Sentí que otra de mis fuertes cargas era mi abuela Margaret, saber qué le pasó. Si la comprendía, si ella me decía todo lo que le había pasado, era imposible que la pudiera juzgar tan rápido. Aunque el tema de su historia no fuera uno de sus favoritos, estaba segura de que me lo contaría. Necesitaba saber la verdad sobre ella, más que cualquier otra cosa.
Después de seis largos meses sin sentir nada, comprendí que no se podía recuperar el tiempo perdido. Los errores del pasado siempre estarán ahí, pero no siempre tienen que quedar en nuestra memoria como traspiés. Cuando haces algo mal, por muy mal que lo hayas hecho, debes de intentar enmendarlo. No tenía ganas de morirme sin saber la verdad sobre mi familia.
Con Margaret y George la había cagado en un principio, juzgándoles mal porque me encerraron sin piedad en una habitación. Pero no fui yo la única encerrada, Danielle y James también lo sufrieron. Pero… ¿por qué? ¿Acaso mi abuela lo sabía? ¿Mi padre? ¿Qué negocios manejaba mi padre? Pronto, muy pronto lo descubriría.
Seguramente, mi abuela estaría en el salón, tocando el piano como ella sabía. No tenía ni idea de dónde había aprendido, ni cómo, ya que sabía perfectamente que Margaret vivió analfabeta hasta los trece años, no sé por qué. Y tampoco sé la razón que le impulsó para aprender a leer y escribir. Pero de hoy no pasaba. Iba a saber su pasado. Y puede que el mío también.
El futuro estaba únicamente en mis manos. Recordé un nombre: Cedric. Hacía dos largos días que no le veía. Eso era como una eternidad para mí, y no sabía por qué. Supongo que era uno de los extras de estar enamorado. ¡Vamos! Tenía tantas preguntas sin contestar, tantas que me hacía yo a mi misma sin conocer la respuesta. Porque en realidad eso era lo que me pasaba ¿verdad? Buscaba respuestas en mí que jamás iban a aparecer.
Al igual que hace varios días, cogí un bolígrafo con mano firme, una hoja de papel y me puse a escribir.
Hoy sabré todo sobre mi recién llegada abuela Margaret.
Estoy exhausta. Supongo que estoy dejando salir todo ese chorro de efusividad que estuve guardando todos estos meses. Esta es la mejor manera que tengo para desahogarme. Al menos tengo un plan de huída. No creo que fuera capaz de escribir un libro. Aunque algún día probaría a hacerlo.
Lo que más me extraña de todo es que Cedric Bradbury no me haya llamado. ¿No se supone que soy como su novia, o algo así? Cuando le respondí a Lenny eso de más o menos, fue porque de esa manera podría evadir la cuestión. Lenny era mi amigo, el ex novio de una conocida mía que posiblemente se convertirá en mi amiga. No podía hacerle eso a Nicole, por muy enamorada que estuviera de Michael.
Tampoco he sabido nada más de mi tío ni de mi abuela. En realidad, la palabra “abuela” ya raya un poco ¿no? A mí por lo menos. No sé distinguir. Por un lado está Natalie, mi abuela de toda la vida. Y por otro, Margaret. La recién llegada, la rara. La que no tenía pasado aparente, la que no tenía futuro seguro.
Hoy iba a saberlo todo sobre ella. Poco a poco, mi familia dejaría de ser un misterio para mí.
Guardé en unos portafolios, junto con la primera hoja arrugada, lo que había escrito. ¿Podría empezar a escribir un diario? Creo que no. Era una persona muy distraída, que se olvida de las cosas con facilidad. Pero no de las importantes, al menos lo intentaba. Salí de mi habitación dispuesta a ir a hablar con Margaret.
El piano se oía desde el piso de arriba. Era una bonita melodía, creo que de Beethoven, pero tocada muy a la manera de Margaret. Sonreí abiertamente, bajando las escaleras. Seguí el sonido del piano hasta el salón.
La sala era bastante amplia, y estaba separada mediante un pequeño tabique de una mini biblioteca. Me senté en el sillón blanco, enfrente del piano. Margaret paró de tocar y me observó con curiosidad.
-¿Qué quieres, querida?-preguntó con dulzura.
-Preguntarte algo-respondí.
-¿El qué?-inquirió con recelo.
-Cosas sobre tu pasado que no me cuadran. O, bueno, que no sé. ¿Podrías explicármelas?
-Pregúntame lo que quieras saber.
-Todo-contesté en un murmullo casi sordo.
