití, alejándome apresuradamente con sarcasmo. Su expresión ya no era enfadada, sino asustada.
-¡Bethanie, espera!-rogó, intentando llamar mi atención. Yo ya salía del bosque, al ritmo más rápido posible. Era lo menos que podía hacer, escapar de él.
La vida se nos pone en contra cuando queremos hacer algo que es incorrecto para los demás pero correcto para nosotros. Si pudiéramos perder la memoria de un día para otro, plegarnos a la frase “empezar de nuevo”, cuantas cosas no perderíamos. Perderíamos los recuerdos, las sensaciones sentidas en determinados momentos de nuestra memoria, las amistades, nuestra forma de ser… todo. La memoria es lo más poderoso que tenemos las personas. Por eso quería conservarla. Aunque hubiera cosas que no me gustaran demasiado.
Fuera del bosque, en la calle, aún había más frío que dentro. No había tanta humedad, pero una cosa compensaba la otra. El tiempo me deprimía, pero sobre todo Drake. Sí, mi mejor amigo. Ese que yo creía que siempre iba a estar a mi lado, pasara lo que pasara. Ese que me dijo que yo era un bicho raro hace pocos minutos, aquel al que tuve que darle explicaciones, demasiadas quizá.
Cuando no queremos hablar... Cuando las palabras no bastan, cuando ya nada importa, cuando todo lo que decimos o expresamos no vale nada, entonces sentimos que nos queda no decir la verdad. Recurrir a la mentira. Empezar a guardar pequeños aspectos de nuestra vida que al principio nos parecen tonterías, pero luego se acaban convirtiendo en secretos. Ocultar algo es mentir de alguna manera. Es no decir las cosas con toda la realidad. Es contar medias verdades. Es… algo malo.
Pisé fuertemente sobre los charcos, mojándome los pantalones y los pies, aunque puede que los tuviera arrugados. Noté que alguien venía corriendo detrás de mí, pero yo lloraba. ¿Cómo Drake me pudo haber dicho eso? Estaba tremendamente decepcionada con él. No podía creerlo.
Tenía que ir a Darkshire a comprarme un vestido, al menos, para lucirlo en la fiesta. Además, quería comprar un libro que había aparecido en el Top Ten de la revista Sight, la más vendida del país. Era editada en Shadows, razón por la cual era mi favorita. Además iba a comprar un nuevo CD de música. Puede que pareciera mentira, pero las canciones que escuchaba muchas veces, salvo mis favoritas, terminaban por cansarme. Y como solo tenía una predilecta, decidí que no sería bueno aburrirme escuchando música. Era una forma de estimular mi sistema nervioso que tenía como finalidad principal hacerme feliz, no muerta de tedio. Aquellas me parecieron razones lo suficientemente coherentes para plantearme la idea de hacer una pequeña pero productiva inversión en mí. Lo necesitaba.
El camino a Darkshire no era muy largo, en realidad. Solo cincuenta minutos de por medio en la autopista si ibas a ciento veinte. Como la velocidad máxima era doscientos, yo iba a ciento sesenta.
Cogí el escarabajo del garaje en cuanto llegué. Me metí por el mismo atajo de ayer para llegar antes a casa. El Volkswagen gastaba gasoil y tenía solo noventa caballos, pero me daba igual. Yo no entendía de coches. Me gustaban los rápidos, simplemente; pero para mí, los cilindros eran figuras geométricas, y el aceite algo con lo que se fríe la comida.
Además, mi armario carecía de vestidos. Tenía pensado ir a la zona comercial de Darkshire. Era muy diferente de Shadows. La definía en tres cortas y simples palabras: grande, hermosa y segura. Todo lo deseable para una joven consumista primeriza. Una tarde de compras conseguiría disuadirme del insulto de Drake, necesitaba olvidarlo.
La autopista estaba vacía aquel día, en realidad solo tenía a un coche delante de mí a pesar de ser sábado. Sintonicé la radio y sonó una canción conocida. Puse el volumen casi a tope y canté la letra no demasiado alto. El camino de ida se me hizo más corto de lo habitual.
Aparqué justo delante de la librería a la que quería ir, que quedaba en Rain Place. Cerré los ojos fuertemente hasta que me dolieron. Abrí la puerta y salí del coche. Me aseguré de que el coche estaba bien cerrado antes de entrar a la tienda. Lo estaba.