-Está bien… A ver, ¿por dónde empezamos?
-Pues por el principio-añadí.
-Yo era una niña feliz en mi tiempo, Bethanie. Mi madre me quería muchísimo, y mi padre estaba cada día más orgulloso de mí. Siempre fui bella, y lo sabía muy perfectamente. Gracias a mi belleza pude conseguir cosas que sin ella no hubiera podido conseguir. Mi madre era inglesa y mi padre medio judío. Pero eso no parecía importarnos hasta que nos mudamos a Berlín.
>>Mi padre era médico y mi madre ama de casa. Nos cuidaba a mis hermanos y a mí sin poner ningún reparo. Supe poco después que ellos formaban el matrimonio más sólido de la historia. Nos enteramos que Adolf Hitler quería que los judíos nos trasladáramos a un lugar mejor, para tener condiciones de vida superiores. Qué cínico era.
Paró por unos minutos, me pareció que estaba llorando. Pero no. Mi abuela no lloraba nunca. Simplemente estaba triste. Era una parte muy dura de su pasado.
-Nos llevaron a un sitio muy extraño en un tren muy estrecho. Yo era pequeña, tenía diez años cuando pasó todo aquello. Íbamos más de cincuenta personas en cada vagón, apretados. Ni siquiera podíamos ir al baño a hacer nuestras necesidades porque lo teníamos prohibido. Era asqueroso. Me sentí escoria. ¿Por qué nos hacían esto? Pronto comprendí que no tenía nada que ver con todo esto. Me recordé para presumir hay que sufrir. Llegamos a un campo muy grande, con casetas muy raras y verjas alambradas.
>>Estuve cuatro años allí. Uno de los generales me cogió cariño y me retuvo lo más posible para que no me mataran tan pronto. Empecé a cogerles odio a los alemanes. Nos maltrataban, nos mandaban hacer trabajos forzados… y por arte de magia, algunas de las personas que compartían caseta con nosotros desaparecían y no los volvíamos a ver nunca más. Me di cuenta de lo que pasaba cuando mis padres, mis dos hermanos y otra gente desaparecieron.
Paró para coger aire. Le escuché, atenta.
-Entonces un día me colé. Formaban colas para llevarlos a una especie de lugares donde todo el mundo entraba pero nadie salía. Me armé de valor, sabiendo que podría irme la vida en ello. El sargento no quería que yo me metiera ahí porque lo consideraba un desperdicio demasiado grande. Incluso le habló de mi caso a Hitler, el cuál le obligó a matarme porque me consideraba basura. A él no le importaba que solo fuera medio judía. No. Él quería asesinarme porque no me consideraba una persona digna para vivir.
>>Una noche me acerqué a la alambrada demasiado. Intenté hacer un boquete en la tierra para poder salir, pero me resultó imposible. Lo único que podía hacer era saltar. Siempre se me había dado bien eso de trepar árboles, pues en Israel siempre lo hacía, pero nunca había sido tan peligroso. Tuve coraje y lo hice. Salí ilesa y nadie me descubrió. Miré atrás y decidí que iba a llevar a cabo una venganza contra todos los alemanes.
Su cara se convertía en una mueca de asco.
-Fue entonces cuando conocí a tu abuelo. Se llamaba Herman Müller. Se enamoró de mí por mi belleza. No lo culpo, era tan superficial… y tan aburrido… cada conversación con él era soporífera. Era oficial de la Gestapo. Un nazi en toda regla, rubio de ojos azules, alto y apuesto. Me ofreció matrimonio con apenas quince años. Era el oficial favorito de Hitler. Esto me dio beneficios, cenas con él, oportunidades de verle… Ay…-suspiró-lo bien que me sentía yo cuando estaba en compañía de Hitler, observándole. ¿Te imaginas si su madre, al nacer él, supiera que estaba pariendo al mayor asesino de masas de la historia? Lo mataría nada más nacer. Aunque bueno, creo que es lo que debería de haber hecho. El mundo está lleno de gente mala sin necesidad de que haya más todavía.
>>Odiaba a mi marido, a Adolf Hitler y a todos esos borregos suyos. Si no hacías lo que él te decía, te quitaba del medio. Como hizo con mi madre, mi padre y mis hermanos mellizos de cinco años. Tenía tanto rencor acumulado que lo que más quería era irme de Alemania para siempre, pero no podía. Una vocecita en mi cabeza me gritaba que tenía que vengar a toda mi familia, y también a la que no era mi familia. Asique lo hice.
-¿Qué hiciste?-pregunté asustada.