Llevaba vestidos unos vaqueros, una camiseta rosa de manga larga con rayas blancas y unas simples zapatillas negras de cordones con la suela gastada. Eran muy viejas, las tenía desde los dieciséis y aún no estaban rotas.
La música de fondo era conocida, estaba cantada por uno de mis grupos favoritos. Tatareé la canción mientras que buscaba el CD que quería comprar. Lo encontré a los pocos minutos. Me fui a buscar el libro para después pagar los artículos que había cogido.
Me dirigí automáticamente al pasillo que ponía Romances. En realidad, el libro era sobre una chica de clase alta confinada a un matrimonio concertado que se enamoraba de su criado. Una historia imposible, desarrollada en el viejo Nueva York de finales del siglo XIX.
Lo cogí nada más localizarlo en el expositor de BestSellers. Me fui hacia el mostrador para pagarlo junto con el disco que había cogido antes en la sección Música. Me sentía más o menos liberada, tenía entretenimiento asegurado por unos días.
Me dirigí a la caja para pagar, ya que quería ir a la calle de tiendas para comprarme ropa. Toda la que tenía era de Navidades y necesitaba algo para la fiesta, ropa de verano e incluso de primavera.
-¿Bethanie?-una voz masculina pronunció mi nombre cuando me situaba en la cola para pagar. Era mi nuevo vecino, Cedric Bradbury. Le miré, confusa.
-¿Tu aquí?-inquirí, aún perpleja.
-Sí, he venido a comprar unos libros que necesito para la universidad-me explicó mientras que se ponía a mi lado. Por suerte, no había más gente detrás-¿Tú?
-Me aburría-fue todo lo que pude responder. Se rió quedamente. Cogió los artículos que tenía bajo el brazo derecho, los miró con gesto pensativo-Interesante…has de prestármelo.
-¿El qué, el CD o el libro?-quise saber.
-Lo primero que has dicho-aclaró-Reservo el libro empalagoso para ti.
-De empalagoso nada-discutí.
-Para mí, lo es. Me van más las novelas… de suspense.
-Es normal para tratarse de ti.
-¿Debo de tomar eso como un comentario despectivo?-preguntó, ofendido.
-Ni se te ocurra preguntar-le respondí con una sonrisa en mi tono de voz.
Se carcajeó. Yo también me reí, pero no tan abiertamente. Cuando terminó, suspiró mientras me observaba.
-¿Qué te pasa? Te noto… un poco cabizbaja-confesó preocupado.
-¿Un poco solo?-me aseguré-Digamos que has dado en el clavo. No me encuentro demasiado bien.
-No se te ve con mala cara, pero tan poco es que tengas buena, precisamente.
-Me refiero emocionalmente, Cedric. Alguien… me ha dicho algo que me sorprendió.
-¿Ha sido ese idiota, verdad? Drake Marsden, si no me equivoco-sospechó con voz enfadada.
-¿Cómo sabes tú que Drake es mi amigo? ¿Quién te lo ha dicho?-quise saber.
-Mi padre y el de él trabajan juntos, ¿recuerdas? Ayer se encontraron cuando mi padre fue a su nuevo lugar de trabajo y nos presentaron. Él me preguntó si te conocía, y yo le dije que te había encontrado en el bosque de mi calle. Pero… ¿qué te ha dicho? Parecía preocupado cuando… me preguntó si te conocía o te había visto.
-Me llamó bicho raro-admití con fastidio.
-¿Cómo? ¿Por qué?-preguntó extrañado.
-Es una larga historia-repetí como la última vez que nos vimos.
-Todo es una larga historia para ti. Vamos… cuéntamelo. Confía en mí-suplicó. Sacudí la cabeza, intentando convencerme de algo que iba a tener que acabar haciendo si quería, al menos, llevarme bien con él.
-Otro día, ¿vale?-le propuse-Mira… contártelo aquí me parece un poco frío y más si tenemos en cuenta que estamos en la cola de una tienda-me reí-Asique ¿qué te parece si quedamos el domingo que viene?
-¿Y porque no el sábado?-preguntó casi convencido. Sonreí.
-Es al día siguiente de la fiesta.
-¿Fiesta? ¿Qué fiesta?-quiso saber.
-Oh, es verdad. Mi padre nos deja dar una fiesta en casa con un máximo de doscientos invitados. Será en mi casa, empieza a las once y cuarto de la noche y termina a las cinco y media de la madrugada.
-Ah, vale. Y… ¿quién va a esa fiesta?-preguntó con interés.
-Tú…-titubeé. Puso cara de asombro-si quieres, eso está claro.
-¿Hace falta llevar regalo o algo?
-No, no. Para nada-me apresuré a decir-No es el cumpleaños de nadie. Simplemente a mi padre le apetece que nos desfasemos un poquito.
Sonrió quedamente antes de preguntar:
-¿A quién se le ocurrió eso de que acabara a las cinco y media?
Le devolví la sonrisa.
-Ahora eres tu el que hace muchas preguntas-repetí como él había dicho en nuestro último encuentro.
-Y tu respondes muy pocas-me imitó.
- Se le ocurrió a mi hermano James. Te iba a caer muy bien, créeme. No sé, parece que tenéis el mismo… carácter.
Torció el gesto antes de volver a sonreír.
-Supongo que iré, si todo va bien-respondió, al fin. Sonreí, aliviada-Mmm… ¿me dejas invitarte a tomar algo?
-Vale-acepté.
Saqué el dinero del bolsillo y pagué. El efectuó la acción después de mí, cuando despejé el mostrador. Salimos juntos, se dirigió a Onefold Café. Fuimos en silencio todo el camino, no era muy largo. Aquella cafetería tenía un ambiente oscuro pero tranquilo, los cristales de las ventanas eran tintados, no se veía nada desde el exterior. Sonaba una canción lenta pero no romántica. Parecía Indie.
La camarera vino poco después. El mini letrero que estaba prendido a su blusa marrón ponía “Brittany”. Elegí lo más barato del menú, sentí que me estaba aprovechando mucho de su generosidad. Al final me decanté por un chocolate con leche, aunque resultara demasiado infantil. Él pidió una cerveza, dejándome a mí un poco en ridículo. Le observé con los ojos entrecerrados.
-¿Qué?-inquirió con fastidio cuando la camarera nos trajo las bebidas.
-Ah, muy bien-acepté con enfado y sarcasmo-Dejas que tome un chocolate con leche como un niño de primaria mientras que tú pides una cerveza. Podías haberme avisado de que se podía pedir alcohol.
Pareció confuso.
-Has tomado lo que has querido, no quería obligarte a que tomaras alcohol si en realidad no querías. Podías haberlo pedido. Además…-dudó-¿Dependes de eso?
-¿Depender de qué?-quise saber, molesta.
-De la opinión de los demás-me espetó-De las acciones que haga la gente de tu entorno más cercano.
-¡Por supuesto que no!-mentí. Estuve a punto de pedirle que me arreara una bofetada. ¿Por qué le mentía, si odiaba a la gente hipócrita?
-Sí, seguro-farfulló mientras bebía un sorbo de su cerveza. Yo no pude hacer lo mismo, el chocolate estaba demasiado caliente.
-Buff…-resoplé. Me miró, atónito-Tengo unas ganas de que llegue la fiesta…-entonces recordé lo que debía de hacer. Miré al reloj con urgencia. Aún eran las dos y media. Tenía tiempo de sobra hasta las cuatro.
-Ya, supongo que estará bien.
-¿Estás impaciente?-le pregunté con tono divertido.
Se rió con todas sus ganas. No se había enfadado conmigo por lo anterior. Aquello era genial, al menos, no había roto dos amistades en un día.
-Claro. Me pondré uno de mis mejores trajes, ya verás-bromeó.
-¿Ah, sí?-pregunté-¿cómo irás?
-¿Cómo irás tú?-se apresuró a preguntar.
-Ah… eso es secreto, no se dice-quizá le respondí en un tono infantil, pero el caso es que sacudió la cabeza y me dedicó una mirada condescendiente.
-Pues entonces yo tampoco te lo digo-me sacó la lengua.
-Luego iré a comprar el vestido, ¿sabes? Hoy tengo muchas cosas que hacer.
-¿Cómo qué?-preguntó con curiosidad.
-Tengo que ayudar a Danielle con la decoración, tengo que supervisar el tema de las bebidas para la fiesta…-le expliqué.
-¿Os ocupáis de eso vosotras también?-inquirió extrañado.