-Creo que te lo puedes imaginar, nietecita mía…-susurró con malicia.
-Hitler se suicidó-le dije, adivinando lo que hizo-No pudiste haberlo matado.
-No, a él no lo maté…cuando tuve a tu padre, me pensé seriamente acabar con él. Al fin y al cabo, yo era judía y tu abuelo alemán. Una unión así no podía llevarse a cabo. Pero no, al final no lo hice. ¿Qué clase de loba era si acababa con la vida de mi propio hijo? Acabé con Herman. Escondí las pruebas, obviamente. Imagínate si se llega a descubrir que yo maté a tu abuelo siendo judía porque me escapé de un campo de concentración. Me matarían sin pensarlo dos veces, y no tenía ganas de morir. Pero tampoco huí. Maté a otros dos suboficiales de la Gestapo. Y luego me encontré bien para irme definitivamente de Alemania, de esa jaula de chuchos. Mira lo que son las cosas. Acabé por amar a tu padre, aunque fuera el vivo retrato de la persona que más odié en el mundo.
-Pero… ¿tú a mi padre lo quieres, verdad?
-Mucho, mucho-me prometió.
-¿Y a mí?
-También. A ti más porque no tienes nada que ver con ningún alemán asesino.
-¿Y de dónde sale mi apellido, Burton? Porque papá se llama George Müller, no George Burton.
-Así me apellidaba yo cuando era feliz y soltera, en mi casa con mi madre, mi padre y mis hermanos. Le cambié el apellido porque no podía dejar que mi hijo tuviera el apellido de un maldito nazi. Él no tenía la culpa de nada, simplemente era el fruto de la sucia unión entre un alemán y una judía.
-Entonces me llamo Bethanie Burton Müller ¿verdad?
-No pronuncies ese apellido, por favor. Tienes un nombre extremadamente bonito. Así se llamaba mi madre.
-¿Sí?-pregunté incrédula-No lo sabía.
-Normal, nunca hablo de mis padres. Se me produce un inmenso vacío en el estómago cuando lo hago…
-¿Cómo se llamaban tus hermanos?
-Stephen y Charles. No pude creer lo que les habían hecho cuando me enteré. Ese mismo general me lo dijo, el que me cogió tanto cariño. Él nunca me trató mal, es más, siempre lo hizo con dulzura. Yo le echaba veinticuatro años, no más. Diez años te parecen bastantes ¿verdad? Pues no. Tu abuelo y yo nos llevábamos veinticinco. Por un momento lo llegué a querer, al general digo. Y él también a mí. Sabía perfectamente que tenía un carácter débil e ingenuo, algo así como el de tu madre.
Aquel comentario me dolió más que cualquier otra cosa.
-Mi… ¿mi madre?-arrastré las palabras.
-Sí, tu madre. Pero su carácter, el del general me refiero, era mucho más débil que el de Azora. Sabía perfectamente que allí él no encajaba. No era salvaje precisamente. Llegamos a tener citas por la noche, incluso-sonrió con ganas, aunque más bien era una sonrisa incrédula-Intenté aprovecharme de la situación, pero supe que no iba a ser fácil. Le pedí que me sacara de allí a cambio de casarme con él y darle tantos hijos como él quisiera. Desde un principio lo tuve claro: no iba a liberarme. Me equivoqué. Accedió. Descubrí que me amaba, y que de un modo u otro estaba jugando con sus sentimientos.
>>Pero yo le quería tanto, y a la vez me odiaba a mí misma por quererle de esa manera. Estaba traicionando a mi familia, al honor y a la memoria de todos los judíos. No me importaba. Si él me sacaba de allí yo me casaría con él encantada. ¿Sabes cómo se llamaba? Eric, así se llamaba el que podría haber sido tu abuelo. Parecido al príncipe de las películas de hadas. Él sería mi héroe. Pero no lo fue. No pudo. Algo se interpuso entre nosotros, algo mucho más poderoso que Adolf Hitler.
-¿Qué le pasó?-pregunté en voz baja.
-Le mataron-contestó como si tal cosa. Puse una mueca de horror-Alguno de sus compañeros se enteró de que él y yo estábamos juntos y se lo dijo al rey del crimen-musitó con sarcasmo, pero con odio al mismo tiempo-Mi rencor hacia los alemanes aumentó. Me escapé de ese nido de ratas asquerosas. Y entre esas ratas me incluía a mí. Lo era, y sobre todo después de que maté a… ese idiota de tu abuelo. Me convertí en una arpía y era tan mala como Hitler, pero no me importaba. Si él podía ser un asesino, yo también. Lo curioso es que después de eso me convertí en la persona más buscada de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Me buscaban hasta en la Francia ocupada por los nazis-volvió a suspirar-Ay… qué bien me sentí. Si tú lo supieras…
-No quiero imaginármelo.