-En realidad, no. Se encargan mi tío Alex y James, pero a lo mejor se les va la olla un poco y estoy segura de que nadie querrá que los invitados salgan de la fiesta en ambulancia por comas etílicos-admití con humor negro.
-Me parece lo más prudente-admitió entre risas-Las chicas siempre sois más… cuidadosas para eso. Ya ves ahora tú, que te conformas con un chocolate con leche-se mofó un poco de mí, y no desaproveché la oportunidad para hacerlo yo también.
-Quería quedar como una adulta delante de ti, no como una adolescente que anda loquita por llamar la atención y que alardea de haber bebido alcohol a plena luz del día-le contesté sin remordimientos. Su expresión era un poco incomprendida, pero más de estupor que de otra cosa.
-Pero… ¿por qué me regañaste cuando pedí la cerveza? ¿Acaso piensas que soy como tu padre?
-Oh, para nada-negué con toda la sinceridad del mundo-Es que el alcohol engorda y causa enfermedades en la piel. Además, no quiero quedarme arrugada como una pasa antes de tiempo.
Le dediqué una sonrisita de suficiencia. Me la devolvió.
-El chocolate hace que te salgan granos y engorda mucho más que el alcohol. Y… bueno, digamos que para las personas que tienen problemas de…-puso cara de circunstancia.
-Mejor no sigas. No tengo esos problemas. Pero… ¿sabes qué? El chocolate te cura la depresión, hace que te sientas mejor.
-¿Recurres a comer chocolate cuando estás deprimida?-me preguntó casi entre carcajadas.
-No, yo no. Pero hay personas que conozco que si lo hacen…-dejé la frase sin concluir.
-¿Cómo quién?-por un momento creí que me lo preguntaba para dejarme mal. Enseguida le respondí.
-Drake Marsden, por ejemplo. Se zampó una caja entera de bombones cuando Chelsea, su ex novia, le dejó por otro. No le culpo, hace que te sientas como si estuvieras enamorado.
Entonces sí que comenzó a reírse, estalló en una sonora carcajada. Estuvo como un minuto riéndose sin parar. No era para menos, pues yo también me reí. Suspiró después, tenía los ojos llorosos.
-Supongo que el chico no es tonto después de todo. Dile que me tiene que dar la marca de los bombones que se comió. Le imitaré cuando me de algún bajón. Tu amiguillo es mi ídolo, has de decírselo.
-Cuando tenga la certeza de que ya no está enfadado conmigo y pueda bromear con él, créeme que se lo diré. Con muchísimo gusto-prometí.
-Entonces vale. Pero díselo de parte mía, de Cedric Bradbury. No quiero que vuelva a enfadarse contigo.
-De acuerdo, si quieres eso… lo haré. Pero supongo que no le gustará que se lo recuerde, siempre ha sido muy pavito, muy orgulloso-le confesé poniendo una mueca y mirando para otro lado.
-¿Ah, sí? ¿Por qué lo dices?
-Cuando estábamos en el instituto, salía con Nicole Clouds, la cabecilla de las animadoras-pronuncié su nombre casi a regañadientes. No tenía ganas de recordar aquel día.
-Y… ¿qué pasa con eso?
-A ver, cuando tenía doce años tuve grandes problemas con Nicole y su pandilla, sobre todo Nicole recalcaba que era un bicho raro. Entonces, mis padres tomaron medidas al respecto y me cambiaron a un colegio de aquí pero volví para el instituto cuando cursaba último curso. Simplemente, querían que me graduara en Shadows. Mi regreso fue algo así como el tema más hablado del instituto durante varias semanas, lo cual enervó la sangre de todas esas… llamémoslas chicas por hacerlo de alguna manera.
>>Para sorprenderme y pillarme por sorpresa, me recibieron mejor de lo que me esperaba. Jessica me estaba esperando a la entrada del instituto, me abrazó como si nada hubiera pasado y estuvo persiguiéndome todo el día. Acepté sentarme con ellas a la hora del almuerzo.
Me observaba, atento. Por un momento pestañeé ¿cómo se podían tener los ojos tan abiertos, tan guapos? Volví en mí y proseguí con la historia.
-Su forma de actuar se volvió más inteligente, más psicológica. Para herir a la gente utilizaban su popularidad. Aún recuerdo con pelos y señales la conversación que tuve con ellas. Eran cinco: Nicole, Jessica, Kate, Alice y Ashley. Cinco frívolas animadoras.
Me sabía imitar a la perfección el timbre de voz de cada una de ellas, por lo que la conversación no iba a resultar monótona.
-Hola-saludé con una sonrisa.
-Bienvenida de nuevo, Bethanie-me saludó Alice.
-Espero que te sientas a gusto de nuevo en Shadows-me deseó Kate.
-Lo intentaré.
>>Yo cada vez estaba más nerviosa y notaba como mis ganas de comer disminuían conforme pasaban los minutos. Fue entonces cuando empezaron a hablar de sus trapos sucios.
-Ayer me he fijado en una chica que necesita la VIDCD-anunció Nicole.
- ¿Qué es VIDCD?-pregunté.
-Vida inútil de corta duración-me respondió-Se lo hacemos a alguien que no merezca seguir viviendo socialmente… difundimos rumores sobre él o ella. Aunque normalmente hacemos maltrato psicológico a las chicas, ya sabes…
-No, no sé-negué, asombrada-¿Cómo lo hacéis?
-A ver… Isabel, por ejemplo, no quiso ser nuestra amiga. Que una persona no quiera ser tu amiga significa que tiene vergüenza de aparecer contigo en cualquier sitio. Eso no lo pudimos permitir, por lo que difundimos que estaba embarazada de Jimmy el casposo ¿me entiendes?-me explicó Alice.
-Pero no podemos contarte todos nuestros secretos… no sabemos si vas a ser la siguiente-admitió con misterio Kate, como advirtiéndome. La boca se me abrió automáticamente. Alcé las cejas.
Me miró con cara de asombro, como si no se creyera lo que le estaba contando. Asentí para reforzar mi historia. Por un momento me pareció como si no respirara, pero de pronto resopló y musitó algo así como “Es increíble lo que pueden hacer unas cuantas palabras de unas crías populares”
-Ahora, Cedric… tengo que irme-me despedí-Ya son las tres. Me queda una hora para ir de tiendas.
-Ah, vale. De acuerdo-aceptó-Bueno, dentro de dos semanas vienen unos cuantos amigos a pasar una pequeña temporada aquí asique supongo que nos verás si sales-buscó algo en el bolsillo de su pantalón vaquero negro. Me entregó un papel arrugado con un número de teléfono. De nuevo, me puse nerviosa-Por si quieres llamarme para venir, en realidad son muy amables. Ibas a caerles bien. Además… ninguno de ellos tiene novia-me avisó con una sonrisa. Le dediqué una mirada incrédula.
-No pienso salir con nadie. Eso sería como poner la guinda al pastel de una vida desordenada-le respondí con tono amargo. Sonrió.
-Lo dicho, llámame si quieres-concluyó.
Me levanté de la silla y cogí la bolsa. Había dejado casi la mitad del chocolate, lo cual me pareció un poco grosero. Miré la taza con preocupación.
-No te preocupes, me lo beberé a tu salud-bromeó.
-Gracias-le agradecí con ferviente gratitud.
Tardé poco tiempo en llegar a la puerta de la cafetería. Apuré el paso cuando salí para llegar a la calle de tiendas, que tenía un nombre muy apropiado: Fashion Road.
Aquel día, las tiendas estaban a reventar. No cabía ni un solo alfiler. Entré a una de las tiendas más caras de Darkshire para comprarme el vestido a juego con los zapatos. También fui a una peluquería para mirar un catálogo de peinados, lo cual me dio ideas para esa noche. Entré a una perfumería y me compré un perfume y maquillaje, ya que el que tenía estaba caducado. No iba a ponerme colores muy llamativos para no parecer un payaso, pero me compré sombra de ojos, gloss de labios y meteoritos, pues quedaban muy bien en la piel. El rímel se lo iba a pedir prestado a Danielle, seguro que tenía a pares.
La tarde de compras fue un éxito. Me dio tiempo en una hora y fui al coche contenta. Solo había gastado mil, y me quedaban dos mil. Metí las bolsas en el maletero y me encaminé a Shadows. Puse el coche a ciento sesenta, como había venido para llegar a casa a las cinco.
Tampoco había tanto tráfico. Solo estuve parada en una caravana diez minutos. Para volver tenía que desviarme por una carretera que llevaba a la entrada sur de la ciudad. Estaba recién alquitranada, y desde el coche se podía observar una hermosa vegetación por ambos lados. Por ese lado no había problema.