-No sigas preguntando. Lo que viene después puede que fomente tu odio hacia mí.
-Es un riesgo que estoy muy dispuesta a correr, abuelita-le contesté con frialdad.
-Tú estás loca, pero si insistes… le hice la vida imposible a todas las esposas de tu padre-me confesó.
-¿Por qué?-pregunté extrañada.
-No me parecían lo suficientemente buenas para él. Evelyn, la madre de James, era demasiado viva y espabilada. Antes de tener a tu hermano, se pasaba por ahí de fiesta todo el día con Dios sabe quién… no me pareció apropiada.
-¿Y qué hiciste?-puestos a decir verdades, que me las dijera todas de golpe y porrazo ¿no?
-Le envenené el suero antes de que naciera James. Se empezó a sentir mal, recuerdo su expresión de agonía. Siempre tuvo unos ojos muy penetrantes ¿sabes? Sentí que ardía en ellos mientras moría. Luego tuvieron que hacerle la cesárea porque no se encontraba con fuerzas para dar a luz de manera natural. James estaba sanísimo, pero ella se apagaba más conforme pasaban los segundos. Más y más. Hasta que perdió el sentido para siempre. Descubrí que asesinando era la persona más ingeniosa del mundo.
-Estás loca como una cabra, abuela-susurré tan bajo de tal manera que no pudo oírme. Sacudí la cabeza, me temí lo peor.
-Tres años después llegó la segunda esposa-anunció con maldad-La odié desde el primer momento que pisó esta casa. Era una mujer demasiado gótica para él, muy siniestra y muy fea. Ese moño alto en la cabeza, esa verruga al lado izquierdo del labio y esa personalidad siniestra me hicieron odiarla con todas mis fuerzas-creí que se desquiciaba por momentos-Pero gracias a ella tuve a mi segunda nieta. Era tan bella, el vivo reflejo de mi madre. No se parecía en nada al imbécil de tu abuelo. Ella la dejó cuando tenía ocho años. No tiene ningún contacto con ella, al menos que yo sepa.
-¿Y qué hiciste con… mi madre?-titubeé casi sin respiración.
-La historia de Catherine Mary Cohen no termina ahí. Ella se casó con tu padre por unas razones parecidas a las mías cuando me casé con tu abuelo. Yo buscaba vivir bien, tener riqueza, ser mucho más bella de lo que era. Ella quería conservar la eterna juventud, pero no se puede guardar lo que no se tiene. Es simplemente imposible. Asique la chantajeé. Le dije que si se largaba de esta casa le daría todo el dinero que quisiera. En cambio, si no se iba ya, mataría a Danielle-mi respiración se volvió entrecortada-Obviamente no iba a hacer lo segundo. Tu hermana era muy importante para mí. Para ella, al parecer, no.
-Qué pasó con Azora, Margaret-no pregunté, afirmé con tono grosero.
-Ay ya voy, ya voy. Tu madre me pareció demasiado mustia. No nos tratábamos mucho, pues yo vivía cerquita de aquí pero casi nunca venía para no encontrarme con ella. Aunque luego le cogí gusto porque me sentía feliz de amargarle la vida. Fueron varias veces las que se pasó llorando a moco tendido en su habitación toda la tarde por mis insultos.
>>Cuando te tuvo a ti, me llené de dicha. ¡Para eso servían las esposas de tu padre! Para darle hijos, disfrutar de ellas y luego mandarlas a tomar vientos. Pero Azora me lo puso mucho más fácil. Se suicidó ella-aceptó como si tal cosa. Temblé-Aunque no fue por mi culpa, eh. Pregúntale a tu padre, si no. Él sí que es el verdadero culpable. Tengo entendido que te dejó una carta antes de morir. Qué tierno.
-Creo que ha sido suficiente por hoy, gracias abuela. Mañana traeré a cenar a Cedric Bradbury, asique prepara algo bueno, ¿vale?
-De acuerdo. ¿Vendrá él solo?
-Sí.
Puede que ahora comprendiese a mi abuela, pero la odiaba un poco. ¿Cómo se podía ser tan cruel, tan vil? Desaparecí del salón y me encaminé a mi habitación. Tenía que invitar a Cedric a una cena, sentirle cerca.
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