Como todavía me quedaba algo más de treinta minutos para llegar debido a la caravana, prendí el estéreo y empezó a sonar una canción familiar, que describía con exactitud cómo me sentía en estos momentos.
Observé los edificios de Shadows poco después de pasar ese camino. A partir de ahí, había varias áreas de servicio. El paisaje era extraño. Parecía un desierto, todo llano y amarillo. Solo faltaba que una bola de paja cruzara la carretera. Se podrían grabar películas de alto presupuesto allí. Estoy segura que daría el pego.
Salí de mi ensueño cuando volví a observar el paisaje verde lleno de árboles y vegetación. La parte de casas se encontraba en el sur de Shadows, precisamente la entrada a la que llevaba la desviación que tenía que tomar para llegar. Vi mi calle a los pocos minutos.
Me paré la cuarta mansión, la más grande, la más bonita. La que ponía fin a la parte de adosados, la del jardín más chachi. La del lago. Esa. Abrí la puerta con el mando y aparqué detrás del Land Rover negro de mi hermano James. Cogí el móvil, las llaves tanto de casa como del coche y las bolsas del maletero para subir las escaleras y entrar a casa. Me esperaba que gobernara una tranquilidad hermosa en el vestíbulo, pero al traspasar la puerta me estaba esperando Danielle con cara entusiasta. Le sonreí.
-¡Bethanie! Es crucial tu ayuda en esto-dijo con voz estresada mientras caminábamos hacia las escaleras. Me iba a seguir hasta mi habitación y luego volveríamos a bajar hasta la cocina. Seguro.
-A ver, dime-le respondí de buena gana.
-¿Qué te parece sí ponemos guirnaldas de corazones luminosos colgando del techo?-casi me reí, pero aguanté.
-Danielle, San Valentín ya ha pasado-le dije dedicándole una abierta sonrisa.
-Ya, pero todas las fiestas que tienen éxito son las temáticas, entonces creo que lo más guay sería crear un nuevo día dedicado al amor. Lo llamaríamos...-miró al vacío mientras subíamos las escaleras, pensativa. Sacudió la cabeza después de unos segundos- bueno, el nombre es lo de menos pero molaría…
-Mira, por qué no elegimos tres colores. Pondremos en las invitaciones que la gente vaya vestida de esos colores y nos ceñiremos a eso para decidir la decoración-le propuse.
-Pues sí, es buena idea. Pero normalmente se eligen dos colores, Bethanie.
-Pues esta vez elegiremos tres. A ver, di un color.
Se lo pensó antes de decir:
-Gris.
-Yo me quedo con el… blanco.
-¿Y el tercero quién lo elige?-preguntó.
-A mí me gustan el negro o el malva. Digo, para que queden bien-me apresuré a decir.
-Ya, pero malva a los chicos… ¿qué te parece si lo dejamos en azul cielo, blanco y negro?
-Me parecería una fiesta bastante cutre. A ver, esos tres colores que has dicho para los chicos, y para las chicas gris, blanco y malva. Tienen que elegir alguno de esos tres colores.
-Buena idea, Bethanie. ¿Qué has comprado?
-Un vestido y unos zapatos haciendo juego.
-¿De qué color es el vestido?
-Malva, mi color favorito.
-¿Y qué pasaría si no hubiéramos elegido el malva?
-Por eso lo he propuesto-me apresuré a decir.
Bajamos hasta la cocina para seguir hablando de la fiesta. Estaba impaciente, se le veía en la mirada. Decidimos a dónde íbamos a encargar la comida, cuál iba a ser… e hicimos una invitación para llevarla mañana a la imprenta y que nos sacaran ciento cincuenta copias. Decidimos poner la letra en negro, para que fuera más fácil de leer. Las íbamos a imprimir en papel blanco y las entregaríamos plastificadas, metidas en sobres y enviadas por correo para no causar tanto morbo.
El viernes de esta semana se celebrará una fiesta en el número veintiocho de Windsor Road. Comienza a las 23:15 y finaliza a las 5:30. Quién quiera puede quedarse a dormir, pero solo si está en pésimas condiciones de volver a casa. El vestuario de los chicos deberá de ser de color blanco, azul o negro, o de dos de esos tres colores. El de las chicas malva, blanco o gris.
Bethanie y Danielle Burton
La invitación era un poco larga, pero creímos que era lo mejor. No decidimos de qué color serían los manteles ni tampoco las fuentes. Eso lo diríamos en el último momento. Hicimos una lista de las cosas que teníamos que comprar. Aquello nos llevó más de dos horas. Subí a mi habitación cuando Elle me dejó libre. Miré al reloj y eran las siete y media. El tiempo se me había pasado volando.
Me puse en mi escritorio, agarré un bolígrafo y el primer papel que encontré y me puse a escribir.
Soy idiota.
Otras adolescentes de mi edad pueden estar gastando este tiempo en ver la televisión, jugar a videojuegos, algunas, pero pocas, leyendo... y otras incluso pueden estar hablando con sus amigas por teléfono. Sin embargo yo, Bethanie Burton, estoy escribiendo mis paranoias en un trozo de papel arrugado, que seguramente luego aparecerá en forma de bola dentro de la papelera.
Hoy es diez de Junio y me acabo de dar cuenta de que llueve como nunca había visto. Puedo verlo con claridad a través de la ventana. <> Las temperaturas son bajas incluso en verano, y aquello era imposible que consiguiera levantarme el ánimo.
Pero lo importante era que aquí estaba, sentada en mi vieja silla de madera garabateando una composición incoherente de palabras sin ton ni son y, sobre todo, haciéndolo de esta manera. Aún tenía un precioso diario sin estrenar, seguramente puesto en algún lugar remoto y escondido del sótano. El plástico estaba arrugado y hacía ruido cuando lo tocabas, al menos la última vez. Tenía las tapas lilas.
Pero como he dicho al principio, soy idiota.
Solo una persona con una deficiencia mental como la mía podía hacer esto de semejante forma, perdiendo el tiempo sin remordimiento alguno. Además, estaba gastando inútilmente la poca tinta que me quedaba del último bolígrafo que tenía, lo cual jugaba a mi favor, ya que así no escribiría más tonterías.
Estoy esperando como nada la fiesta, pues Cedric vendrá y puede que esté toda la noche bailando con él si ninguna chica se interpone. En realidad, eso es lo que menos me importa. ¿Por qué después de que le conocí ya no extraño tanto a Drake? ¿Será porque Cedric rellenó un vacío en mi corazón que había dejado mi supuesto mejor amigo? ¿Estará robándole Cedric, “el nuevo” el puesto de mejor amigo a Drake?
Ya lo sé, soy completamente idiota.
Dejé la hoja encima de la mesa y prendí el ordenador. Me fui inmediatamente al programa de mensajería instantánea, abrí el último correo de Drake y, al fin, me dispuse a responderle. Ni siquiera lo leí.
Drake Marsden:
Se que te he hecho daño al no responderte durante todos estos meses, y te he fallado. Solo me arrepiento de eso. Pienso en ti a todas horas, en todo el tiempo que has gastado escribiéndome estos mensajes y en todo el cariño que no supe devolverte a tiempo. Lo siento de veras y espero que me perdones. Porque si no lo haces, perdería al mejor amigo que tuve y que siempre tendré. Muchísimas gracias por darme todo lo que no me he merecido.
Voy a dar una fiesta el viernes y quiero que vengas. Puedes venir de negro, blanco o azul. Empieza a las 23:15 y termina a las 5:30. Estará todo el mundo y puedes quedarte a dormir si quieres. Te enviaré la invitación por correo de todas maneras. Te quiero.
Bethanie
Le di a enviar en cuanto terminé. Era lo menos que podía hacer, responderle. Ahora solo me quedaba leer la carta que me había dejado mi madre, pero lo dejaría para después de la fiesta. La impaciencia me podía. Y también las ganas de poder compartir una velada rodeada de gente, feliz y contenta. Vi que tenía un nuevo mensaje a los dos minutos. Cliqué encima y lo leí.
No te disculpes por nada, he sido yo el idiota. Lo siento muchísimo por haberte llamado bicho raro esta mañana. Iré encantado a tu fiesta. Te quiero.
Drake
Apagué el ordenador y me tumbé en la cama entusiasmada. Un horroroso día había pasado. Empezaba a ponerme contenta con la vida. Cerré los ojos, satisfecha. Esta iba a ser una corta semana hacia la fiesta.
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